Capítulo I
La pequeña Hadassa corrió rápidamente por entre los escombros de la que había sido su escuela. La niña era pequeña y ágil, y se deslizó entre las paredes semiderruidas silenciosa como un ratón. A lo lejos, se escuchaba el ladrido de los perros y las órdenes gritadas en alemán que reverberaban en medio de las ruinas de Varsovia. Llevaba apretado contra el pecho un verdadero tesoro: una hogaza de pan caliente. El aroma a masa recién horneada le hacía agua la boca y provocaba que su estómago gruñera en protesta, pero, el pan no era para ella. La niña siguió corriendo, deslizándose por las paredes hasta que dio con el hueco que permitía el paso de los pequeños contrabandistas como ella para cruzar hacia la ciudad sin ser vistos.
Se suponía que nadie podía dejar el gueto, menos las personas como ella, los desgraciados que portaban la Estrella de David en el brazo. Hadassa respiró más tranquila cuando se encontró entre las calles que conformaban su hogar y el de miles de judíos más. Las personas se hacinaban en los edificios medio derruidos y el hambre, el frío y las enfermedades se encontraban a la orden del día. Nada extraño, tomando en cuenta que ahí se apiñaban más de cuatrocientas mil personas en un espacio de un par de cuadras a la redonda. La niña saludó a la señora Korczak, la que, como cada día, estaba junto a la ventana de su pequeño departamento, esperando a que volviera su hijo Jacobo. Todos sabía que él no volvería: los alemanes lo habían encontrado ayudando a otros a escapar y se lo habían llevado en una de esas temibles camionetas negras de la GESTAPO.
Y una vez que se los llevaban, nadie regresaba.
Hadassa caminó entre la gente, con su tesoro bien escondido bajo el abrigo. Todos allí eran buenas personas, intentaban ayudarse los unos a los otros, pero, el hambre tiene cara de hereje y cualquier desesperado podría arrebatarle aquello que tanto esfuerzo le costó conseguir. Avanzó entre las fogatas comunitarias y, finalmente, llegó a su edificio. Subió corriendo las escaleras y entró a su casa con una sonrisa enorme en los labios. Esperaba darle aquella hogaza de pan a su madre. Su hermanito había nacido hacía unas semanas y ella se encontraba muy débil. La falta de comida estaba matándola y la niña, en su inocencia, creía que aquel mendrugo de pan haría alguna diferencia.
Sin embargo, su sonrisa se desvaneció cuando vio quien estaba en la sala, hablando con su madre. Ella había visto a aquella mujer rubia ya en varias ocasiones. Cada vez que ella llegaba, significaba que un niño o niña desaparecía del gueto para siempre. Su madre lloraba y la mujer, elegante y bien vestida, la consolaba como podía, acariciando suavemente el dorso de su mano. Cuando su madre la vio llegar, se secó las lágrimas disimuladamente y extendió una mano hacia ella, sonriendo con tristeza.
⸺ Hadassa, ven acá, mi amor⸺ llamó con voz trémula y la niña se acercó con desconfianza. Su madre la sentó junto a ella, mientras que la niña observaba cuidadosamente a la mujer sentada frente a ellas. Su atuendo desentonaba completamente con su pobre apartamento, grisáceo y frío, pero, le sonreía amable y era muy bonita. Su madre le tomó el rostro entre las manos y la miró con los ojos llenos de lágrimas⸺ Cariño, llegó el momento. Tú y tu hermanito tendrán que irse de aquí...⸺ le anunció y el alma de Hadassa se hundió.
⸺ No, mamá... yo no quiero, por favor... déjame quedarme contigo...⸺ suplicó, comenzando a llorar también. Sin embargo, su madre pareció recuperar las fuerzas al verla llorar.
⸺ Tesoro mío, tú y tu hermano son todo lo que tengo luego de lo que pasó con papá. Por eso, necesito que estén a salvo... necesito que seas valiente y que cuides de tu hermano. Cuando todo esto termine, yo saldré de aquí y los buscaré. Volveremos a estar juntos...⸺ le prometió y la niña soltó su hogaza para abrazarse al torso de su madre con fuerza.
