Una joven prometida se empeña en descubrir la verdad sobre el asesinato que ocurrió hace años. Sin embargo, el misterio se complicará. Todos tienen algo que decir y ocultar.
Si te pica la curiosidad por desvelar un secreto de hace años, no rasques...
Era casi la hora de comer y Diego esperaba a su mujer. Cuando entró, abrió la caja de madera para enseñarle el regalo, algo más que llevarse a Londres. Durante el silencio de la comida Diego vio que Elizabeth se encontraba distraída.
- ¿En qué piensas? - Preguntó al fin llevándose la cuchara con la sopa a la boca.
- En nada importante. - Le mintió, pensaba en las cartas, en quién podría haberlas escrito y por qué. - ¿Qué tal tu día? - Preguntó para desviar la conversación.
- Muy bien. - Le habló de su día mientras Elizabeth hacía como que le escuchaba.
Después de comer Diego se echó a dormir mientras Elizabeth se fue a hablar con el Señor Ciga. Este se encontraba en el porche de su casa en la cima del monte, estaba sentado en una silla en el lado contrario de donde estaba la mesa con las demás, estaba descansando como a él le gustaba, a la fresca. En ese lugar corría un poco de aire por eso en verano se sentaba allí, aguantando de pie el bastón a la izquierda y con un sombrero en la cara tapándole el sol. No llevaba mucho tiempo sentado por lo que al oír los pasos de alguien que se acercaba se levantó el sombrero para ver quién era.
- Vaya, que sorpresa. - Se sorprendió de ver que venía sola, desde aquel día en que encontró la carta ella no se acercaba sin Diego. - No veo a Diego. ¿Qué te trae por mi humilde morada? - Elizabeth fingió una sonrisa. - Espero que sean buenas noticias que me alegren la tarde.
- No son noticias, lo siento. - Se acercó hasta las escaleras y sin mirarle a la cara continuó la conversación. - Como ya sabe, pasado mañana nos vamos a Inglaterra y me gustaría, de vez en cuando enviarle una carta, y sé que usted dentro de poco se irá a Madrid por negocios y quisiera saber su dirección de allí.
- Diego la sabe, pregúntele a él.
- Pero me gustaría que me la escribiera usted, así le sentiría más cerca. Por favor.
- De acuerdo, iré por un trozo de papel y una pluma.
- No se levante, yo iré. - Vio su oportunidad para entrar dentro de la casa. - Dígame dónde puedo encontrar lo que necesita que yo lo buscaré.
Al Señor Ciga no le satisfacía la idea de que ella entrara en la casa pero con un poco de amargura le indicó dónde podría encontrar lo que necesitaba.
- En mi despacho lo tengo. Se encuentra al fondo del pasillo, después del servicio.
- Ahora vuelvo.
Elizabeth entró en la casa y lo primero que hizo fue abrir una ventana, las ventanas estaban cerradas con las cortinas corridas para impedir el paso de la luz, cuando la abrió miró hacía el pasillo, ese pasillo oscuro con las puertas cerradas. En el pasillo iba abriendo las puertas a su paso pero se encontraban cerradas con llave, al final llegó a una puerta, que al girar el pomo se abrió, había llegado al despacho. Era una habitación cuadrada, con una mesa en el medio y estanterías llenas de libros en los laterales, al fondo de la habitación había unos ventanales que llegaban hasta el suelo que dejaban ver las vistas del bosque, esta habitación no sólo servía de despacho, también era su biblioteca personal. Se acercó a la estantería de la derecha y cuidadosamente pasó los dedos por los libros lentamente para que le diera tiempo a leer los títulos, después se sentó en la silla del escritorio y abrió el primer cajón, no lo hizo para buscar papel y lápiz ya que estaban encima de la mesa. El cajón estaba vacío, abrió el segundo, también vacío, continuó abriendo los demás pero no había nada. "Para que tener cajones si no es para guardar algo" pensó en voz alta. Cerró el último cajón y cogió lo que necesitaba. Esta vez pasó por el lado izquierdo y entre los libros de la estantería encontró una libreta, pensó en no hacer caso pero la cogió para observarla. Era una libreta pequeña de color violeta que por delante había escrito un nombre, Dorotea, abrió la libreta y pasando las hojas se dio cuenta de que era como un diario, el diario de la Señora Ciga. Escondió la libreta entre su ropa y con prisa salió de la habitación. Fuera de la casa se dio cuenta de que se había olvidado el lápiz en la mesa cuando había dejado las cosas para mirar la libreta, volvió a entrar dentro pero la puerta que había dejado abierta ahora estaba cerrada y con llave. No lo podía haber cerrado el Señor Ciga ya que le había visto fuera descansando, había alguien más en la casa. El Señor Ciga la llamó preguntándole si pasaba algo pero ella le contestó que no y girando lentamente la cabeza vio un lápiz encima de la mesa del salón, lo cogió y salió de la casa.
- Gracias por traerlo, esta es mi dirección de Madrid. - El Señor Ciga escribió la dirección con la mano derecha y se lo entregó a Elizabeth que miró el papel sin decir nada. - ¿Seguro que no pasa nada?
- Sí, está todo bien, gracias. - Se quedó desconcertada, estaba segura de que esas cartas las había escrito él pero la letra no se parecía en nada, estaba como al principio, no tenía ni idea de quién podría ser. - Adiós, me voy con mi esposo.
Se alejó rápidamente y enseguida llegó a su casa sin haberse enterado del camino pensando en las cartas y en quién podría estar cerrando las puertas del palacete.
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