Capítulo III

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Capítulo III

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Capítulo III

Desafortunadamente para Alenka, no, no habían matado a la "zorra". Los alemanes se habían enterado de la línea de abastecimiento que mantenía la resistencia con el gueto y habían organizado una emboscada para atrapar a los disidentes. Steve corrió por entre los edificios, con el corazón en la mano y la desesperación inundando su piel. Al aproximarse al gueto, se detuvo de pronto y se parapetó contra una pared al notar la presencia de las patrullas alemanas. Alguien los había traicionado, de eso no había duda, pero, ¿quién? En silencio, subrepticiamente, se deslizó contra la pared, intentando acercarse para ver a quién se llevaban. Había tanques en las calles y decenas de personas se agolpaban entre los escombros, las mujeres llorando y los niños aferrados a sus madres. Los alemanes habían disparado contra algunos de los edificios del gueto y todo estaba envuelto en llamas y humo.

En medio de todo aquel desastre, pudo ver a la fila de personas que estaban llevándose. Abrió mucho los ojos al reconocer a algunos de sus hombres y más aún al notar entre ellos al pequeño Pavel, el mejor amigo de su hijo. El niño solía comerciar con los habitantes del gueto y seguramente lo habían descubierto también. A los alemanes no les importaba que se tratara solo de un niño. Lo habían atrapado con los rebeldes y para ellos, eso era suficiente. Steve apretó los puños, forzándose a sí mismo a mantenerse quieto, a no lanzarse contra ellos para recuperar al niño. Con el pulso acelerado y el terror invadiendo su sistema, los vio alinearlos contra la pared más cercana. No tardaron mucho en dar la orden y el hombre se agachó, cubriendo sus oídos para no escuchar las detonaciones que marcaban el fin de la vida de sus compañeros.

Steve contuvo un sollozo y permaneció con los ojos cerrados por un momento, intentando recomponerse. Todos sabían los riesgos que suponía enfrentarse a la ocupación. Todos estaban preparados para morir. O, al menos, eso se dijo a sí mismo para contener la culpa que lo invadía segundo a segundo. Sí, claro. Todos estaban preparados para morir. Seguramente Pavel también. Un niño de apenas doce años, lleno de vida, travieso y listo, también estaba preparado para morir por algo que ni siquiera alcanzaba a comprender en su totalidad. Conteniendo la arcada que le subió por la garganta, se puso de pie y rodeó la manzana, buscando un camino para regresar a casa sin ser visto.

En la calle siguiente, un destello de tela roja llamó su atención. Se acercó a la pared posterior del gueto, encontrándose frente a frente con Natasha. La mujer llevaba un abrigo rojo y tenía entre los brazos a una niña pequeña. Junto a ella se acurrucaban dos niñas más, aferradas a su falda mientras intentaban huir en medio de la confusión. El hombre corrió hacia ellas, le quitó a la niña de los brazos y las guio hacia un edificio abandonado, buscando un poco de seguridad.

⸺ ¿Qué crees que estás haciendo, Natasha?⸺ le preguntó en un siseo, notando su mirada de alivio al verse fuera de la calle.

⸺ Hoy tenía que recoger a Hadassa⸺ explicó en voz baja, mirando a la niña a su derecha. Steve lo recordó. Sí, ese era el día en que se llevarían a la hermana mayor del bebé que habían sacado antes.

⸺ ¿Y ellas?⸺ cuestionó nuevamente, refiriéndose a la niña en sus brazos y a la pequeña que se aferraba a su cadera.

⸺ Janah y Olesia. Las hijas de los Kaminski⸺ Steve miró a las niñas con los ojos muy abiertos, reconociéndolas al fin bajo la capa de polvo y lágrimas secas que cubría sus rostros.

⸺ Pero, ¿cómo...? ¿dónde estaban?⸺ preguntó, incrédulo. Él pensó que habían asesinado a toda la familia.

⸺ La madre de Hadassa las escondió cuando las encontró vagando en el gueto. Janah recordaba haber visitado su casa antes y trató de buscarla, pero se perdió... ⸺ explicó Natasha y a él se le encogió el corazón. Era una suerte que las pequeñas aún estuvieran con vida, pero, transportarlas a todas juntas era demasiado arriesgado, demasiado peligroso.

⸺ ¿Te las llevarás a todas? Nat...⸺ comenzó él, pero, ella lo detuvo con un gesto.

⸺ No las dejaré aquí en medio de todo esto. Hay que sacarlas ya...⸺ respondió, y él dejó caer los hombros, acomodándose a la niña sobre la cadera.

