Tras el Tren III: Me Gustas

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Cada ciertos segundos, una suave luz iluminaba la oscuridad de mis párpados cerrados. Estaba acostada, serena y llena de somnolencia. Había sentido los fuertes y cálidos brazos que me sostuvieron hasta recostarme en la posición que estaba. Una manta ligera me abrigó y un movimiento que apenas lograba percibir simplemente estaba ahí, agitándose suavemente al ritmo que esa luz brillaba.

Un, dos, un, dos...

¿Qué recordaba antes de ese momento?

Mi mente solo dibujaba una respuesta. Un chico de gentil sonrisa extendiendo su mano. El viento mecía sus cabellos negros y sus profundos ojos oscuros sutilmente tintineaban con las luces que brillaban en el cielo.

Y ese sonido... un silbato lejano y en el horizonte; mucho vapor.

Y seguía sin poder abrir mis pesados ojos.

Un sentimiento arraigado al rincón más profundo de mi corazón, gritaba en silencio. Como una resonancia o un eco distante y me decía que debía buscar.

<Hoy perdía para siempre una parte de mí>

¿Sigues aquí?

Empero no tenía respuesta. Nunca tendría una a esa pregunta abstracta.

Y en medio de ese estado entre el sueño y la realidad, recordé momentos que le había dado y porqué estaba ahí.

Y una lágrima apareció desde mis ojos cerrados. Una tras otra. Las sentía húmedas en mis mejillas y en ese silencio ensordecedor, al fin abrí mis ojos y mi mente razonó.

Yo había caminado bajo el sol, buscando su mano tibia, para caminar en las líneas y sonreía al perder el equilibrio, porque estaba segura, porque él me sostendría.

Y el silencio volvió a gritarme.

Iba en el tren, de regreso a un lugar desde donde no podría volver jamás. Ya no habría otro amanecer en el cual lo vería. Él ya no estaba... y yo... yo tampoco...

Y lloré, presionando mi pecho con fuerza. Grité, y mi grito fue silenciado fríamente.

—No volverás con él. Solo déjalo ya, Asuna.

.

—Cuando sonríes, me haces sonreír a mí, ¿crees que sea raro?

Las mejillas blancas de Asuna, se teñían suavemente de rosa claro, mientras sus labios se curvaban con gracia. Era angelical al verla, con esa dulce sonrisa tímida y sus ojos ámbar con el toque de humedad exacto para hacer brillar sus pupilas con la luz del día. Y apostaría todo asegurando que brillarían igual de hermosos bajo la luna.

Su compañía era cálida como el sol de verano y refrescante como la brisa del atardecer.

—No creo que sea raro... me siento como tú, me gusta...

Aves sobrevolaron sobre nuestras cabezas y el ruido disimuló el sonoro palpitar de mi corazón en mi pecho.

Su mirada avellana se quedó fija en mí y olvidé qué decir, como si las palabras que aprendí desde niño se desordenaran en mi mente y nos las pudiese hilar con coherencia. Sus bellos ojos brillantes me miraban sin temores, tan despacio, sin tristezas.

Sonrió y mis propios ojos oscuros se reflejaron en su iris con dulzura. Mi silencio se desprendía de esa mirada. Me habían cautivado.

—T-tú me gustas...

Lo dije, pero no salió el sonido de mi voz. Tal vez lo había dicho en mi mente.

—Vamos, el día es largo.

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