XIII

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El Señor Ciga oyó a lo lejos, desde el palacete, las sirenas de los coches de policía. Iban a por él, todo por culpa de esa persona misteriosa que había conseguido un nuevo cadáver. Estaba muy enfadado con la mujer de la casa y se lo hacía notar. Acababa de llegar a su casa y lo primero que vio fue una mujer tumbada en el suelo, una mujer fría y con marcas en el cuello, podría haber pensado en muchas cosas pero tenía claro quÉ es lo que había sucedido.

- ¡Inútil! - Ella estaba junto al cuerpo frío, arrodillado a su lado, sonriendo como si se sintiera orgullosa de lo que había hecho. Él, con el bastón le golpeó para que se apartara, pero ella perdió el equilibrio y se quedó en el suelo. - ¿En qué demonios estabas pensando?

- Ella sabía la verdad, teníamos que hacer algo. Cogió el diario y venía por eso.

- ¿Y matarla es la solución? ¿No oyes las sirenas? - Estaba muy enfurecido y había conseguido quitar la sonrisa de la mujer mientras andaba a su alrededor. - Arranqué las páginas del diario que me hacían el causante de su muerte. Ya estaba resuelto ese tema. Pero ahora vuelvo a ser culpable. ¡Por tu culpa!

- ¿Me deshago del cuerpo? - Hacía tiempo que ya se encontraba insegura, le daba miedo preguntar.

- No, si te parece lo dejamos aquí. - Le dio gracia el comentario y le respondió con sarcasmo. - Y cobramos entrada para que vengan a verla. - Ella no sabía si se estaba burlando, estaba tan enfadado que parecía que lo dijera en serio. Le miró esperando a que le dijera lo que tenía que hacer. - Sí, pues claro que sí. La Policía está a punto de venir. Aquí no ha pasado nada. - Respiró hondo para calmarse.

Poco después alguien llamó a la puerta. El Señor Ciga abrió la puerta con total normalidad.

- Buenas noches agente.

- Buenas noches señor. Nos han avisado de un delito en su propiedad, ¿nos permite entrar mientras le toman declaración?

- Sí, claro, por supuesto. - El agente entró en la casa mientras él fingía que no había pasado nada. - ¿Qué ha pasado?

- Nos han informado de que una mujer había venido a su casa hará unas siete horas pero aún no ha vuelto, su marido estaba preocupado y nos llamó.

- Lo siento agente pero nadie ha pasado por aquí.

- ¡Mentira! - A sus espaldas se oyó la voz de un hombre que le acusaba de mentiroso, era Diego que salía de un coche. - Ella ha estado aquí.

- Señor tranquilícese. - Le paró un policía en las escaleras del porche. - Pudo haberse ido a otra parte.

- No. No le acuso solo de haberle hecho algo a mi mujer, también a la suya.

- Debe tener buenas razones para hacer una acusación semejante. - El agente que había entrado en la casa salió al oírle. Miró al Señor Ciga que aún se encontraba en la puerta. - Su mujer es Dorotea Fernández, ¿no es así?

- Lo era, sí.

- Me acuerdo de ese caso. Ella desapareció, como sus hijas. Nunca se encontró al asesino.

- Dorotea tenía un diario, pero a ese diario le faltaban unas hojas. Mi mujer pensó que las arrancó su asesino porque en esas páginas lo ponía, y tenía razón. Pero el asesino no arrancó las anteriores.

- ¿Qué ponía en las páginas de antes? - Al policía que tenía al lado le empezaba a interesar lo que contaba y quería que continuara.

- Hablaba de la relación que mantuvo con su amante, el mejor amigo de su marido.

- Eso no es una razón suficiente para condenarme a mí. - El Señor Ciga empezaba a angustiarse, siempre había creído que no habían razones para culparle a él pero ahora empezaba a desconfiar.

- El Señor Aguirre era un borracho violento y se enfadó mucho con Dorotea cuando volvió con su marido.

- Entonces el culpable era el Señor Aguirre. - El agente empezaba a desconcertarse, lo que decía solo hacía inocente al Señor Ciga.

- Podría serlo, perfectamente. - Diego no sabía cómo explicarlo y empezaba a dudar de lo que decía pero continuó. - Se suponía que el diario era secreto, que nadie sabía de su existencia, pero tú lo sabías. - Señaló con el dedo al Señor Ciga. - Solo dos personas conocían el diario, el Señor Ciga y Dorotea, solo ellos podrían haber arrancado las hojas. Y obviamente Dorotea no lo hizo, ¿para qué, de qué le servía?

- No es suficiente. - El Señor Ciga no podía más y estaba nervioso. - Gabriel pudo descubrirlo, cuando estuvieron juntos.

- Lo pone en el diario. Solo estuvieron juntos unos meses y Gabriel murió poco después.

- ¿Adónde quieres ir a parar, chaval? - Ninguno de los que estaban presente entendía al joven, estaba dando muchos rodeos y mareaba a las personas. - Ella también desapareció.

- Ahí es adonde quiero ir a parar. Me he informado bien, Gabriel desapareció el 20 de noviembre de 1970 pero murió, más o menos tres días más tarde, según la autopsia, claro. Pero la última entrada en el diario es de ese mismo día, el mismo día en que murió el Señor Aguirre.

- Eres listo chico. - Le dio la enhorabuena el agente que estaba a su lado dándole una palmada en el hombro.

- Tiene una buena razón para culparle. - El otro agente miró al Señor Ciga, a quien tenía al lado.

- Pues yo no lo entiendo. - Era verdad que el Señor Ciga no lo entendía aunque sabía que ya no podía hacer nada para librarse de la cárcel.

- Verás señor. - El policía sacó una libreta para apuntar mientras hablaba. - Lo que este chico está diciendo es que su amante no pudo matarla porque ya estaba muerto, pero usted sí que podía.

El agente sacó las esposas y agarró las manos del señor para esposarle pero él le pidió que no lo hiciera, se entregaría voluntariamente porque necesitaba su bastón para andar.

El agente sacó las esposas y agarró las manos del señor para esposarle pero él le pidió que no lo hiciera, se entregaría voluntariamente porque necesitaba su bastón para andar

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