El Profesor VI: Final, primera parte

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Dicen que no siempre los rostros que sentimos apacibles lo son; dentro puede haber una tormenta que los remece brutalmente, aunque por fuera, la sutileza sea capaz de engañar los ojos.


Una obsesión en una mente normal causa ansiedad, pero en otras, unas cuantas, esa ansiedad corroe, carcome desde el sueño hasta el alma.


¿Hasta dónde somos capaces de llegar por esa ansiedad?, un anhelo que busca amor de la manera incorrecta.


¿Qué es correcto, en realidad?, no tenía una respuesta, no en ese momento, no llegaba a comprender los sentimientos de aquella persona tras la obsesión, mucho menos que el motivo... era yo...


.


Su beso me invadió con un idioma perfecto sin emitir palabras, acomodándose a mi boca en silencio, recorriendo con sus manos desde mis caderas, por mi cintura, hasta el contorno de mis senos, sin llegar a tocarlos, su lengua húmeda había hecho estragos en mis sentidos, cada centímetro de mi piel estaba a su merced, se había hecho camino entre mis profundos miedos, en mi inocencia desmoronándose poco a poco mientras avanzaban los segundos sumergidos en esa caricia íntima.


Pero ese llamado...


Esa noche se sentía distinta a todo en mi vida, como un punto aparte, él seguía sobre mí, pero el calor que me había entregado con sus besos, era reemplazado por un extraño frío, unos ojos oscuros y enigmáticos me miraban, tan negros y misteriosos, carentes de brillo, como un agujero negro atrapando toda la luz en una infinita oscuridad.


La voz al otro lado del móvil había sido tan clara en ese silencio, la respiración errática, ese arrastre en su pronunciación, el timbre irritado, había memorizado hace sólo unos momentos ese sonido.


—Y me había aterrado—


Trataba desesperadamente de unir los puntos dentro de mi mente, de entender qué es lo que ocurría, qué conexión tenía con el hombre sobre mí, con expresión indescifrable.


El silencio navegó como un fantasma entre nosotros, él tenía el aparato aún contra su oreja, poco a poco se movió hacia atrás, sentándose en la orilla de la cama, mientras yo seguía acostada, con mis ojos dirigidos al cielorraso, mi respiración se había regularizado, marcando un ritmo intranquilamente sereno.


El trance de mi mente se desvanecía, con mis ojos ardiendo por el deseo de llorar... —Basta — su voz resonaba baja, mi mirada se detuvo en él — No hagas esto... — seguía hablando con esa persona, pero me miraba directamente a mí.


Me senté acomodando la bata, que se había corrido con sus caricias, me sentí expuesta, comencé a recorrer con mis ojos todo — ¿de dónde podía vernos?— estaba oscuro, la electricidad no había vuelto, la puerta cerrada y cortinas en la ventana, corridas casi completamente.


Movía mis pupilas tan rápido, que en un momento sentí que todo me dio vueltas, mi estómago se revolvió con espasmos, llevé mi mano a mi boca, tratando de detener la acidez que sentía subir a toda velocidad por mi garganta.

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