Perdido

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El tiempo se detuvo, o quizá solamente yo. No podía decirlo con facilidad. Si fue un segundo, u horas, aunque para mí, se había sentido una vida entera.

Era una extraña forma de comenzar, la peor.

Sostenía el móvil sobre mi oreja, pero silenciosamente se había deslizado, resbalando entre mis dedos que parecían haber perdido toda su firmeza; y el aparato cayó. Mis ojos oscuros siguieron el camino hasta el suelo, donde miré claramente cada fisura de la pantalla dibujarse de manera lenta, sin ruido. Aunque yo sabía que todo el tiempo, eran mis propios sentidos los apagados.

« Pero, ¿si lo sabía? ¿Por qué? »

Era mi mente completamente desconectada de mi cuerpo, como una experiencia extra corporal. Casi podía mirarme en ese lamentable estado, mis manos temblando, mis ojos perdidos, el sudor comenzando a aparecer en delicadas gotas frías en mi frente y el lento, extremadamente lento palpitar de mi corazón.

Juraría que había podido oír el quiebre en mi pecho.

« ¡Reacciona! »

¡Ah! Era más fácil decirlo que hacerlo. Me vi gritándome internamente muchas veces esa palabra.

« ¡Reacciona! »

El sonido del calefactor comenzaba a llegar a mis oídos y un susurro lejano llegaba a mí desde mis pies. Volteé mis ojos a mí alrededor, el reloj digital había cambiado tan solo un par de números en el minutero, la luz que entraba por las ventanas era fría. Sabía que no habían sido más que un par de minutos.

La cama estaba algo desordenada; y sobre todo... vacía.

Sí, estaba solo.

—Kazuto, por Dios, ¡Kazuto!

Aunque el cristal del aparato se había roto, aún se oía la voz de la persona del otro lado. Se escuchaba distorsionada y alterada. Aunque eso también pudo ser solamente mi percepción.

Poco a poco el tiempo volvió a andar con naturalidad. Me dejé caer de rodillas, tomando con cuidado el móvil que encendió su luz por el movimiento.

—Perdóname, te devolveré el llamado.

Mi tono apagado no aplacó el chillido con que la chica gritó mi nombre. No la había dejado protestar, simplemente presioné en la pantalla el símbolo que cortaba esa llamada.

Volví mi mirada hacía la ventana, que reflejaba pálidos tonos azulados a la cama y me pareció verla removiéndose contra las sábanas mientras me sonreía. Su cabello desordenado en un maravilloso caos y su piel blanca como nieve contrastado ese mar de fuego.

«Ven aquí»

Susurró encantadoramente y se desvaneció en la soledad de mi habitación.

—No, no, no, no, no ¡No!

Grité incontables veces esa palabra: ¡No!

Todo era mentira, Asuna aparecería por esa puerta y se reiría de mí por verme tan patético.

Pero no fue así. Ella no entró.

Antes de darme cuenta, corría escaleras abajo del edificio donde vivía. De un empujón violento abrí la puerta del vestíbulo y tropezaba en el camino a mi motocicleta. Removía en mi memoria reciente lo que me había dicho.

Había sido un accidente. El avión había perdido uno de los motores, seguido del segundo y terminó capotando en medio del océano pacífico.

«Kazuto... no hubo sobrevivientes...»

Las palabras de Alice habían sido duras, casi irreales.

Era imposible, eso me repetía en mi mente. Llegué al centro donde se habían reunido familiares de los pasajeros.

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