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Ya de día Diego vio a su esposa tirada en el sofá. No sabía si despertarla o dejarla que durmiera un poco más y contemplando su figura vio el diario que se estaba cayendo, lo cogió para dejarlo en la mesa pero vio la portada y el nombre escrito, y se sorprendió, ya no tenía dudas, agarró de la manta que la tapaba y se la quitó de encima. Al final ella se despertó sobresaltada de ver la cara de enfadado de su marido.

- ¿Qué haces con esto? ¿Dónde lo encontraste? - No aguantó Diego y se lo preguntó.

Estaba arrodillado delante del sofá con la mano levantada con la que tenía el diario, no esperó su respuesta puesto que se levantó dándole la espalda. Tiró el libro en la mesa y se giró hacia ella que ya se había incorporado y estaba sentada pensando en qué contestarle.

- ¿Por qué tienes el diario de la Señora Ciga? - Se calló un segundo pensando- No te lo pudo dar el Señor Ciga, imposible. ¿Por qué entraste en su casa? ¿Cuándo? Increíble.

- No te enfades. - Al fin dijo ella con un tono calmado.

- ¿Qué no me enfade? ¡Habla! - Elizabeth abrió la boca para hablar pero no le dio tiempo cuando él la cortó. - No hables, esto me lo llevo y no pases por el palacete. Quedan muchas cosas que hacer antes de irnos.

Cogió el diario y salió a la calle por la puerta. Elizabeth seguía sentada mirando a la puerta, quería seguirle, hablar con él, pedirle perdón pero no tenía tiempo para explicaciones, se levantó y fue a vestirse, era urgente hablar con la Señora Aguirre.

El día había empezado con nubes negras que no dejaban ver el sol y parecía que quería llover, por eso Elizabeth cogió su paraguas azul y salió corriendo. La Señora Aguirre le ofreció una taza de café cuando entró por la puerta pero lo rechazó y se sentó en el sofá, apoyó el paraguas en el lateral del sofá y empezó la conversación una vez que ya estuvieron cómodas y mirándose una frente a la otra.

- Siento parecer tan brusca pero no tengo tiempo, ya sabes que mañana me voy a Londres.

- ¡Ay qué alegría! Sabéis que si necesitáis cualquier cosa yo estoy aquí para lo que sea.

- ¿Para lo que sea?

- Sí. Para lo que sea. Pide por esa boquita, sin vergüenza.

- Encontré el diario de la Señora Ciga. - La Señora Aguirre la miró perpleja, si la Señora Ciga tenía un diario estaba claro que se podía descubrir la verdad y le había pasado muchas cosas que ella ya conocía, ¿tal vez de eso quería hablar Elizabeth? - Se por qué volvió con su marido y fue por culpa del tuyo. Bebía mucho y se volvía agresivo, a ella le daba miedo. - Quería preguntarle acerca de esto pero se quedó callada ya que no sabía cómo hacerlo. De camino a su casa lo había estado pensando pero al estar delante de ella y mirarle a la cara se dio cuenta de que era más duro, ella tenía que haber sufrido mucho y seguro que lo había intentado olvidar, pero le tenía que preguntar. - Dime la verdad, ¿él bebía cuando estaba contigo, te hizo algo? Porque la Señora Ciga no lo sabía y era tu amiga.

La mujer se giró para apartar su mirada de la joven, había estado muchos años callada ocultando la verdad porque en el fondo pensaba que él llegó a hacer algo a su amante pero no quería pensar así, pensar que su marido era un asesino, pero tantos años reprimiendo ese pensamiento que ahora era inútil puesto que en ese momento había alguien que sí que lo pensaba.

- ¿Sin mentir? - Habían estado mucho tiempo calladas esperando a que alguna hablara o a que Elizabeth se olvidara del tema pero parecía que eso no iba a pasar o por lo menos en ese momento en que la joven esperaba impaciente a que respondiera. - Sin mentir. Puede que debiera un poco. - Vio la cara de la chica, con una ceja levantada diciendo con su mirada que dijera la verdad porque en realidad ella ya conocía una parte. - De vez en cuando se tomaba una copita y a veces varias a la vez hasta emborracharse. Era un hombre de carácter fuerte así que era normal que se comportara de esa manera pero nunca llegó a pasarse...

- ¿Te pegó alguna vez? - No le dejó que continuara, eso era lo que quería preguntarle, lo que le costaba decir, pero no podía aguantar más, no era una persona muy paciente ya que solo le importaba la información que le interesaba.

- Tal vez lo hiciera una vez o dos o muchas, pero no lo hacía aposta, él no quería hacerlo.

- Ya, y fueron accidentes. - Le dio un tono irónico, después de todo lo que le hizo la Señora Aguirre lo estaba defendiendo, incluso iba a excusarle.

- No fueron accidentes, no sé qué le pasaba.

- Nunca se lo contó a la Señora Ciga, a su amiga, ¿por qué? - No sabía qué más decirle. Empezaba enfadarse, ella fue la principal culpable de todos estos asesinatos, por ella empezó todo pero la señora no se daba cuenta o no quería admitirlo, pero tenía que saberlo. Ella era más culpable que cualquiera, y sin darse cuenta Elizabeth estaba subiendo el tono de su voz. - Si lo hubiese sabido su romance nunca habría existido, no estaría muerta.

- ¿Y quién dice que no? - Sus ojos empezaban a humedecerse, sabía cuál era la intención de su invitada y no le gustaba el tono con el que le hablaba. Quería parecer dura, inquebrantable, inocente, ser la víctima.

- Cualquiera que supiera de este tema, cualquiera te culparía a ti. No te hagas la víctima.

- Yo fui quien sufrió durante muchos años, yo le soporte durante media vida y ella solo unos meses, ¿y yo soy la víctima? ¿Yo? - No aguantaba más. Se levantó del sillón y esta vez fue ella quien asustó con su voz grave. - Yo tuve que soportar a ese malnacido que me absorbió mis años de vida y no sabía hacer nada, nada excepto beber, eso sí que lo hacía, y muy bien. ¿Y sabes cómo me agradecía todo lo que hacía por él, cómo me demostraba su amor? Pegándome, insultándome, haciéndome daño. Era un infierno cuando él bebía. - Bajó el tono de voz, se cansaba de hablar tan alto además se dio cuenta de la presencia de su sirvienta que la escuchaba al otro lado de la pared. - Pero cuando se despertaba ya sobrio me pedía perdón, decía que me quería y yo como una tonta le perdonaba. Pero estaba harta de él así que cuando vi la carta de mi marido diciéndome que se fugaba con mi amiga me alegré. Lo admito.

- ¿Pero por qué nunca se lo dijo?

- ¿Si Diego te pegara tú se lo dirías a alguien?

- No me callaría por nada del mundo, ni por amor ni por dinero.

- Claro que sí, tú eres una chica muy moderna. Pero eran otros tiempos, no podía hacer nada, estaba casada con él hasta la muerte, en lo bueno y en lo malo. - Sé calló y se dejó caer sobre el sillón. En silencio contemplaba el paisaje de la ventana sintiendo la mirada de la joven fija es su rostro, esperando a que reaccionara. Al fin se volvió a girar hacia ella y continuó. -No le dije nada porque no podía hacer nada. Y era mi amiga, de la que tenía envidia por tener un marido tan bueno que no bebía. - Esta vez fue Elizabeth quien apartó la mirada, se sentía mal por haber acusado al Señor Ciga cuando él era otra víctima más, tenía que pedirle perdón, por haber pensado tan mal de él. La señora respiró hondo y soltó el aire poco a poco. Ya se había calmado, había contado todo lo que llevaba dentro quitándose un peso de encima. - Sienta bien contar tus penas a alguien. Cuéntame ahora tus penas, como he hecho yo.

- Estaba convencida de que era el Señor Ciga, he pensado mal de él y le he mirado con mala cara. Me siento fatal. Resulta que él es inocente, el asesino de su mujer fue Gabriel. Aunque está muerto, la justicia ya actuó en su momento.

- Preferiría ver como se pudre mi marido en la cárcel que en una tumba bajo tierra. Pero tienes razón, a eso se le llama karma.

- El karma todavía no se ha vengado de ti. - Quería hacerle daño con esas palabras pero no pudo evitar sonreír, por suerte la señora le devolvió esa sonrisa indiscreta.

- Vete a casa, Diego te estará esperando.

- Vete a casa, Diego te estará esperando

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El palaceteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora