El lunes llego bastante rápido, pasé el mayor tiempo en cama a causa de las heridas que sanaban poco a poco. El médico sugirió descansar y no mezclar los analgésicos con cerveza. La madre de Chris y Jessica se angustiaron al escuchar el relato que Chris se encargo de narrar de una manera exageradamente heroica durante la cena del sábado, reímos bastante esa noche. Silas me visitó el domingo por la tarde, parecía no haber dormido en días, su rostro pálido se apreciaba mucho más pálido por las ojeras que enmarcaban sus ojos grises, no habló mucho durante su visita, pero se alegro de saber que me encontraba mejor, se fue sin despedirse. Llamé a la casa de la familia Bleiz, lo hice después de acabar el jugo de manzana, lo hice después de tomar una siesta obligada, después de ducharme, antes de ver una ridícula película de horror, antes de dormir, al despertar al día siguiente, por la tarde, por la noche, en ningún momento hubo respuesta de su parte. Maldije en voz alta y clara.
La madre de Chris insistió en que me quedara al menos un par de días más bajo su techo, no me pareció buena idea.
Agradecí por su hospitalidad.
Estaba frente a casa, lo que quedaba en ella, pensaba que tal vez era momento de comenzar a trabajar en aquel hogar vacío. La sombra del recuerdo de mi padre dentro de esas paredes aún me atormentaba. Jamás fuimos una familia unida, ninguno de los dos desempeñó la mejor versión del papel que nos correspondía en aquella trama familiar; padre, hijo, familia. Pero lo amaba, y me amaba, había una lealtad invisible que nos unía, aún si ese no fuera nuestro deseo. Y si todo el caos que se había desatado desde la llegada de la familia Bleiz al pueblo y a mi vida era cierto, entonces había muchas más cosas que nos unían, mucho más de lo que alguna vez pude imaginar. El problema era que él ya no estaba aquí, solo estaba yo, y esa realidad jamás me pareció tan abrumadora.
Abrí la puerta, después de meses que parecieron años, y la madera del suelo se quejó frente al peso de mis pasos, un sonido nostálgico y familiar. Recorrí el comedor, la pequeña cocina con el cristal aún roto, asomé mi cuerpo con cuidado por la ventana y respire hondo el aroma del profundo bosque que se abría frente a mi detrás de aquel viejo marco de madera. Me duché, y me recosté sobre mi cama, observé con atención mi viejo librero, mi escritorio, la mesa de noche con la vieja fotografía familiar: mi padre había insistido tanto en enseñarme a pescar, y yo jamás aprendí. Impulsado por ese distante recuerdo de pesca, decidí entrar a su habitación por primera vez desde su muerte, no lo pensé mucho, yo jamás pienso suficiente sobre las cosas, así duelen menos. Su habitación era más ordenada que la mía, más fría también. Me senté sobre su cama, sentí la tristeza asomarse por mis ojos, y la ignoré trazando círculos con la punta de mi pie sobre el alfombrado color vino, respiré y dolió; tanto fuera como dentro. El sueño me venció, y me llevó lejos, más allá de casa, del bosque, más allá de St. Montgomery, me llevó en el tiempo, y había un pequeño Kiel enojado con su padre, enojado porque su padre le preparó el pescado que ellos había conseguido pescar con tanto esfuerzo esa misma tarde, y Kiel sólo quería una maldita hamburguesa con tocino.
El despertador viejo de mi padre me hizo salir de la cama un par de horas antes de lo habitual. Revisé el celular esperando encontrar alguna señal de vida por parte de la familia en el bosque, no tuve suerte. Fueron Jessica y Chris los que se habían tomado la tarea de llenarme de textos molestos. Caminé por el bosque hasta aquella casa con una puerta de roble oscuro que parecía irrompible a la vista y tacto, la golpeé y grité tanto como el dolor en mis heridas me permitió, maldije al no tener ningún tipo de respuesta. Mi frente se recargo sobre la puerta, exhalé hondo y fuerte, me sentí estúpido por tener esperanzas de obtener alguna respuesta después de haber sido ignorado por días. Y quizá todo esto en realidad había sido sólo un mal viaje a causa de drogas y alcohol, pero tendría que haber sido el mejor viaje de mi vida porque lo conocí a él: a Stellan, en quién no había parado de pensar día y noche, y de quien tan desesperadamente necesita saber ahora mismo. Cerré los ojos intentando inútilmente encontrar aquel vínculo del que tanto se jactaban esos lobos, y lo único que encontré dentro fue dolor y desesperación por no poder saber nada de Stellan, de mi Stellan, mi maldito lobo, mío, y no iba a permitir que nadie me lo quitara.
