“La magia es un don, pero también una maldición.” Caballero Comandante Greagoir.
Después de día y medio de viaje, sin apenas descanso, podíamos ver la imponente torre que se erguía en el centro del lago. Era una construcción colosal, muchísimo más antigua que el propio Círculo, pero perfecta para alojar a éste: desafiante, pero aislada, bella, pero terrible, tal como podía llegar a ser la magia. A lo largo de mi vida, siempre había visto la magia como algo lejano, como algo que te enseñan a temer. No la temía, pero me resultaba desconcertante y peligrosa para las mentes más débiles. Mis semanas junto a Morrigan me habían enseñado que la magia no es demasiado diferente a cualquier otra arma pero cualquiera puede dominar el don de la esgrima mientras que la magia, si no tienes cuidado, acaba por dominarte a ti y, casi seguro, por destruirte. Cuando eso ocurre, cuando los demonios acechan en sueños o tu voluntad flaquea hasta suponer un peligro, se lleva a cabo un rito terrible: el Rito de la Tranquilidad. Te despojan de todo sentimiento y de la capacidad de soñar. Yo preferiría la clemencia de una espada, sentí un repentino alivio por no gozar de tal talento maldito.
Los Templarios eran la otra cara de la moneda. Consagran su vida a proteger a los magos de sí mismos de los peligros de su don. Pero rara vez la cosa es tan idílica como podría parecer. Morrigan se refería a los Círculos como cárceles para magos, yo prefería pensar que eran santuarios de aprendizaje. Ni una cosa ni la otra. Me preguntaba qué secretos ocultaba la torre, plagada de magia y poder. Nadie nos preparó para lo que realmente ocurría en aquella colosal mole en medio del cristalino lago...
Junto al lago había una pequeña posada: La Princesa Mimada. Era un sitio pequeño y cálido, donde pudimos comer algo antes de dirigirnos a la torre. Leliana y yo charlábamos sobre cosas sin importancia, sobre peinados, libros y zapatos mientras apurábamos un plato de tostas caseras que nos había servido una simpática camarera enana de coletas pelirrojas. Poder tener un rato de tranquilidad era delicioso.
- Me recuerdas a mi madre. ¿Te he contado cómo se puso cuando llegué a la fiesta de cumpleaños de Fergus con el vestido roto en canal por subirme a un árbol con Gilmore?
- ¡Sí! – se río como un pajarillo- ¡Os cayó una buena bronca
- ¡Él me retó! Y una Cousland nunca huye de un duelo.- dije dándome importancia- De pequeña me aburrían los vestidos y las cosas de niñas…
- ¡¿Pero por qué?! Yo todavía recuerdos los bailes, los vaporosos vestidos, los lazos de raso… ¡Y mira que atuendos llevamos! ¡Así no se puede salvar el mundo! Aunque creo que hay alguien a quien verdaderamente le da igual si vas con armadura, vestido o sin él… - miró disimuladamente a Alistair, que parecía intranquilo y miraba el lago desde la ventana.
- ¡Leliana!- me fue imposible disimular el calor que subió a mis mejillas.
- A eso me refería. Creo que deberías ir a hablar con él. Está preocupado por lo que ocurrió en Risco Rojo
Era evidente que Leliana tenía razón. Alistair parecía muy preocupado y, aunque se esforzaba en sonreír, no paraba de juguetear con una extraña y desgastada runa que solía llevar encima. Era muy fácil conocerle a través de sus manías. Alistair era expresivo y alegre y cualquier intento de enmascararlo solía tener el efecto contrario.
- ¡Ah, Sylvia! Perdona, estoy un poco absorto en mis cosas.- parecía nervioso y dejó caer la runa. La recogí y la puse en su mano. - ¿Crees que esos magos nos ayudarán? El pobre Connor…
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Cousland
Fiksi PenggemarLa llaman Heroína de Ferelden pero más allá de la leyenda está la mujer, la hija, la Guarda, la guerrera... Ésta es la historia de Lady Cousland, una historia de valor, honor y sacrificio en la convulsa Era del Dragón.