III

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Agosto había llegado a su fin e iba a empezar el siguiente mes, faltaba una semana para la boda y aún quedaban muchas cosas por hacer. La boda se iba a celebrar en los jardines cerca de los lagos que estaban unos kilómetros más abajo del palacete, un paraíso. El Señor Ciga les ofreció sus jardines, dijo que en ese lugar se casó y quería que su sirviente tuviera una gran boda.

Un día la prometida subió al palacete para hablar con el Señor Ciga pero no estaba fuera así que entró, pensó que no pasaría nada. Las ventanas de la casa estaban cerradas y no permitían que la luz entrara y Elizabeth abrió dos ventanas para poder ver el interior. Pasó del salón y se fue directamente al piso de arriba donde estaba la habitación del señor. Llamó a la puerta y del golpe la abrió, no había nadie pero pensó que estaría en otra habitación aunque nadie contestaba a sus llamadas desde que entró en la casa, debía encontrarse sola. Su mirada seguía dentro de la habitación mirando a cada objeto y muebles que había, finalmente se fijó en la mesita junto a la cama, había unas fotos encima y un cajón medio abierto. Se acercó y cogió las fotos, tendrían que ser de su mujer y sus hijas que parecían muy felices, las dejó en su sitio cuidadosamente para dejarlas como estaban, después miró el cajón medio abierto donde le pareció ver más fotos, pero se dio la vuelta para irse, aunque quería verlas, no podía resistirlo, tenía que mirar dentro. Se volvió a girar y abrió el cajón del todo mirando lo que había dentro, a parte de las fotos había un sobre que ponía "Cariño", debajo estaba la carta que debía ir dentro, la cogió y miró la letra, era de mujer y tal vez de su esposa, tenía una caligrafía muy bonita, la letra era redonda y por la inclinación de las letras su autora sería zurda. Elizabeth sabía que no era buena idea pero leyó la carta.

"Hola cariño,

Siento mucho el daño que te puedan causar estas palabras que escribo

para poder contarte la razón de que me fuera. Lo primero que te

pido es que no me guardes rencor, esto que ha pasado no es culpa tuya,

yo te quiero pero no puedo evitar enamorarme de otra persona y siento

mucho que la otra persona sea tu amigo del alma, Gabriel. Yo le

rechacé la primera vez pero ambos nos queremos y queremos tener

una vida juntos. Sé que no te gustará esta forma de contártelo pero

no te lo podía decir a la cara, no me salían las palabras.

Las niñas lo saben desde hace tiempo y ellas me apoyaron para que

lo hiciera. Tampoco te enfades con ellas, solo quieren que seamos

felices y yo seré feliz con Gabriel.

Espero que cuando nos veas podamos hablar.

Con cariño, Dorotea.

Tu diosa."

- ¡Dios mío! - Elizabeth empezó a encajar las piezas del puzle. - Enfadado de lo que le hizo mató a su mujer, supongo que por eso sus hijas pidieron ayuda y cuando se iban a chivar su padre las mató. - Dejó la carta y todo lo que había cogido dentro del cajón y salió corriendo porque no quería que el Señor Ciga supiera que ella había estado allí, que sabía la verdad.

Bajó del monte y se reunió con su prometido, quería contarle todo pero el Señor Ciga estaba con él.

- Elizabeth, ¿dónde estabas?- El Señor Ciga le preguntó y ella no le miró con buena cara.

- Dando un paseo por sus jardines, hermoso lugar.

El Señor Ciga no se separaba de Diego, parecía que sospechaba de algo aunque eso era algo muy poco probable puesto que durante todo el día se encontraba en los jardines, pero al fin pudieron estar a solas y antes de que volviera a aparecer ella le habló de la carta.

- Imposible. - Diego se burló de las palabras de su prometida con una disimulada sonrisa.

- Siempre me has dicho que él hizo algo con su familia, ahora tenemos el porqué.

- Sí, pero la Señora Ciga nunca engañaría a su marido, se amaban demasiado como para separarse. - Diego cogió una caja y empezó a andar, por detrás le siguió Elizabeth que intentaba convencerlo de que lo que decía era verdad.

- Si no te crees mi palabra sube conmigo al palacete y te enseñaré la carta.

- ¿Y si el Señor Ciga nos descubre, que le decimos?

- No lo sé, ya se nos ocurrirá algo. Ven conmigo.

Al final los dos subieron aprovechando el momento de la siesta. Ese día el Señor Ciga se quedó en la casa grande que había cerca de los lagos.

Nuevamente la joven estaba arriba pero esta vez acompañada de Diego. Entraron en la habitación y rápidamente se dirigieron a la mesita, las fotos ya no se encontraban encima y el cajón medio abierto ahora estaba cerrado, pero dentro no había nada, estaba vacío.

- No, no, no, la carta estaba aquí. - Abrió el cajón de debajo y los otros dos de la mesita del lado derecho de la cama, revolvió los papeles en busca del sobre o la carta aunque solo con una prueba sería suficiente para que él la creyese.

- De acuerdo, no hay nada aquí. Vámonos antes de que vuelva el Señor Ciga.

La noche llegó, el cielo estaba muy oscuro y con las pocas luces del pueblo se podían ver las estrellas que brillaban, la luna estaba menguante y se veía muy bien. Quedaba un día menos para la boda y la pareja se disponía a cenar, cuando decidieron hablar.

- Has estado muy callada desde que regresamos del palacete.

- Lo siento, pero no puedo pensar en otra cosa. He visto las fotos y la carta en el mueble pero cuando tú has mirado ya no estaban. -Vio la cara de su prometido que la miraba extrañado, como si estuviera loca. - Tal vez pienses que estoy loca. - Diego abrió la boca para negárselo pero ella no le dejó hablar. - O que del estrés y los nervios de la boda me lo haya imaginado, pero lo que vi es verdad.

- Si eso pasó de verdad la Señora Aguirre lo sabrá.

- ¿Quién?

- La mujer de Gabriel, la conozco desde hace tiempo y sé que nos recibirá encantada.

- Muy bien, si no hay inconvenientes mañana la visitaremos.

- Muy bien, si no hay inconvenientes mañana la visitaremos

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