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—Escucha, cabeza de melón, ¿qué hago ahora?

Su hermano refunfuñó al otro lado de la línea, oía golpes e intuyó que estaba haciendo alguna cosa. Lo cierto era que Megumi resultaba cien mil veces más importante que la tontería que estuviera haciendo.

Se apoyó contra la mesa de la cocina, con la puerta cerrada. En parte, estaba cubierta de cristal, así que podía alcanzar a ver la entrada del salón del apartamento, al otro lado. Vigilaba constantemente, aunque sabía que su novio estaba en la sala de estudio, ocupado, con aquellos preciosos ojitos recorriendo párrafos enteros de apuntes. Apretó los labios, impaciente.

—¿Por qué no buscas por Internet y me dejas en paz? —Itadori dio un golpe más a quién sabía qué, aparentemente frustrado. —Si tanto lo quieres, esfuérzate.

La llamada se cortó y Sukuna frunció el ceño.

Sabía que Yuuji era la persona que mejor conocía a Fushiguro, pues habían sido amigos desde los dos últimos años del instituto y, a pesar de que sus caminos se habían separado ligeramente por los estudios, continuaban viéndose con frecuencia.

Se quedó con el teléfono en la mano, como un idiota. Él también debería de saber cómo actuar delante del chico, al fin y al cabo llevaban meses viviendo juntos y un año completo de relación. Nunca se había sentido tan inútil. Abrió el buscador del móvil, que apenas usaba, y puso lo primero que se le ocurrió.

Se rascó la nuca, sintiendo el progresivo frío de la tarde.

El Sol se escondía, mientras devoraba artículos y mierda, mucha mierda, que no sabía cómo hacer o digerir. Se dejó caer en una de las sillas y apoyó la espalda contra la pared de azulejos blancos, jugueteando con uno de los cordones de su sudadera negra. No tenía el tacto necesario ni el valor suficiente como para dejarle estúpidas notas escondidas entre la ropa —para eso más bien podría arrojarlo a la cama y susurrarle cuánto le quería, era exactamente lo mismo—, o para invitarlo a un concierto —odiaba los jodidos conciertos, demasiada gente, demasiado ruido—.

Podría llevarlo al cine más de seguido, aquella idea sí le gustaba. Lo de cocinar para él y sorprenderle con galletas lo dejaría para un futuro en el que nadie no corriera el peligro de ser chamuscado por un incendio. Recordaba la primera vez que había intentado hacer algo como aquello.

Salió mal. Muy mal. Y, aún con todo, Megumi comió con gusto aquellas tontas galletas horneadas con torpeza, casi quemadas.

Era un amor de persona y él un puto desastre. Echaba la vista hacia atrás y se daba cuenta de que, lo único que había hecho por su precioso chico había sido dejar de fumar, dejar de beber de más en las fiestas y usar preservativo; comenzar a ser más tierno y cuidadoso, responsable y atento. Además de confesarse con la ayuda del cabeza de nalga de su hermano. Tal vez, debería de dejar de insultarlo tanto y agradecer todo lo que le había ayudado con su pareja.

Aquello no ocurriría.

Con su mente abogada al vacío, le llamó la atención esa cosa que correteaba por encima de la mesa, a su lado.

—¡¡Joder!! —Chilló, levantándose de golpe.

Dejó caer el móvil al suelo, junto a la silla, alejándose de aquel monstruo enorme, negro y peludo que lo miraba con sus ochocientos ojos diminutos y asquerosos, tropezando en el camino. Escuchó la silla caer contra el suelo con estrépito. Se abrazó a sí mismo, en la otra punta de la cocina, con la respiración alterada. Se apoyó en la encimera, pegando la espalda al borde, como si quisiera subirse y escalar la pared. Si pudiera, se agarraría al techo.

—¿Qué haces, Ryomen? —Una nube despeinada de pelo negro se asomó a la cocina, abriendo la puerta.

Megumi miró con preocupación a su novio, que señalaba la pequeña araña que escapaba por encima de la mesa de la cocina, subía por la pared y huía de ambos. Se le escapó una pequeña risa al ver el desastre que había montado por ello. Le resultaba tan tierno, con aquella ajustada sudadera y los vaqueros rotos.

Sweetness || SukuFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora