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—¡Buenos días, princesa! —Abrió las cortinas de golpe y subió la persiana, dejando que la luz golpeara violentamente al chico que dormía. —¡He soñado toda la noche contigo!

Se arrojó sobre el bulto de la cama y se metió bajo las sábanas, besando todo lo que alcanzaban sus labios.

—¡Joder, Sukuna! —Megumi pegó un bote, asustado por el enorme peso que tenía repentinamente encima. Se lamentó por lo bajo, frotándose los ojos, o intentándolo, pues el otro besaba sus pestañas con adoración.

—Íbamos al cine y tú llevabas ese... ¿Vestido rosa? —Pareció pensarlo mejor. —¡Pantalón negro que me gusta tanto! —Citaba, atrapando aquellas tiernas y rosadas mejillas, la boca semiabierta de sorpresa. Bajó por su cuello, repartiendo pequeños besos por sus hombros y su pecho. —Siempre pienso en ti, Megumi. Siempre lo hago.

Se quedó tumbado sobre su pecho, metiendo las manos por debajo del pijama gris, acariciando sus costados. Sonrió, escuchando el alterado corazón, con aquellas caricias en su espalda desnuda que delineaban los tatuajes.

—Ni siquiera te gusta esa película. —Susurró su pareja, con una ligera risa. Continuaba adormilado, pero no le disgustaba que el mayor le hubiera despertado de aquella manera. Aunque, tal vez había sido algo brusco. Que noventa kilos de puro músculo cayeran sobre él le había revuelto las entrañas. —Y te alegraste cuando fusilaron a ese tipo, mientras yo lloraba...

—Te quiero mucho, mi melocotón. —Llegó a su boca, depositando un casto beso. Observó de cerca aquellos preciosos ojos de zafiro, tan profundos como valiosos, brillantes, idílicos. —Ñam.

Mordió su mejilla sin fuerza y Fushiguro pegó un respingo, sonrojado. Lo adoraba tanto. El menor rodeó aquel cuello, atrayéndolo hacia sí, queriendo que lo cuidara durante todo lo que restaba de día, pero unos hábiles dedos toquetearon su estómago con gracia.

—¡No! —Se revolvió, encogiéndose en postura fetal, girándose de lado, intentando huir —¡Cosquillas no!

Ambos rieron, haciéndose un lío con las sábanas, hasta que quedaron tumbados, uno junto al otro, jadeando. Ryomen tomó su mano y la subió hacia él, besando su dorso con cariño. Entrelazaron los dedos, observando al techo.

—Quiero mimos. —Musitó, abrazando su cuerpo, acariciando la tela grisácea. —Hoy tengo el día libre, ¿sabes?

—Oh, eso es genial. —Metió la nariz entre el pelo castaño, acariciándolo, meciéndolo como a un niño pequeño. —Entonces, podríamos ir a cenar con papá.

Sus músculos se tensaron, su mente se volvió rígida.

—¿Qué? —Alcanzó a decir, alzando la cabeza para mirarle.

—¿No te lo he dicho ya? —Aquellas cejas negras se fruncieron, con extrañeza. —Mi padre nos invitó a cenar con él cuando pudiéramos

Soltó una risa nerviosa, asintiendo.

⋆★⋆

Sólo había una persona en el mundo de la que Sukuna tenía miedo, y aquel era Toji Fushiguro.

El padre de su novio y su actitud pasivo-agresiva, aquella cicatriz de su labio, su rostro curtido y aquellos brazos con las venas tan marcadas. Los hombros anchos, pero sin llegar a parecer un armario, la cintura ceñida por aquellos pantalones bombachos blancos, la camiseta ajustada marcando sus abdominales.

No tenía ningún problema en admitirlo, su cuerpo era envidiable.

Los mismos ojos que tenía su hijo se clavaban en él, lo atravesaban y lo juzgaban en silencio, planeando arrojar su cadáver a alguna fosa, o algo por el estilo. El pelo tan oscuro como la noche caía por su frente en diagonal, liso, seguramente olía a muerte.

Sweetness || SukuFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora