6. En La Lluvia.

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Pasaron tres largas semanas desde aquella mañana que vino a despedazar mi realidad. Jamás me consideré un escéptico sobre nada, y como todo pueblo de antaño; Montgomery tenía sus leyendas: historias que evocaban mágicas explicaciones alrededor de su territorio, seres y presencias más allá de la comprensión humana. Jamás lo dude, pero jamás termine de creer en esas historias infantiles, ganchos para pescar turistas y viajeros. Mi propio abuelo había alentado estas leyendas, terminando sus días en un psiquiátrico, después de pasar gran parte de su vida cazando animales, esas muertes lo terminaron persiguiendo a él. Me contaba historias de como bestias lo buscaban con intenciones de cazarlo, de esparcir sus entrañas sobre la tierra fértil que él mismo había mancillado con muerte. Pero ¿Quién podría culparlo?.
Debía mantener el negocio y a la familia, y cazar le producía materia prima y dinero extra, es una lastima que nada de eso pudo salvarlo de la espiral de locura que lo terminó envolviendo para su vejez.
Me quedé en casa de Chris.
Jessica había viajado a visitar a Julián.
Su madre la había acompañado en su papel de turista curiosa.
Chris no habló mucho sobre aquella noche, cualquiera que fuera la explicación que le dio Bosco para calmarlo: había funcionado.
Al cielo lo cruzaban nubes grises aquella tarde, el pronóstico del clima anunciaba "una tormenta de primavera", lo que significaba:
Quedarse en casa.
Cubrir ventanas y puertas.
Resguardar mascotas.
Comprar víveres.

Oh carajo... Olvide abastecer la alacena como me había pedido Chris.
Tomé mi sudadera y una mochila prestada de mi amigo, junto con las llaves del auto de su madre, y me dirigí al super mercado, esperando que aún mantuviera sus puertas abiertas... y algo decente sobre los mostradores.
En el pueblo solo había un "super mercado" y realmente no tenía nada de "super". Tenía puertas automáticas y dos cajas registradoras, había una máquina tragaperras a un lado de la puerta, y junto a ella se amontonaban las canastas para que tu visita no sea aún más deprimente. Contaba con cinco pasillos:
Enlatados.
Frutas y vegetales.
Cereales y galletas.
Mascotas.
Limpieza general.

Recorrí con calma cada uno de los pasillos, eligiendo cualquier cosa que pudiera servir como alimento para dos hombres de 24 y 27 años durante un par de días. Me detuve en la sección de pan y fingía leer el envoltorio de una barra energética mientras pensaba en las últimas semanas, y el mal sabor de boca que me dejó aquella mañana en el bosque, en compañía de esos dos hombres, y su... Su inexplicable y fantástica revelación.
Había comenzado a caminar sin rumbo por el espeso bosque dejando a aquellos hombres detrás, escuché al menor llamarme, pero yo solo pensaba en salir de ese lugar que parecía asfixiarme, el nudo en mi garganta bajó hasta mi estómago y de inmediato volvió a subir, ahora en forma de ira y un dolor inexplicable, me sentía estúpido, y el miedo albergó la poca confianza que comenzaba a crecer entre ellos y yo.
Me alegró tanto no saber nada de esas personas durante estas tres semanas, había respirado, incluso me había convencido de que todo fue solo un sueño, un horrible y absurdo sueño a raíz de las cervezas y malas pasadas, a manera de duelo por la pérdida y el dolor que significaba perder a mi padre.
Mentí.
Si, estaba tranquilo y me alegraba no haberlos encontrado por el pueblo estos días.
Pero también había algo en mi pecho, colgando de él, meciéndose con dolor, incubando un agujero de tristeza, un nuevo hueco había comenzado a ennegrecer y crecer en mi corazón, justo a lado de la muerte de mi padre, de Isabella, del abandono de mi madre y de Julián, justo a lado de cada uno de los errores cometidos en nombre de la soberbia y de la juventud, errores que ahora en medio de la soledad e incertidumbre del futuro, comenzaban a pesar.
Me sentí observado, y me vi obligado a girar sobre mis pasos.
De un exhibidor cayó un tubo de galletas, alertando la presencia de alguien del otro lado. Me acerqué, y mi corazón se encendió al encontrarme con el par de ojos mas hermosos y vivos que jamás vi. Y aquellos ojos parecían molestos por haber sido descubiertos tan rápido, y de una manera tan torpe.
Sonreí porque era imposible no sentir algo de ternura por el hombre, y su reacción.  
Me miró.

Bleiz FeralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora