El Profesor VII: Final, otro comienzo

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Una gota de sudor frío recorrió desde mi frente, paso por mi mejilla, rodeando mi mentón, para luego caer sin más importancia al agua acumulada en una pequeña abertura en la saliente de la ventana, la humedad de la lluvia seguía persistente en esa oscura noche, un viento cálido mecía con suavidad las hojas del árbol junto a la casa, y los pocos segundos que llevaba con mi espalda apoyada con temor contra la pared exterior, me hacían temblar y castañear de cuando en cuando mis dientes.

Hacía calor, pero en mi cuerpo persistía esa sensación de frío que crispaba mi piel, podía verlo en los vellos erizados de mis brazos apretando con fuerza las tejas, por el miedo a resbalar.

La altura no era mucha, después de todo era un segundo piso, aun así, una simple mirada soslayada hacia el césped mojado, produjo un retorcer de mi estómago, mientras el piso parecía ir y venir desde donde estaba hasta mis ojos.

Era vertiginoso...

Pero no era el miedo a la altura misma, era miedo a lo que veía en cuanto mi mirada cruzaba el horizonte de mi vista y se enfocaba en la ventana cerrada justo a mi costado izquierdo, mi aliento golpeaba el vidrio empañándolo un breve segundo, y aunque no lograba ver qué es lo que ocurría dentro de aquella habitación, el sonido amortiguado de la voz dentro, seguía sintiéndose estrepitosa en mi mente.

¿En qué momento todo había acabado de esta manera?, por más que tratara de pensarlo, no terminaba de entender, el sudor se mezcló pronto con lágrimas; y es que tenía miedo, mucho miedo...

— ¡Sabías que la amaba! — oí el reclamo con intensidad, para luego escuchar el sonido mudo de la puerta golpeando contra la pared interior — solamente yo puedo amarla... ¿acaso no lo entiendes? — el acorde perturbado del sonido de su voz parecía filtrarse por mis poros, mis ojos se abrían hasta sentir que podrían explotar, y lo hicieron, lágrimas sin fin escurrían como lluvia por mi cara, pero solamente mordí mis labios, implorando no pudiesen escucharse mis sollozos dentro de aquella habitación.

—Tú no estás bien, hermano... cálmate y baja el arma... — el tono parecía calmado, aunque su voz sonaba profunda y gutural, por alguna razón sentí que trataba de engañar al chico con el arma en su mano, pero pronto note que trataba de engañarse más a sí mismo.

Su voz trastabilló las palabras siguientes, o tal vez el propio golpeteo intenso de mi corazón contra mi pecho retumbando en mis oídos, me hacía sentir aquello — debemos hablar, solo deja a Asuna fuera de esto... — oír mi nombre en medio de la tensión de sus palabras, solamente empeoró mi ansiedad.

Miré una vez más el césped, luego el árbol a 2 o quizá 3 metros de la ventana, tal vez si me impulsaba a él, podría bajarlo, correr hacia la calle y buscar ayuda, llamar a la policía, y luego hacer de cuenta que esta noche jamás pasó.

Pero mis piernas se negaban a moverse, al mismo tiempo que no podía dejar de llorar.

— ¡No!, ¡No!... ella me amará, lo hará pronto, Kazu — levanté mis manos temblando, giré mi rostro una vez más tratando de asegurarme de que Kazuto pudiese mantenerlo tranquilo, pero entre más podía escuchar al chico, sabía que todos los minutos que siguiera oculta, era tiempo valioso para que todo esto pudiese acabar sin heridos — ¿Dónde está ella?

— ¡Muévete!— grité en mi interior, me aferré a la muralla y lentamente me puse de pie, aunque mis piernas no dejaban de temblar, el vértigo parecía arremolinarse en mi vientre y si no me movía rápido, estaba segura terminaría cayendo violentamente al suelo.

Pero mi propio plan tenía una gran falla, el techo estaba mojado aun por la lluvia y mis pies descalzos resbalaron al primer intento de avanzar, el ruido de mi cuerpo deslizándose y mis manos desesperadamente tratando de aferrarse a algo, había delatado dónde estaba, por más que había tratado de ahogar mi voz tras mi garganta.

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