Capítulo VIII
Steve se detuvo a la vera del bosque y oteó a su alrededor con cuidado. El aire apestaba a pólvora y a lo lejos, se escuchaban tiros aislados y llantos desesperados. Pero, el sitio estaba tranquilo. Los Panzer eran como una plaga de langostas: dejaban detrás de sí una estela de destrucción y desolación que no era difícil saber exactamente por donde habían pasado, qué habían aplastado las orugas mecánicas. Su barrio mostraba, por primera vez, los signos del paso de los enemigos: casas convertidas en escombros, pequeños incendios, vidrios rotos, carretas volteadas, charcos de sangre por aquí y por allá. El aliento se atoró en su garganta mientras permanecía de pie en medio de los retazos rotos de su vida cotidiana. Allí estaba la panadería donde había trabajado cuando llegó al pueblo, convertida en escombros. Las maderas rotas parecían apuntar al cielo como la mano de un moribundo suplicando por piedad al cielo.
Allí estaba la peluquería en la que trabajaba su mujer de vez en cuando, la escuela donde estudiaba su hijo, las casas de sus amigos, los adoquines destruidos de la calle donde solían jugar sus hijas. Allí estaba su vida, rota. Su cotidianidad destruida. Su mundo, hecho trizas. Ya no podría volver ahí... nunca más. Y esa incertidumbre hizo temblar sus rodillas. Trastabilló unos pasos, obligándose a ver los cuerpos destrozados por las balas, la ropa desperdigada por el suelo, los cuadros rotos, las fotos, los libros quemándose en una pila infame. Era como una pesadilla. Una que se volvió muy real cuando, a sus pies, vio a una de las muñecas de Janah. La precaución abrió paso al espanto y corrió calle abajo, buscando su casa con el corazón en las manos.
Para su alivio (y su sorpresa), su casa era una de las pocas que estaba prácticamente intacta. Habían tirado la verja que él y su hijo Zarek habían pintado el verano anterior, los vidrios estaban rotos y la linda tela estampada de flores colgaba por las ventanas abiertas como jirones tristes. Pero, estaba en pie. Aún estaba en pie. Se apresuró a correr al interior, apartando de un zarpazo la alfombra con la que escondían la trampilla que llevaba al sótano.
─ ¡Alenka, niños! ─ gritó, dejando de lado la cautela. Al principio, nadie respondió, pero, pronto el rostro de Zarek apareció en su línea de visión, seguido de la dulce carita de Janica y Alenka, quién cargaba en la cadera a Janah.
El alivio fue tanto que creyó que se desmayaría. Descendió rápidamente la escalerilla y le arrebató a la niña de los brazos a su madre para atraer a sus tres niños hacia él, abrazándolos como si en eso se le fuera la vida. Llenó de besos los rizos rubios de los niños y los examinó rápidamente, dándole gracias al cielo de que los tres estuvieran bien. Alenka, lo observó en silencio, con una expresión inescrutable. Demasiado tranquila. Steve lo notó y soltó suavemente a los niños, acercándose a ella con cautela.
─ ¿Estás bien? ─ preguntó tentativamente y ella asintió, con la misma expresión de extraña calma.
─Por supuesto. Nos enseñaste qué hacer, ¿no es así? Dijiste que nos escondiéramos en el sótano y que huyéramos al bosque si las cosas se ponían peor...─ Steve frunció ligeramente el ceño, confundido. Lo que ella decía era cierto, pero, algo en su actitud no cuadraba.
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An angel in disguise
Fanfic"Una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o su nacionalidad". Irene Sendler. En medio de la guerra y el dolor, dos almas se unirán para hacer el bien y salvar a los inocentes de una muerte injusta, descubriendo que...