El sonido de las hojas secas siendo quebradas bajo el peso de un cuerpo me permitió volver a mi realidad lejos del lobo que tanto deseaba ver. Un lobo distinto, pero familiar me mostraba amenazante sus dientes; Daven. En un parpadeo corrió hacia mí, en medio de esa corta trayectoria, en cuestión de segundos el lobo adoptó su forma humana, su brazo golpeó y se mantuvo fuerte sobre mi cuerpo, aprisionando mi cuello con fuerza, sus ojos brillaban llenos de ira.
— Daven. — tosí a causa de la presión sobre mi cuello. No hubo respuesta. — ¿Qué te pasa? Suéltame imbécil…
— ¿Te pareció buena idea llevar a mi hermano hasta un grupo de cazadores? Maldito idiota, debería arrancarte la cabeza aquí mismo… asqueroso humano egoísta. — escupió con repudio las palabras, y aflojó su agarre lo suficiente como para que yo mismo pudiera retirarme.
— Lo siento, yo no sabía que tu hermano me estaba siguien-…
— ¿Lo siento? Eso mismo dijiste cuando abandonaste a su suerte a Bosco, dime Kiel… ¿sabes hacer algo más además de disculparte?
— ¿Crees que lo llevé conmigo apropósito? ¿Me crees tan estúpido? — lo empujé fuera de mi alcancé de manera instintiva.
— Te creo así de cobarde, si. — imitó mi respuesta y me empujó hasta que mi espalda chocó contra la puerta detrás de mi.
Le lancé un golpe directo a la cara, el cual esquivó sin ningún esfuerzo, y aprovechando ese movimiento; fue él quien golpeó mi estómago, lo suficientemente fuerte como para revivir el dolor de mis heridas, que no se hicieron esperar y salieron a flote, mordiendo mi cuerpo con punzante insistencia. Me mantuve flexionado en el suelo, cubriendo mi estómago, esperando a que el dolor se detuviera o algún otro golpe de su parte, y lo que escuche fueron sus pasos alejarse.
Pasé el resto de la tarde bebiendo y escuchando un partido de fútbol que parecía ser lo suficientemente bueno como para alentar al resto de clientes en el lugar. Estaba molesto, molesto con Daven por ser un Idiota necio, molesto con Stellan por ser un Idiota y no contestar ningún maldito mensaje, por no salir de mi cabeza, y estaba mucho más molesto conmigo por ser un Idiota en todo aspecto, por permitir que Stellan entrara en mi corazón y mi cabeza, como un virus, infectando todo, cada pensamiento, cada sueño, cada emoción le pertenecían a él, y ahora me tocaba sufrir por eso. Terminé el tarro de cerveza con un último trago, un chico de ojos rasgados y piel morena al otro lado del bar me sonrió y guiñó en una clara invitación, y yo no estaba lo suficientemente ebrio como para no aceptar su descarada invitación. Le indiqué la salida y con un brinco se puso de pie y me siguió sin más rodeos. Nos besamos antes de entrar al auto, se colgó de mi cuello para darle más libertad a su lengua dentro de mí boca, mientras yo a ciegas con mis manos buscaba las llaves en los bolsillos de mi chamarra, entramos al auto.
— Kiel Malkasten… te había visto antes por el lugar, no creí que fueras gay — resopló mientras se extendía cómodamente en el asiento del copiloto, y leía el viejo carnet de la universidad que llevaba mi foto y nombre. — será una noche divertida.
Era un chico lindo a pesar de lo demacrado que se apreciaba, llevaba el cabello algo largo, más allá de los hombros, sus rasgos faciales delataban claramente una ascendencia nativa americana, llevaba un tatuaje en su brazo derecho, que no pude distinguir completamente por culpa de la pobre iluminación dentro del auto, lo que me hizo caer en cuenta que la noche ya había caído sobre nosotros. Conduje hasta casa, sus labios carnosos se treparon a mí cuello apenas abrí la puerta principal, su peso me hizo caer al sofá, los besos continuaron previo al desprendernos de la ropa que llevábamos encima, quedamos solo en jeans antes de continuar, y su erección se presionaba dura contra mi pene, que no estaba respondiendo el cumplido. Sucedía algo similar dentro, al besarlo pensaba en Stell, al morder sus labios y provocar pequeños gemidos de dolor y placer, al tocar su piel húmeda y caliente por el sudor, al saborear su dulce aroma y sentir su cuerpo presionando contra el mío, yo solo podía pensar en Stellan, y en cuán incorrecto se sentía estar aquí, con este chico desconocido.
— Lo siento. — me excusé mientras lo retiraba de encima y me incorporaba en el sofá. — te llevaré a casa y te pagaré si eso quieres.
— No soy un prostituto, pero agradeceré si me llenas el estómago de otra manera a la que pretendíamos hace unos segundos.
— Bien, la nevera está por allá, es toda tuya. — le señalé la dirección, y el se retiró en busca de algún bocadillo mientras yo encendía un cigarro e inhalaba hondo para quemar mi garganta y con suerte; el sentimiento de culpa que crecía en mí.
— ¡Hey no me dijiste que tenías un perro, soy alérgico! — desde la cocina pude escucharlo gritar más molesto de lo que tenía derecho a estar. Sin terminar de procesar el mensaje, caminé para encontrarme con él, y explicarle que estaba equivocado, que no tenía ningún perro, de hecho jamás tuve ningún perro, ya que mi padre compartía esa misma alergia que él acababa de confesar. Pero si que había un perro, un lobo para ser exacto.
— Mierda… — me acerqué con cuidado, el lobo de Stellan estaba bajo la mesa, lloriqueando y con las orejas hacia abajo.
— Mi viejo es veterinario de aves, pero si tu perro está enfermo te podrá ayudar. — lo dijo mientras mordía un sándwich de maní y jalea.
— Ese es un buen eslogan, pero no te preocupes. Te pediré un taxi, si estas de acuerdo.
— Si, esta bien. Te dejaré mi número por aquí — escribió una suerte de garabatos sobre el cuaderno de notas. — para cuando te encuentres de mejor humor. — y guiño un ojo.
Lo acompañé al taxi, y le pagué al chófer, no regresé a casa hasta que perdí el auto de vista.
Entré directo a la cocina, ahora mi enojo había escalado al menos dos nivel más. No entendía a estos lobos, no entendía a Stellan, primero desaparece y me ignora, y ahora estaba en su forma animal lloriqueando y gimiendo como un cachorro asustado debajo de mi mesa. Me pare frente a él, y apagué el cigarro hundiéndolo sobre el viejo cenicero de mi abuelo.
— Espero que tengas una maldita buena explicación. — no hubo respuesta. — tengo toda la maldita noche, pero no tengo la paciencia para esto.
Pude escuchar el traqueteo distintivo de los huesos acomodándose y moviéndose hasta encontrar su lugar natural. Stellan salió desnudo de su escondite, había humedad en sus ojos, humedad que no intentaba disimular la tristeza. Yo no podía pensar en algo que no fuera la desnudez que tenía enfrente, su belleza era embriagadora, su piel parecía de la más fina porcelana, había pecas claras sobre sus hombros y sobre una pequeña parte de su espalda, no había ni una sola imperfección a la vista sobre aquel hermoso ser. Le ofrecí un juego de pijama, tomando en cuenta que no había visitado la lavandería estos días, era lo único limpio y decente que podía ofrecerle. Claramente Stellan era más delgado y pequeño, pero incluso con una pijama ajena, se veía hermoso. Nos sentamos a la mesa.
— No puedes hacer esto, es peligroso, y no es correcto entrar a las casas de otras personas.
— ¿Te gusta tener sexo con otras personas? — me ignoró completamente.
— No quiero que vuelvas a entrar a mi casa de esa forma, y no deberías alejarte de la tuya. — intenté seguir su juego e ignorar su pregunta.
— Puedo sentir lo mismo que tú, es una señal muy débil pero lo siento, tu no querías hacerlo… ¿por qué te forzaste de esa manera?.
— ¿Quieres dejar de ignorarme?
— Entonces responde.
— No, no puedes venir y hacer esto. Stellan me ignoraste por días, no contestaste ningún mensaje, estaba preocupado por ti, ¿y ahora vienes como si nada hubiera pasado? ¿Tienes una maldita idea de cómo me sentí al ser ignorado por quién dice quererme? La última vez que te vi; te creí muerto… No puedes jugar conmigo de esta maldita manera…
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Bleiz Feral
Teen Fiction"Las bestias que decidimos esconder bajo la piel son las que más daño nos pueden hacer." Kiel tiene 24 años y una vida tranquila en su pequeño pueblo. Su vida tambalea y pierde el rumbo cuando una nueva familia llega y se instala en el bosque. Y co...