⸺ Mamá, mamá, por favor...⸺ suplicó, negando mientras la mujer le acariciaba el cabello negro.
⸺ Esto lo hago por ustedes, mis amores... es lo mejor...⸺ sentenció y la apartó un poco para besar su frente con cariño.
Natasha observó la escena con el corazón en la mano. La veía por lo menos dos o tres veces en el mes, pero, eso no quitaba que su corazón se partiera en mil pedazos cada vez que se llevaba a algún niño. Pero, no importaba cuán doloroso fuera para todos. Debían salvar a los niños a como diera lugar. Los alemanes se llevaban cada vez a más gente, gente que jamás regresaba. Circulaban rumores sobre campos de concentración donde forzaban a la gente a trabajar hasta la muerte y hornos gigantescos donde quemaban los cuerpos y hacían jabón con la grasa y botones con los huesos. Eran rumores espantosos, exagerados, quizás. Pero, ella sabía que en algo tenían razón: el que se iba, no volvía.
Un rato después, un hombre de anchas espaldas, vestido de obrero y con una boina escondiendo su cabello, subía hacia el departamento de Hadassa y su familia para llevarse una caja de herramientas que luego acomodó sobre una carretilla y cubrió con ladrillos. Natasha salió tras él, luego de acordar con la madre que se llevaría a Hadassa en unos días. La mujer lloraba desesperadamente y ahogaba sus sollozos en su delantal cuando vio como la carretilla se perdía calle abajo. Natasha y su acompañante recorrieron las calles del gueto en silencio y enseñaron sus pases a los guardias de una de las entradas para luego salir a Varsovia y perderse por entre los callejones, asegurándose de que nadie los siguiera.
En cuanto estuvieron lejos de miradas indiscretas, se trasladaron hacia la casa de Natasha. Natasha Romanoff, esposa de un alto oficial del ejército polaco tenía una enorme casona a las afueras de la ciudad, una finca ancestral en la que la familia de su marido plantaba y cosechaba manzanas, arándanos y ciruelas. En medio de aquella finca, Natasha había establecido un pequeño mundo secreto, un refugio para los inocentes. Cuando finalmente llegaron a la casa, el hombre se apresuró a quitar con rapidez los ladrillos que cubrían la caja de madera que había traído de casa de Hadassa. Natasha abrió la tapa del suelo falso de la caja y se encontró con un recién nacido que dormía como un bendito entre mantas.
⸺ Ven aquí, chiquito...⸺ murmuró, cogiéndolo en sus brazos para luego acunarlo contra su pecho. Maestra de profesión, el día que supo que se estaban llevando a los niños para asesinarlos junto a sus familias, decidió que haría algo. Aunque ese algo pusiera su vida en riesgo⸺ Gracias, Steve. No sé que haría sin ti...⸺ murmuró y el hombre se quitó la gorra, sonriéndole cariñosamente.
⸺ No pasa nada, sabes que puedes contar conmigo⸺ y era verdad. En él, un inmigrante irlandés que formaba parte de la resistencia polaca, había encontrado el apoyo y la ayuda que su marido se negó a darle.
⸺ Ahora estás a salvo, mi amor...⸺ musitó, volviendo a mirar al bebé que dormía tranquilamente. Sería fácil ubicarlo en una familia polaca. Eran muchos los que se oponían a las políticas racistas y genocidas del Führer y se organizaban para hacerle frente de algún modo. Decenas de familias adoptaban niños judíos para esconderlos de las garras alemanas, al menos hasta que terminara la guerra. Natasha pensó en Hadassa. Poner al pequeño Yair en un nuevo hogar no sería una tarea compleja, con los recién nacidos y niños pequeños era más fácil. Pero, la niña ya tenía once años y no quería apartarse de su madre. Suspiró y volvió sus ojos hacia el bebé⸺ Tranquilo, bebé... todo saldrá bien, ya verás⸺ prometió, acariciando su mejilla mientras Steve la miraba con una sonrisa y el corazón alborotado.
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An angel in disguise
Fanfiction"Una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o su nacionalidad". Irene Sendler. En medio de la guerra y el dolor, dos almas se unirán para hacer el bien y salvar a los inocentes de una muerte injusta, descubriendo que...