Epílogo

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Epílogo

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Epílogo

40 años después.

─ ¿Abuelo?

─ Pasa, tesoro...─ Steve acomodó los papeles de su escritorio con cuidadosa precisión y miró hacia la puerta, sonriéndole a su nieta que aún permanecía bajo el dintel, sosteniendo algo entre sus manos.

─ ¿Te interrumpo? ─ preguntó Natalie, tímidamente, lo que lo hizo sonreír con ternura.

─ Tú nunca interrumpes, preciosa─ le dijo, extendiendo un brazo hacia ella, llamándola en silencio.

Natalie sonrió y se acercó hasta él, observando con ojo crítico los documentos sobre el escritorio de su abuelo. Recortes de diarios viejos, documentos en polaco, fotografías desteñidas, informes militares... parecía un pandemonio, pero, él sabía exactamente donde tenía cada cosa. Llevaba años recopilando información, viajando de un lado a otro, recogiendo testimonios y recuerdos, decidido a darle a conocer al mundo quién había sido el amor de su vida. Su pérdida le arrancó del corazón las ansias de pelear y, destrozado, desanduvo sus pasos y regresó a su natal Irlanda, de donde había huido muchos años atrás. No buscó a sus familiares, ni a sus antiguos amigos, sino que se forjó una vida para él y sus hijos por su cuenta, lejos de todo y de todos.

Fue difícil, al principio. El viaje ya había supuesto un desafío en medio de los estragos de la guerra, pero, sobrevivir en un país que ya prácticamente le era extraño, con tres niños pequeños dependiendo de él, lo hizo aún más complejo. Y, sin embargo, lo logró. Cuando llegó el término de la guerra y volvió la paz, él ya tenía una pequeña propiedad y algo de estabilidad económica. La posguerra trajo consigo un impulso por reconstruir las casas destruidas en los bombardeos y él vio allí una oportunidad. No sabía mucho de construcción, pero era joven y fuerte y no había muchos hombres sanos disponibles luego de cinco años de guerra y millones de muertos. Fue así como, a base de esfuerzo y aprendizaje, se hizo de un nombre y en pocos años ya llevaba una vida más cómoda y holgada junto a sus niños.

Y fue en esa época, recién terminada la guerra, que el mundo conoció los horrores de los campos de concentración. Las imágenes tomadas por los soldados y luego por la prensa, dieron la vuelta al globo, mostrando los rincones más abyectos del alma humana y poniendo en evidencia hasta donde era capaz de llegar el odio y los prejuicios. Los sobrevivientes narraron sus historias, que parecían sacadas de las pesadillas de un loco y la sangre se congeló en las venas de todo el mundo. La crueldad y la inhumanidad de los captores alemanes estremeció a todo Occidente, pero, también salieron a la luz las historias de aquellos que decidieron ponerse en pie y decir "no". Fue en ese momento en el que Steve cogió los frascos de cristal por los que Natasha había rendido su vida y se los entregó a las autoridades competentes.

Allí, descubrieron 1.687 pequeños papeles con los nombres y direcciones de los niños que Natasha y sus compañeras salvaron entre 1939 y 1943. El hecho de que un grupo de maestras, enfermeras y trabajadoras sociales trabajó con tanta eficiencia y por tanto tiempo, justo bajo las narices de los alemanes y su temible GESTAPO sorprendió a todo el mundo. De los 1.687 niños escondidos, la mayor parte permaneció con sus familias de acogida. No fue posible encontrar a sus padres, ni a familiares vivos, por lo que las familias que los acogieron, siguieron a su cargo, criándolos con el mismo amor con el que los habían recibido. Otros, no tuvieron tanta suerte y fueron a parar a los cientos de orfanatos que debieron abrirse debido a la guerra y de ahí en más, su futuro se volvió incierto. Finalmente, unos pocos, los afortunados, pudieron ser devueltos a sus familias.

La persecución a los judíos había sido larga y minuciosa, pero, muchos se salvaron del exterminio gracias a la ayuda desinteresada de vecinos y amigos y fueron ellos, los rebeldes, los que resistieron, los que pudieron recuperar a sus niños y comenzar de nuevo junto a sus familias. Steve sintió que, con eso, honraba la última voluntad de Natasha y se liberaba de parte de su carga. Pero, el tiempo pasó y su nombre se disolvió en las brumas de la memoria, perdida entre tanto héroe y tanta historia de lucha y sacrificio. Los años pasaron y ella definitivamente fue olvidada por todos... excepto por él. Cuando sus hijos crecieron y formaron sus familias, sin ya depender de él, Steve tomó la decisión de rescatar su memoria del olvido y contarle al mundo quién fue la maravillosa mujer a la que amó y a la que nunca pudo olvidar.

Viajó a Polonia y buscó por todos lados a los sobrevivientes de aquella época, recopiló información y comenzó a escribir sus memorias, decidido a conseguir para ella el reconocimiento que merecía. Ahora, diez años de búsqueda y viajes, de investigación y esfuerzo, al fin daban sus frutos. Su libro estaba listo para ver la luz y, pronto, todos conocerían la historia de Natasha. Natalie, nombrada en honor a ella, dejó un dossier de documentos frente a su abuelo.

─ Encontré esto, creí que podría servirte...─ le dijo, sonriendo suavemente. Había algo en su pequeña (ya no tan pequeña) Natalie que, de un modo extraño, le recordaba a Natasha.

─ ¿Qué es esto, tesoro? ─ Steve abrió la carpeta y exhaló un jadeo de sorpresa. Allí, frente a sus ojos cansados, estaba el rostro con el que había soñado cada noche desde hacía más de cuarenta años.

Natasha sonreía a la cámara, rodeada de sus niños. La imagen era de un diario local en el que hablaban de unas reformas que le habían hecho a la escuela un año antes de la guerra y que había beneficiado al salón en el que ella enseñaba. Junto a ella, Yelena sonreía también, mientras sostenía a una niña, que reconoció como Hadassa, en su cadera. Sus ojos se llenaron de lágrimas al reconocer a su hijo Zarek, a Pavel, a Mariska, a tantas, tantas personas que marcaron su vida, que formaron parte de él y que ahora no estaban... se habían ido para siempre. Él tenía 31 años cuando dejó Polonia con sus hijos para regresar a Irlanda... ahora, a sus 71, ver de nuevo el pasado a los ojos, le dolía como un puñal.

Su nieta había encontrado varias fotos de ella, posando frente a la escuela, frente a su casa, abrazada a Yelena... de dónde las había sacado, era un misterio, pero, volver a ver su sonrisa, sus ojos brillantes, sus labios llenos y su rostro intocado por el tiempo era como un milagro. Ella había sido tan bella... tan bella por dentro como por fuera, más bella que ninguna otra mujer que conoció. Tan bella, tan única, tan maravillosa, que nunca más pudo amar a nadie y permaneció soltero, ignorando todas las propuestas y todas las oportunidades que la vida le dio. Nunca, nadie sería como ella. Y por eso, nunca quiso tener a nadie más a su lado.

─ Abuelo...─ Natalie lo abrazó, cariñosamente─ Perdóname... no quería hacerte llorar...

─ No te preocupes, mi amor. Tu abuelo es un viejo tonto que se emociona al ver el pasado... como todos los viejos─ sonrió, limpiándose los ojos con su pañuelo.

─ No eres tonto─ Natalie besó su frente y cogió el manuscrito ya listo, suspirando orgullosa─ Llevaré esto a la imprenta mañana, ¿sí? ─ Steve asintió y Natalie salió del despacho, dejándolo a solas con sus fotografías y sus recuerdos.

Un año después, y luego del éxito de su libro, la ciudad de Varsovia decidió hacerle un homenaje al llamado "Ángel de Varsovia", ubicando un monolito en el lugar en el que había estado su casa. Steve se presentó a la ceremonia con sus hijos, su nuera, sus yernos y sus nietos. Así, rodeado de su familia, escuchó estoicamente los discursos floridos y las alabanzas con las que llenaron sus oídos por una hora. No le importó. Los políticos siempre serían políticos y todo lo que decían carecía de sentimiento y valor, pero, su misión estaba cumplida: ya el mundo sabía quién fue Natasha... y con eso, podía morir en paz. La ceremonia terminó y todos comenzaron a dejar sus asientos, saludándose unos a otros, mientras se dispersaban lentamente. Steve y su familia permanecieron unos momentos más, mientras él dejaba un ramo de rosas blancas al pie del monolito.

─ Aún recuerdas cuáles eran sus flores favoritas...─ dijo una voz a su espalda. Steve se giró, curioso, encontrándose con una mujer tan mayor como él, vestida con un traje violeta y con una rosa blanca en las manos.

Los años habían sido benévolos con ella y sonrió al reconocer a Yelena. Se abrazaron largamente, en silencio. Ya habría tiempo para ponerse al corriente de todos los años en los que no supieron el uno del otro. Ése no era el momento.

Aquel momento era para Natasha. Y Steve estaba seguro de que ella, en algún lugar, les sonreía.

FIN

An angel in disguiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora