1: El de la app para ligar

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Todas las mañanas, el olor a café recién hecho impregna la casa

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Todas las mañanas, el olor a café recién hecho impregna la casa. Como si la cafetera fuera una alarma y, automáticamente, se pusiera en marcha. Al principio no era muy fan del café de aquí, pero poco a poco me he ido acostumbrando, como a todo.

—Buenos días —canturreo mientras me arreglo el vestido. Hoy toca uno de flores.

Lo que más me gusta de vivir en Madrid es, sin duda, el buen tiempo. Hace unos meses ni me habría imaginado ponerme un vestido de tirantes para salir a la calle. En Irlanda hace tanto frío que debería estar prohibido.

—Tu alegría me da más sueño —gruñe Clara a la vez que se sirve una taza.

Hace unos meses que nos conocemos. Empecé a trabajar en España gracias a sus padres, pero creo que ya la conozco lo suficiente como para saber que no es una chica de mañanas.

—¿Compraste pan ayer? —pregunto, abriendo los armarios.

—Te prometo que voy esta tarde, el ogro de Violeta no me deja respirar —se queja. Da un largo sorbo de su café y, tras una mueca de desagrado, lo tira por el fregadero. Nunca entenderé por qué lo hace—. ¿Nos vamos?

Las dos trabajamos en una empresa de publicidad llamada Ad-Art. Ella es la asistente personal de la gran Violeta González, aunque a nosotras nos gusta llamarle "Yeti", porque es más fría que la propia nieve y no le deja respirar ni un segundo. Yo, en cambio, preparo carteles publicitarios para las compañías que nos contratan. Me encanta lo que hago.

—¿Tú sabes de qué va la reunión de hoy?

Saco mi tarjeta de identificación. El guarda de seguridad la pasa por el lector y nos abre la puerta para que pasemos.

—No tengo ni idea —contesta y se adecenta el pelo. El Yeti no tolera ningún tipo de imperfección. Una vez me contó que la mandó a casa a que se cambiara porque su blusa no conjuntaba con los zapatos—. Todo el mundo habla de ello.

Cuando llegamos a la planta donde está nuestra oficina, nos separamos. Ella trabaja en una mesa pegada a un ventanal, donde está el despacho de Violeta. Y yo en las mesas individuales que hay repartidas por el centro de la gran sala. Hace unos meses, ni me atrevía a pensar que llegaría a sentarme con todas esas personas llenas de ideas magníficas, solo me dedicaba a hacer fotocopias y llevar informes de un lado para otro, lo que se considera "la chica de los recados". Ahora tengo mucha más responsabilidad y me encanta.

—¡Todos a la sala de reuniones! —grita Violeta, saliendo de su despacho con su móvil en la mano.

Sus tacones hacen temblar hasta las mesas. Los pocos que estamos hoy nos levantamos con nuestros cuadernos y corremos tras ella. El último que llegue está muerto.

En verano, suele venir la mitad de la plantilla porque muchos se cogen vacaciones. Cuando nos sentamos, quedan huecos libres alrededor de la mesa, nadie quiere estar cerca de ella y parece que ya se ha cansado de quejarse.

La fórmula perfecta © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora