5. Bajo Sus Garras.

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El pasillo que daba a los escalones aguardaba en total silencio. Abrí lo suficiente la puerta de la habitación de mi padre como para poder tener una buena visión del perímetro sin exponer mi cuerpo en caso de que "algo" estuviera al asecho, como había sugerido Chris hace unos instantes.
Cerré la puerta y suspiré mientras me recargaba en ella, dejando a mi cuerpo deslizarse y terminando con mi trasero en el suelo.
Chris me miró expectante desde algún rincón de la habitación, sosteniendo en posición de ataque el viejo bate madera.
Lo miré mientras cerraba los ojos y buscaba tomar aire en una bocanada que dejaba al descubierto mi cansancio.

— Y qué mierda fue eso?... Siguen fuera?
— No, no parece que sigan dentro de la casa. Tal vez... debería intentar bajar y dar con los celulares, llamar a la policía...
— Cómo estas tan seguro de que se han ido? Ahora eres el encantador de perros?

Nos reímos a lo bajo, una mala broma de Chris bastante típico de él.

Bajé. Solo por decisión de ambos, si algo sucedía Chris tendría que intervenir y salvar lo poco que esas bestias dejaran de mi cuerpo, o al menos intentarlo. Todo era un desastre: paredes rasgadas, parte de las escaleras había sido derribada, seguramente por el peso de una de esas criaturas, cristales por el suelo iban haciendo coro a cada paso que daba, mi casa no era muy grande pero era todo lo que tenía, todo lo que me quedaba de mi madre, de mi padre y ahora estaba... hecha mierda. Había sangre y pelos oscuros y grises, plateados y amarillentos, los había en mechones ensangrentados por toda la sala. Y allí en la sala, el celular de Chris había sido partido en dos pedazos casi irreconocibles.

— Maldición... debe ser una maldita broma... — dejé sobre lo que quedaba de la mesa de centro el cascajo digital que ahora era el teléfono.

Un quejido proveniente de la cocina llamó mi atención, haciendo detener mi respiración por un momento, respiré y caminé cauteloso y cuidando el camino bajo mis pies para evitar dar señal de mi presencia en caso de tener que salir corriendo.
Mi alma volvió al cuerpo cuando no encontré a ningún lobo gigante y feroz sobre la mesa, pero la misma alma que recién volvía a mi cuerpo se congeló frente al hombre claramente herido en el suelo. Me acerque aún dudando de lo que veía frente a mi.

— Hey... — un pequeño y amable movimiento sobre su hombro solo para hacerlo reaccionar. — hey... qué demonios haces aquí?...

Conocía a este chico.
El hijo de Roger; con su cabello blanco como si más de 100 inviernos hubieran pasado sobre él, su piel pálida y sus ojos ambarinos. Una pequeña mutación caprichosa en sus genes lo había convertido en una imagen digna de la fantasía, dándole una apariencia casi albinezca y fantasmal. Y por todos los santos que conocía... el carmesí de la sangre le iba perfecto a esa apariencia casi angelical.

— Uhg... — se quejó mientras se encorvaba a mis pies.

Jamás sentí una necesidad tan grande de alcanzar a alguien, protegerlo, levantarlo del suelo y sujetarlo contra mi cuerpo, escuchar su respiración y probar su dolor... o tal vez probar esos labios rosados y pálidos como una flor perdida entre la nieve.
Bajé y me acerqué más a su cuerpo, acaricié el contorno de su rostro y detuve el pulgar justo en la entrada de su boca, entre sus labios. Pude sentir su respiración tan ligera como una pluma, y entonces me sentí observado.

— Qué haces? — nisiquiera se inmutó... Un hombre prácticamente tenía el pulgar en su boca y a él... no parecía importarle en lo más mínimo. — Ugh... Ouch... N-no deberían seguir aquí, v-váyanse ahora.
— Necesitas ayuda. No entiendo ni una mierda lo que esta pasando y no sé qué mierda haces en mi cocina y herido... pero necesitas ayuda.
— Solo váyanse, toma a tu amigo y salgan de aquí, vayan al p-pueblo. UGH... E-ellos van a volver... — un quejido casi gutural detuvo su voz y lo hizo cerrar los ojos buscando aminorar el dolor.
—...

Bleiz FeralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora