Años antes
Sukuna subió las escaleras corriendo, casi tropezando en el último tramo, y metió las llaves en la puerta. Abrió con prisa y se arrojó dentro del apartamento, cerrando de un sonoro portazo.
Se quedó quieto, escuchando el sonido del vehículo de la Policía pasando de largo, carretera abajo. Suspiró. Se deshizo de las botas negras militares, con punta de acero —para patear cabezas, según él— y las dejó en el recibidor con una gran sonrisa triunfal. Recorrió el pasillo tarareando cualquier canción, entrando a su habitación.
Un par de ojos se posaron sobre él.
Sus músculos se tensaron, con aquellos bonitos iris de mar hundiéndolo, ahogándolo desde la parte de abajo de la litera. El chico pareció incomodarse, apretaba los labios y, desde su perspectiva, se volvió más pequeño e indefenso.
—Hola. —Musitó el chaval, paseando las pupilas con vergüenza por sus vaqueros rotos, por el cinturón adornado con balas sin pólvora, la camiseta de tirantes de la que sobresalían unos envidiables bíceps. El rosa pintó sus mejillas con gracia.
Quiso corresponder al saludo, pero sucedieron dos cosas. La primera, quizá la más importante, era que se le habían acabado las palabras. La segunda, la más molesta de ambas, fue el empujón que le metió su hermano, que entraba en la habitación con un plato en la mano.
—Aparta, escoria. —Gruñó, creyéndose que se iba a librar de una bofetada sólo porque su amigo del instituto estaba en casa.
Lo agarró de la estúpida sudadera amarilla, mostrando los dientes como un animal rabioso. Sin embargo, no hizo nada, sólo fue un aviso. Aquel mar quería arrastrarle a sus profundidades, lo presionaba, lo mataba con delirante lentitud.
—No manches las putas sábanas con la pizza. —Acabó por soltar, subiendo hasta la parte de arriba de la litera.
Se dejó caer sobre el colchón, sacando un paquete de cigarrillos de los pantalones. Tomó uno y lo encendió con pereza, acomodándose. Tenía el cuerpo cansado, la mente y los latidos alterados.
El jodido amigo de su hermano era tan atrapante y perfecto que conseguía hacer que se arrepintiera de todo lo que hacía. Con aquella sudadera azulada y enorme, el pelo bien peinado y una tierna sonrisa en el rostro. Sabía que sacaba buenas notas, había chocado más de una vez con él en miradas incómodas que se acababan alargando y suavizando.
—No tenías por qué insultarlo, ¿sabes? —Escuchó el susurro desde la parte de abajo.
Y tenía una voz preciosa. Exhaló una nube de humo. Megumi era tan bonito que ablandaba su podrido corazón.
⋆★⋆
Satoru acarició su mejilla, mirándole con pena.
—Lo siento. —Las lágrimas se deslizaban por el pulcro rostro del chico. Se limpiaba con fuerza, acurrucándose más entre las sábanas. —Es sólo lo que te he contado. No sé si dejarlo.
—Entiendo. —El hombre asintió, sentado a su lado con la espalda apoyada contra el cabecero de la cama. Hacía rato que había decidido darle los buenos días a su pequeño, y habían acabado hablando sobre todo. —Es normal que te estreses por la universidad, debe de ser muy difícil. Aún así, quiero que sepas que tu padre y yo estamos muy orgullosos de ti.
Megumi sorbió por la nariz, dejando que el mayor le peinara con delicadeza y cariño. Cerró los ojos, tratando de hacer que las perlas dejaran de pulir su piel, pero únicamente consiguió que salieran más.
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Sweetness || SukuFushi
FanfictionSi Megumi se sentía mal porque no era dulce, entonces se convertiría en su caramelo favorito. ©Los personajes no me pertenecen, créditos a Gege Akutami. •Universo alternativo. » Comenzado el 03/02/21, acabado el 09/05/21 ~1° en #sukufushi 16/03/21