Capítulo 5- Orden de los Pobres Caballeros de Cristo del Templo de Salomón

193 18 52
                                    


Por más que le ofuscara, debía admitir que el espectáculo era fascinante: un gigantesco bloque de hielo se alzaba desde el suelo hasta el techo, como un pedazo de glaciar humeante que servía de fortaleza para proteger al ser en su interior. Leiftan tiritó dentro de su abrigo, pensando cuánto maana llevaría consumido el dragón para mantener una temperatura tan ártica en un ambiente cuyos grados oscilaban muy por encima. Debía obligarlo a salir de allí lo más pronto posible antes de que quedara demasiado débil y no pudiera siquiera cumplir con su propuesta.

Afortunadamente había convencido a la persona a cargo para que él pudiera relevarla, instándola con que ya era de madrugada y necesitaba descansar. Contaban con poco personal debido a la desinformación respecto a los dragones y a lo rápido que se había ejecutado su eficaz plan de captura, por ende le fue fácil sacarse a todos de encima y escabullirse en el vacío cuarto de vigilancia para cerciorarse de que las zonas estuvieran despejadas y apagar las cámaras.

Soltó un suspiro que salió en forma de nube de vapor. Ahora sólo necesitaba convencer al inestable cabeza hueca dentro del corto lapso de horas que los separaba de la mañana, antes de que llegara el equipo de refuerzo y el edificio se infestara de gente.

Ah, ya estaba cansado de los planes, las artimañas, los engaños y de la sensación de adrenalina que le decía que si algo salía mal iba a ser el fin de todo. Quizás estaba envejeciendo muy pronto ya que le hacía mucha más ilusión ir a dormir a su nuevo departamento y luego salir a caminar para poder cruzarse con Erika... sin embargo debía recordar que hacía esto por ella y su bienestar, así que se dispuso a dejar de quejarse en su mente y a ponerse manos a la obra.

Concentró maana en su puño y se aproximó al bloque de hielo, dando pequeños golpecitos con sus nudillos. Su energía fue transmitiéndose como vibraciones que se expandieron por todo el pedazo de glaciar, resquebrajándolo y agrietándolo. Iba a insistir pero al momento se percató de que el hielo no se regeneraba sino que se fisuraba cada vez más, haciéndose añicos. Probablemente el sujeto en su interior se había percatado de su esencia y había decidido no gastar más maana en mantener aquella fortaleza helada.

Leiftan retrocedió y se sentó en una silla, esperando a que el dragón saliera de manera formal de una vez por todas. Casi como si de cristal se tratase, los fragmentos de hielo restantes terminaron de desplomarse, dejando el paso a un hombre de imponente estatura que salió envuelto en una nube de polvo helada.

—Bienvenido, Lance.

El aludido no manifestó sorpresa alguna, sino que se limitó a observarlo con un rostro indiferente. Hacía mucho tiempo desde que se habían visto por última vez y Leiftan notó que tanto su porte como su semblante lucían distintos, como si se tratase de otra persona más noble que se había despojado del cinismo que tanto lo caracterizaba.

—Creí que estabas muerto —repuso el aludido por fin, dando un vistazo alrededor de la cámara donde se encontraban. — Aunque tuve una extraña sensación durante la emboscada que nos hicieron los humanos, pese a la confusión había algo familiar en la formación que utilizaron... algo eldaryano.

—Yo también creí que estabas muerto, pero tal parece que me confundí de dragón.

Para continuar con su asombro, Lance apenas se inmutó. Sólo pudo percibir un sutil movimiento de su semblante que creyó interpretarlo como una tensión en sus cejas y sus pómulos. Le resultaba irrisorio el abismal cambio que presentaba, ya no dejaba que las provocaciones dominaran sus impetuosas emociones.

— ¿Qué quieres, Leiftan?

—Quiero que te largues de aquí.

El dragón lo miró, escéptico.

El Ocaso de los Mundos [Eldarya]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora