Capítulo IX

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Capítulo IX

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Capítulo IX

Steve cayó sentado en el suelo, mirando sus manos manchadas de sangre. Frente a él, Alenka yacía muerta, con una expresión serena en el rostro, como si sólo estuviera dormida. Pero, no dormía. Accidente o no, él la había matado y ahora tendría que enfrentar a sus hijos y decirles porqué mamá no iría con ellos. Permaneció un momento muy quieto, mirando a su alrededor, como desorientado. Tenía que ponerlos a salvo. Tenía que llevárselos muy lejos y ponerlos a salvo... rápidamente, se puso de pie y buscó una sábana limpia en la recámara para cubrir el cuerpo de su esposa. La envolvió con cuidado, sollozando sin darse cuenta, y luego la cogió en brazos, llevándola a la cama, donde la acomodó delicadamente sobre la colcha. Recién entonces notó la humedad de sus mejillas y se secó las lágrimas rudamente con la manga de la camisa antes de cerrar la puerta tras él y regresar a la cocina para lavarse las manos en la pila antes de salir a buscar a los niños.

Abrió la trampilla y se asomó a la semioscuridad que reinaba dentro, con el corazón latiendo desaforado. No sabía cómo iba a explicarles lo que pasó, sin que éstos le temieran o lo odiaran. Finalmente, descendió las escalerillas buscando a sus hijos con la mirada. Fuera como fuera, tenía que enfrentarlos, cogerlos y salir de ahí lo más pronto posible. Los alemanes estaban pisándole los talones y no tenía tiempo que perder si quería salir con vida y salvar a los que amaba. Los tres niños estaban escondidos en un rincón, las niñas abrazadas a su hermano mayor, el temor pintado en sus caritas.

─ Escuchamos un disparo─ dijo Zarek y Steve tragó el nudo que se formó en su garganta, tomando una rápida decisión.

─ Una patrulla alemana. Disparó a través de la ventana...─ dijo, sintiéndose el ser más miserable, el más hipócrita de todos. Pero, era necesario. Él y sólo él debía llevar esa carga.

─ ¿Y mamá? ─ preguntó el niño, mirándolo con los ojos serenos, profundos. Casi como si ya lo supiera. Quizás así era... Zarek era listo. Más de lo que le convenía.

─ Niños, ella... mamá... ella está...─ balbuceó Steve, con los ojos llenos de lágrimas sin derramar, sintiendo que las pupilas azules de su hijo le penetraban bajo la piel y le estrujaban el corazón como una prensa.

─ Murió, ¿no es así? ─ Steve lo miró, admirado de la entereza con la que lo había dicho. Ocho años tenía su pequeño Zak. Ocho años y ya había visto tanta violencia y tanta muerte, que la pérdida de su madre parecía no tocarlo.

─ Lo siento tanto, hijos...─ murmuró, rendido y las gemelas comenzaron a llorar, aferrándose a su hermano como si en ello se les fuera la vida.

─ No lloren...─ murmuró Zarek, acariciando las cabezas de sus hermanas─ No lloren...

El tono de su hijo era suave, tranquilo, pero, en sus ojos podía ver los trozos de su pequeño corazón roto. Siempre le habían inculcado que él, al ser el mayor, debía proteger a sus hermanas, que debía ser fuerte para ellas, que tenía que ser el ejemplo para las más pequeñas. Pero, era sólo un niño... un niño que acababa de perder a su madre y tenía todo el derecho de llorar, de gritar, si quería... y, aun así, estaba conteniéndose. Con un suspiro, Steve se acercó a ellos y los rodeó a los tres con los brazos, abrazándolos con fuerza mientras dejaba besos en sus cabezas y murmuraba palabras cariñosas. Los niños lloraron en silencio por largos minutos, aferrándose a su padre. El hombre hubiese querido quedarse así con ellos por unos momentos más, pero, el tiempo apremiaba.

An angel in disguiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora