Prólogo

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El latido de su corazón podía sentirlo en la garganta, haciendo una presión dolorosa que no podía identificar como angustiante o temerosa. Sus piernas se movían con rapidez, corriendo por unas calles desiertas a esa hora de la noche, la madrugada solía ser solitaria por esos lados y aquello les había jugado en contra.

Había comenzado cuando salieron de aquel bar clandestino, un sitio donde sabían que podían ser ellos mismos y que, como un secreto a voces, toda la gente de su "tipo" visitaba con frecuencia por las noches ya sea para salir de sus facetas comunes y correctas en sociedad, para dar paso libre a lo que realmente vivía en sus corazones.

El amor no debería tener que ser escondido, pero por aquella década el pensamiento era distinto y un descuido por parte de ambos había significado un desenlace trágico aquella noche de abril de 1950.

—¡No mires atrás, sigue corriendo! — El aire casi escapaba de sus pulmones a pesar de que era un tipo atlético y de buen porte, suponía que el miedo que sentía en ese momento estaba desatando grandes descargas de adrenalina en su cuerpo que le hacían funcionar a un mil por ciento.

—¡Bright! — Luego de escucharse a sí mismo gritar esas palabras, sintió casi al instante el impacto de los golpes en su cuerpo.

Los habían alcanzado, y aunque estaban luchando por librarse de los agarres, les era imposible escapar de las garras de aquellos matones que los habían perseguido desde que abandonaron el bar con sus manos entrelazadas. 

—¡Corre, Metawin!

—¡Agarren a ese! — Uno de los hombres lo agarró por la espalda, inmovilizando sus brazos y reduciéndole los movimientos.

Sin embargo, luchó nuevamente y, sin saber claramente cómo, consiguió golpear a quien lo sostenía y correr en ayuda de quien yacía en el suelo a merced de quienes repartían puños y patadas a diestra y siniestra.

Empujó a un par, y consiguió golpear al tercero desestabilizándolo por un segundo que no fue suficiente para ayudar a su pareja.

—¡Corre, maldición, Metawin!

—¡No voy a dejarte solo! — Le aseguró, a pesar de que el mismo dolor de su cuerpo era agudo.

A lo lejos, como si fuese una señal divina, la sirena de un auto policial se dejaba oír y sus luces coloridas se acercaban hacia donde ellos estaban. El pánico se apoderó de los agresores, quienes entre gritos se apresuraban para abandonar el lugar.

Metawin respiró con calma, acercándose a Bright apenas estuvo con su libertad de vuelta y viendo a tres de ellos correr a toda velocidad alejándose de la policía. Sin embargo, no se percató de una cuarta presencia en escena sino hasta que escuchó su voz grave y despectiva dirigiéndose hacia ellos.

—Asquerosos maricones. — Escupió, sin darles tregua a reaccionar cuando un arma fue apuntada directamente a Bright.

Lo siguiente que se oyó fue el disparo, certero y preciso en la sien de quien permaneció en el piso, ahora inerte.

A Metawin le tomó unos segundos comprender lo que había sucedido, pues la sangre había salpicado parte de su rostro y todo cuanto podía observar ahora, eran los ojos abiertos de la persona a la que más había amado en el mundo mirándolo con unas pupilas dilatadas y carentes de brillo.

—¡BRIGHT!

Sus manos, temblorosas, fueron a parar a cada lado de su rostro, ignorando la hemorragia que cubría ahora sus palmas porque Bright no respondía, aunque lo moviera con todas sus fuerzas. Era todo, se lo habían arrebatado. Esos malditos homofóbicos le habían arrebatado lo más preciado que tenía en un abrir y cerrar de ojos.

UNMEI [ChanKai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora