16: El de la casa del hipocondriaco

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Por primera vez en lo que llevo en esta empresa, Violeta me ha felicitado por mi trabajo con las fotografías de las joyas, aunque no ha sido capaz de ocultar sus verdaderos pensamientos durante mucho tiempo y ha insinuado que si no hubiera sido po...

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Por primera vez en lo que llevo en esta empresa, Violeta me ha felicitado por mi trabajo con las fotografías de las joyas, aunque no ha sido capaz de ocultar sus verdaderos pensamientos durante mucho tiempo y ha insinuado que si no hubiera sido por Enzo no lo habría conseguido. Puede que fuera verdad, pero si esto ha salido bien no ha sido gracias a ella, eso está claro, sino el trabajo de un gran equipo. Al final, en eso consiste mi trabajo, en dar a cada uno el mérito que merece.

Estos días he intentado convencerme a mí misma de que lo que realmente echo de menos de Enzo no es él, sino los paseos en su coche, pero creo que mi subconsciente está ganando la batalla poco a poco. A veces, hasta huelo su colonia, pero sé que no es real. Lo mejor que ha podido hacer es marcharse de España.

—Te gusta, está claro —comentan Melissa y Clara mientras almorzamos. Hoy estamos menos, pues Manuel se ha ido de vacaciones esta semana.

—Puede —admito y encojo la nariz.

—Cuando le vuelvas a ver, no le dejes escapatoria —ríe Clara. Al principio no la entiendo, así que tiene que volver a explicármelo. Entonces comprendo la mente tan sucia que tiene y le tiro un trozo de lechuga que me sobra de la ensalada.

Volvemos a nuestras mesas, pero nos detenemos las tres al mismo tiempo al ver que Fabiola está hablando con Violeta. Parecen dos estatuas creadas por el mismo escultor y lo cierto es que resulta espeluznante.

—¿Qué hará aquí? —comento confusa.

—Ni idea, voy a enterarme —añade Clara, curiosa. Nos sentamos en nuestros respectivos asientos y al cabo de un rato me llega un mensaje de mi amiga.

—"Va a hacer la campaña de ropa interior" —leo en un murmullo apenas comprensible y me hundo en la silla.

Un momento después, la puerta se abre y los tacones de las dos repiquetean en el suelo. Nada más verme, Fabiola me lanza una sonrisa de superioridad.

—Oh, Elena, qué gusto verte de nuevo.

De repente, su voz me resulta de lo más desagradable. ¿Cómo me pudo parecer simpática en un primer momento?

—Me llamo Erin —respondo con enfado, cruzándome de brazos. Ni siquiera me levanto.

—Ah, sí. Eres la amiguita de Enzo —añade, esbozando una amplia sonrisa que no se refleja en sus ojos—. Te alegrará saber que estamos juntos.

—¿Quiénes?

Me incorporo inconscientemente.

—Enzo y yo. Esta misma noche cenaremos juntos en el restaurante más caro de Roma.

La garganta se me seca y el corazón se me detiene. No soy capaz de sonreír, pero ella sí lo hace, dejándome con mil palabras en la boca que no son capaces de salir.

No hay lugar a duda que Fabiola sí que pertenece al grupo de los altivos y arrogantes.

Entonces comprendo por qué se despidió de esa manera tan fría aquella noche. Si de una cosa estoy segura, ahora mismo es de que este tipo de personas están hechas para estar juntos, me duela lo que me duela. Cada uno es dueño de sus decisiones y si él quiere arruinar su vida con una persona tan desagradable allá él. No me importa en absoluto. Bueno, quizá un poco, vale, pero no significa nada. Ya no. Nada en absoluto. Mañana estaré como nueva. Como si no hubiese pasado por mi vida y la hubiese descolocado por completo.

La fórmula perfecta © |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora