Tras el Tren II: Aquí Estás

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Una colorida mañana se cernía sobre mis ojos, parecía casi doler, mi mano sobre mi frente detenía un poco la luz, mientras entrecerraba mis párpados mirando en la distancia el primer tren que arribaba por las mañanas.

Ella vendría en él… estaba seguro.

La máquina se divisó en el horizonte, llenando de humo el cielo despejado, los sonidos metálicos de los rieles y el aire a presión que chirriaba mientras comenzaba a detenerse en la estación, no eran suficientes para ocultar el sonido estruendoso de mi corazón en mi pecho, quería verla, a ella, a Asuna.

Las personas comenzaron a descender, una tras otra, rostros felices de reencuentros, otros serios, y unos cuantos llenos de amargura, personas que llegaban luego del fin de la guerra. Mis ojos seguían cada rostro que bajaba de la máquina, pero ella no estaba.

Ella no bajó…

Mordí mis labios y sin darme cuenta, mis manos se habían empuñado. Tal vez todo lo ocurrido la noche anterior había sido un sueño, uno que mi mente me dibujó cobardemente para evadir el triste destino al final de mi camino, el único que veía posible antes de que la luz de su mirada avellana iluminara mis oscuras pupilas.

Mi vista se había detenido en mis pies, realmente no entendía, ¿en verdad mi mente había jugado de esa manera conmigo?

—No sé si te gustan tus zapatos o el suelo — la voz dulce llegó a mis oídos con suavidad, y al elevar mis ojos, con un vestido sencillo de color marfil, me devolvía una sonrisa como un saludo — siempre que te encuentro estás mirándolos — sus labios se curvaban en un mohín adorable y en un suspiro, solté una única palabra.

— ¿Viniste?

—Claro, te dije que vendría cada amanecer…

—Y te irías con el ocaso…

Por alguna razón nuestras miradas se tiñeron de tristeza, como si nuestros ojos comunicaran lo que nuestras voces callaba.

La miré fijamente, había algo en ella que me hacía sentir fuera de esta realidad. Era extraño de explicar, iba mucho más allá de lo que podía imaginar, pero una simple sonrisa borró en un segundo cualquier conjetura que mi mente trataba de armar.

Tenía la sonrisa más dulce y pura, como si careciera de maldad.

<Un ángel>

De pronto esa palabra resonó en mis pensamientos. Después de todo, ella había aparecido en el momento en que me había cansado de la vida; y con esa sonrisa serena y amable, alejó los fantasmas oscuros que rondaban mi alma.

En mis manos, colgaban cadenas y candados que yo no podía ver. Aunque aquello, era algo que no podría entender solo, ni lleno de miedo y temblando. Así había estado antes de esa sonrisa.

<Ángel>

—¿Vamos?

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