⸺ Vamos, aprovechemos que están ocupados⸺ dijo él y ella asintió. Los cinco salieron a la calle y avanzaron a paso rápido en dirección a la casa de Natasha.

Estaban a punto de salir de la ciudad cuando una patrulla alemana apareció en una esquina. Todos se escondieron en un estrecho callejón, pero, era casi imposible que no los vieran. Natasha, con la respiración agitada por el miedo, le entregó a las niñas y los empujó hacia el final del callejón, saliendo a la calle a paso firme. Steve sabía que tenía que seguir avanzando, que tenía que rodear la manzana, alejarse de ahí, pero, dejarla sola con los soldados le erizaba la piel. Escuchó la orden de alto y se alejó poco a poco, rogando a lo alto que ella estuviera bien. A lo lejos, la voz de Natasha se escuchaba como un eco en las paredes. Su voz fina contrastaba con la de los soldados y pronto, dejó de escucharse. En cambio, le pareció percibir un gemido ahogado y las risotadas de los soldados.

Steve se obligó a sí mismo a pensar en la seguridad de las niñas. Las sacó de la ciudad y esperaron a Natasha en la vera del camino, escondidos a la vista. Al cabo de lo que a él le pareció una jodida eternidad, Natasha apareció junto a ellos. Se veía pálida y tenía rastros de lágrimas en las mejillas, pero, no dijo nada. Cogió a Olesia en brazos y, en silencio, caminaron hacia su casa. Afortunadamente, no tardaron demasiado en llegar y no se encontraron con más patrullas. Entraron por la cancela del jardín y Natasha los llevó a la cocina, abriendo la puerta con su llave. En cuanto abrió, se encontraron de frente con Jarek. El hombre llevaba a Yair en los brazos y Hadassa, al verlo, corrió hacia él, llorando de felicidad.

Jarek le entregó su hermanito a la niña y miró a los demás con una ceja alzada.

⸺ Supongo que tenemos más invitados, ¿no, querida?⸺ murmuró entre dientes y ella lo miró con calma, casi indiferente a su reacción. Steve, por su lado, se paró junto a la mujer, como preparándose para defenderla de ser necesario.

⸺ Las sacaremos pronto, no te preocupes⸺ le respondió con calma y él bufó, cogiendo su abrigo del perchero junto a la puerta. Su mirada se encontró con la de Steve y le sonrió con sorna.

⸺ Qué placer verlo, Symanski. Me alegro ver que mi esposa no está sola en sus obras de caridad⸺ le espetó y Steve sonrió de medio lado.

⸺ No se preocupe, Kaczmarek. Su esposa no está sola⸺ respondió, provocando una sonrisa en el contrario.

⸺ Por supuesto que no. Las mujeres siempre se ayudan entre ellas⸺ siseó antes de coger su fusil y salir por la puerta, cerrando tras él con un fuerte portazo.

Natasha fingió no oír su conversación. Les sirvió un plato de sopa, pan fresco y fruta a las niñas. Las sentó a la mesa y Steve cogió al bebé para dejarlas comer tranquilas. En cuanto todas estuvieran comiendo con entusiasmo, la mujer se excusó un momento, saliendo a la sala. Steve la observó en silencio con la duda carcomiendo su mente. ¿Qué era lo que le habían hecho los soldados? ¿Por qué estaba tan callada? Dejó al niño en brazos de su hermana y la siguió, encontrando la sala vacía. En cambio, el sonido del agua le dijo donde estaba. Natasha se encontraba en el baño y se lavaba las manos con furia, restregando el jabón por su piel hasta dejarla enrojecida.

⸺ ¿Natasha? ¿Estás bien?⸺ preguntó y ella negó, soltando al fin el llanto que estaba conteniendo desde que saliera de aquel callejón. Steve se apresuró a abrazarla y ella se estremeció por un segundo, como queriendo alejarse de él, pero, Steve no la dejó. La abrazó con más fuerza, comprendiendo sin necesidad de palabras lo que había pasado.

Enterró el rostro entre sus cabellos y rogó al cielo porque aquella pesadilla acabara pronto. No sabía como consolarla, no sabía qué le diría a su hijo cuando llegara a casa... se sentía completamente impotente, incapaz de defender a los suyos. Y se dijo que aquello tenía que terminar. Ya no más peleas en las sombras. Era momento de alzar la voz, de dejar de lado las pequeñas escaramuzas. Era el momento de pelear. 

An angel in disguiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora