3: El del informe maldito

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En los últimos días, venir a la Ad-Art se ha convertido en una pesadilla

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En los últimos días, venir a la Ad-Art se ha convertido en una pesadilla. No dejan de atosigarme con las citas y encima ahora Violeta ha venido personalmente a mi mesa para decirme que tengo que realizar el informe. Lo único bueno es que, de vez en cuando, Clara viene con unos dulces para que me anime. Son de los que me encantan, con avellanas.

—¿Tienes el informe? —me pregunta, apoyándose en mi mesa. Aparte de por los dulces, ha estado viniendo también para preguntarme eso mismo. Seguro que le ha mandado Violeta.

—Creo que no lo voy a escribir —afirmo, centrada en la pantalla—. No me parece justo para el chico.

—¡Pero si fue un gilipollas! Harías un favor al mundo.

—El mundo no necesita que llegue yo a contarles mi vida como si fuese una heroína.

—Violeta se va a poner hecha una furia —responde, caminando hasta su mesa. Se le escapa una sonrisa. Sé que le obligan a presionarme, pero quiero centrarme en mi verdadero trabajo, para lo que de verdad he venido aquí.

Estoy inmersa en un proyecto de una empresa de cosméticos que quiere encontrar algo llamativo para vender su gama de productos veganos. Ahora me toca llamar a las posibles modelos para hacer las fotografías. Es lo más duro, pero sé que el resultado será genial.

Después de comer, nos metemos en la sala de trabajo para organizar los colores. Tenemos que tenerlo todo listo a final de semana.

—Erin. —La puerta se abre de golpe y todos nos giramos. Enzo está sujetando el pomo con fuerza, el enfado que tiene es notable. Todos nos acobardamos en cuanto da un paso hacia delante, pero me obligo a ser fuerte y no dejarme intimidar. ¿Quién se cree que es?

—Estamos trabajando —resuelvo y me giro para seguir con la elección de colores para el fondo.

—Sal. Ya.

Nada más decir eso cierra la puerta de golpe. Mis compañeros me miran con cara de circunstancia y yo resoplo dejándome caer en el respaldo de la silla, agotada por la tensión.

—Deberías salir —me dice Melissa, encogiéndose de hombros.

—Lo sé —respondo, resignada, y empujo la silla hacia atrás con desgana. Me coloco la falda y abro la puerta.

Desde fuera, Enzo me observa a través de las gafas de sol. Cuando me acerco, se las quita. Todo ocurre a cámara lenta e intento que no se dé cuenta de que le estoy mirando demasiado.

—¿Qué pasa? —hablo a la defensiva, con los brazos cruzados. Sé que no debería hablar así a un cliente, pero me saca de mis casillas como pocas personas consiguen hacerlo. Intento relajarme.

—Necesito el artículo sobre la cita para dentro de media hora —resume y empieza a caminar hacia la sala de reuniones, que está al otro lado de la oficina.

¡¿Media hora?!

—¡No lo he empezado todavía! —le sigo, nerviosa. Deja un rastro de colonia tras él, se nota que es perfume caro—. ¡No voy a poder hacerlo!

La fórmula perfecta © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora