XII

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Al llegar a casa se esperaba encontrar a su marido todavía enfadado, esperando a que ella llegara para echarle una bronca por haberle mentido, pero no fue así. Él la esperaba en el despacho a que ella llegara para comer, solo para comer. Durante la comida no mencionó, ninguno de los dos lo sucedido esa mañana, sólo quedaba medio día para marcharse y olvidar este asunto y Diego no quería viajar enfadado.

- Después de la siesta iré a casa de la Señora Aguirre a despedirme de ella, ¿vendrás conmigo verdad?

La miró esperando a que dijera que aceptaba, diciéndole que le gustaría verla puesto que no la había visto en todo el día, pero para su sorpresa ella no le mintió, le dijo que iría otra vez encantada, sobre todo porque se olvidó del paraguas cuando estuvo esa mañana en su casa. Él se quedó sorprendido, no se esperaba esa respuesta. La señora Aguirre había llamado a su casa poco después de que ella se marchara de allí para avisarle de que se había olvidado del paraguas. También para pedirle discreción en el asunto de su marido ahora que ya no estaba y no importaba lo que sucediera entonces. Diego extrañado le preguntó de qué hablaba y ella le habló de la conversación, cada palabra que ella decía a él le dolía cada vez más, como un puñal desgarrando su piel. Diego le pidió a Elizabeth que dejara el tema y ella se lo había prometido y ya se había enfadado bastante al descubrir al principio del día que ella le había engañado y seguía jugando a detectives, pero ahora, enterarse de que no parará hasta llegar al fondo de este asunto sin tener en cuenta los sentimientos de los demás, casi le dio algo, pero solo pensar en que quedaban unas pocas horas para irse de aquel lugar por mucho tiempo le reconfortaba. Sin embargo, había otra razón más sustancial, el Señor Ciga ya no era el asesino, sino un pobre señor inofensivo que no había hecho nada y nadie le había creído.

- Esta mañana he estado con el Señor Ciga así que ya me he despedido de él pero te puedo acompañar si quieres despedirte. Iríamos después de ver a la Señora Aguirre. ¿Qué te parece?

- Bien, pero prefiero ir yo sola, para pedirle perdón. Ve a casa de la Señora Aguirre, yo iré al palacete.

Después de comer los dos subieron a la habitación y se tumbaron en la cama para dormir pero los dos en un lado de ella sin dar una muestra de cariño. Al final Elizabeth se dio la vuelta para mirarle y le cogió la mano pidiéndole perdón, él aceptó sus disculpas y se quedaron dormidos. Cuando se despertaron Diego se fue a casa de la Señora Aguirre y Elizabeth al palacete.

Al llegar arriba de la montaña Elizabeth vio la puerta de la casa abierta y entró dentro. Como siempre, el interior del palacete estaba oscuro, por eso la joven se acercó a la ventana para abrirla. Mirando los árboles de fuera oyó unos pasos que se acercaban a ella, eso la inquietó bastante aunque pensara que era el Señor Ciga. Saludó a esa persona pero al no recibir respuesta se giró para ver quién era, sin embargo, no pudo ver a nadie ya que la luz que entraba por esa ventana no era suficiente para iluminar toda la casa. Oía los pasos así que sabía que esa persona se acercaba lentamente hacia ella pero no silenciada sus pasos puesto que no le importaba que ella supiera que había alguien más. Elizabeth se separó de la ventana y empezó a andar de espaldas saliendo de la luz, quería que la persona misteriosa se hiciera visible pasando por la ventana para poder ver su cara. En el proceso le empezó a preguntar, a hablar con ese individuo, para saber quién era.

- Nunca debiste aparecer por aquí. - Empezó hablando esa persona incógnita. - Sabes toda la verdad y eso no puede ser.

Elizabeth se dio cuenta de que quien hablaba era una mujer, el señor de la casa no se encontraba allí.

- Solo quiero hablar con el Señor Ciga.

- Pues con él no hablarás. No se encuentra aquí, solo estoy yo. ¿No te sirvo?

- No sé quién eres.

Esa persona se calló. Estaba a punto de entrar en la luz pero se paró antes de que se pudiera ver su cara y se quitó el cinturón, lo dobló por la mitad y con una mano lo sujetó. Elizabeth empezó a asustarse más y le entró un pánico espantoso, sobre todo cuando vio el cinturón, en ese momento sólo quería salir corriendo de la casa, y eso es lo que hizo. Miró disimuladamente la puerta, hallando una manera de huir, finalmente se armó de valor y salió corriendo, el individuo se asombró pero no tardó en reaccionar. Atrapó a su presa en la puerta.

Elizabeth estaba a punto de salir, había conseguido llegar a la puerta justo cuando notó algo rodeando su cuello y estirando de él. Puso sus manos en el cinturón que le rodeaba el cuello y lo agarró estirando hacia el lado contrario para intentar liberarse. La otra persona era más fuerte por lo que estirando la apartó de la puerta. A Elizabeth le costaba respirar cada vez más y no podía aguantar, se calló al suelo de rodillas todavía consciente pero no por mucho tiempo, acabó soltando el cinturón, ya era inútil seguir luchando, no podía respirar porque le faltaba el aire, finalmente se tiró al suelo inconsciente.

Eran las diez de la noche y Elizabeth todavía no había vuelto, Diego no podía estar más preocupado. No era capaz de quedarse quieto, se movía de un lado a otro sin saber qué hacer, pensaba entre llamar a la policía o acudir al palacete a buscarla él mismo. Sin poder tranquilizarse subió a su habitación y se sentó en la cama, metió la cabeza entre sus manos y se quedó quieto pensando en qué hacer. Inmediatamente se levantó y buscó el cuaderno de su mujer, buscó en su cómoda y después en el armario pero lo consiguió encontrar en el despacho. Cogió el cuaderno y se sentó en la silla, no sabía qué es lo que estaba haciendo pero algo en su interior le decía que mirara lo que ella escribía, y así lo hizo. Abrió el cuaderno y empezó a leer, pero no sirvió de nada. Él ya conocía los últimos acontecimientos escritos pero le hizo recordar que él tenía el diario de la Señora Ciga por lo que lo cogió y leyó algunas páginas. Tiempo después se dio cuenta de algo, algo en que Elizabeth no cayó. Cogió el teléfono e hizo una llamada, tenía prisa por llegar al palacete.

 Cogió el teléfono e hizo una llamada, tenía prisa por llegar al palacete

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