Años antes
Sukuna odiaba aquellos estúpidos juegos de preguntas con toda su alma, de la misma manera en que odiaba no poder salir de casa porque estaba castigado —sus abuelos se enteraron de la multa de seiscientos dólares que había recibido por desorden público—. A sus veintiún años sentía que, tal vez, no quería seguir viviendo aquella vida de delincuente en potencia.
Dejó que el amigo de su jodido hermano observara de cerca la herida de su mejilla, una cicatriz de la pelea que había tenido y por la que le habían prohibido salir durante el resto del mes. Esperaba que no quedara marca, ya que tenía planeado tatuarse el rostro. El chico se sentó a su lado, los tres formaban un triángulo en el suelo, con una estúpida botella en medio. No, no era para besar a nadie, sólo para hacer preguntas de verdad o reto, mientras fuera llovía como si fuera el puto Diluvio Universal.
Estaba de mal humor, pero no podía evitar ablandar su mirada cuando chocaba con aquellos bonitos ojos de mar. Se cruzó de piernas y de brazos, escuchando cómo los otros dos hablaban y reían.
—¿Por qué preguntas eso? —Megumi le dio un codazo a Itadori, sin ánimo de hacerle daño. Llevaba la tonta sudadera amarilla de su mejor amigo. —Ya sabes que nunca he estado con nadie de esa forma.
Alzó la mirada, aquello sí le interesaba. De repente, los dos le observaban, como si esperasen que dijera algo. Arrugó la nariz, molesto por la prenda que llevaba el chico, mientras que su hermano estaba vestido con una camiseta de tirantes negra y los pantalones anaranjados del pijama. Qué ridícula situación.
—¿Y ahora qué pasa? —Gruñó, al comprobar que era cierto que esperaban por algo.
—Te toca responder. —Yuuji sonrió con picardía, agarrándose al brazo de Fushiguro como una mujer en apuros. Le jodía tanto que hiciera aquellas cosas. —¿Con cuántas personas te has acostado a la vez?
Quiso quejarse, decir que el juego no funcionaba así, pero seguro que le habría contestado que era él quien ponía las reglas y que, si no jugaba, le diría a sus abuelos todo lo que estaba encubriendo sobre él. Metió las manos dentro de los bolsillos de su sudadera blanca con el dibujo de un gato enfadado y suspiró, resignado.
—Dos. —Contestó secamente, pero ladeó la cabeza, confuso. —Tal vez tres, ¿y yo qué sé? —Apretó los labios al percatarse de la forma en que ambos le miraban, con las bocas abiertas . El chico bonito apartaba la mirada, aparentemente triste o algo parecido, con las mejillas teñidas de rosado, y se arrepintió al instante. —Lo cierto es que soy virgen, ¿sabéis?
Silencio. Itadori soltó una descarada carcajada
⋆★⋆
Megumi estornudó.
—Pareces un gatito. —Rio Sukuna, secándole el pelo con una toalla blanca. —¿Te has resfriado?
Negó, inclinándose para abrir el cajón de la mesita de noche y sonarse la nariz con un pañuelo. Volvió a su sitio, sentado entre las piernas de su pareja. La calefacción estaba puesta y podía sentir la calidez del ambiente pegándose a su piel desnuda, junto al aliento del otro en su nuca. Cerró los ojos cómodo, pero aún con esa extraña bola de tristeza en el pecho. Tenía que mirar hacia delante, si no quería quedarse atrás del resto. Tenía que hacerlo o nunca aprobaría la recuperación de aquella asignatura.
Las personas no eran números, pero aquella frase le hastiaba demasiado, ya que debajo de las letras había una gran mentira. Claro que sí, las personas eran el dinero de su cuenta bancaria, sin él no podrían vivir; eran las notas que sacaban, sin ellas jamás podrían acceder a un buen puesto de trabajo o posición en la clase; eran el número que marcaba la báscula, su salud —aunque no necesariamente—. Pensaba en ello a menudo, ¿es que era el único masoquista que lo veía así?
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Sweetness || SukuFushi
FanfictionSi Megumi se sentía mal porque no era dulce, entonces se convertiría en su caramelo favorito. ©Los personajes no me pertenecen, créditos a Gege Akutami. •Universo alternativo. » Comenzado el 03/02/21, acabado el 09/05/21 ~1° en #sukufushi 16/03/21