Perdido: 3 años antes

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El día se sentía normal, aunque ese término no cualquiera lo aplicaría a la situación en la que vivíamos día con día.

Pertenecía a la Fuerza de Autodefensa de Japón. Asignado como parte de las Fuerzas de Paz, un casco azul. Me desempeñaba en Darfur, Sudán. Las personas ahí eran generosas y tolerantes, y los ancianos a los que casi todos llamaban "Padres", tenían una sabiduría que muchas veces sentía debían compartirlas con el mundo.

En ocasiones era difícil imaginar a todas esas buenas personas pasando lo que pasaban y continuar con sonrisas en su cara para unos simples soldados.

Cuando llegamos, lo habíamos hecho por tierra, literalmente, caminos de tierra. No tenían carreteras pavimentadas, por lo que el viaje, se sintió como retroceder a un pasado distante. La pobreza se podía ver desde esos polvorientos caminos. El llamado a las fuerzas de paz, se inició por el conflicto armado. Apenas llegamos, tuvimos que lidiar con el primer tiroteo. Y aunque no había habido ningún muerto, la desolación se sentía en el aire.

Cuando bajé del camión con un arma entre mis brazos, aún no sabía qué era lo que me había llevado a venir como voluntario a un lugar tan lejano a mi hogar, los motivos seguían siendo diferentes cada vez que lo pensaba. Un día dije que era para ayudar a traer paz a las zonas desprotegidas, otro que por cumplir la misión asignada a mi país y una que otra vez, porque sentía que tenía mucho que entregar en los rincones más escondidos del mundo.

Pero bien sabía que tras todo ello, había algo más. Dentro de mis pensamientos, miré el cielo despejado, al igual que las calles del pueblo donde habíamos llegado. Bastaron pocos minutos para que poco a poco, muchos rostros curiosos y llenos de miedo se asomaran de entre las edificaciones de piedra arenosa. Recuerdo haber quedado en silencio, entendiendo la desconfianza de las personas que llegaban uniformadas y con armas de fuego entre sus manos.

Empero lo que vino después, fue una extraña forma de recibimiento en una zona que llevaba meses en guerra civil.

Cantos y aplausos. Me sorprendió, estaban contentos. Quedó grabado en mi memoria, los rostros de los niños saludando alegres nuestro paso.

Nuestra caravana, había sido la primera en llegar. Pronto estarían aquí también las tiendas de campaña con médicos y personal de salud. Esa noche descubrí que a pesar de todo el avance con el que había crecido, ahí, en ese pequeño rincón del mundo, no tenían nada y aun así, sonreían.

Fue entonces que por primera vez, acepté el por qué había sido voluntario y la culpa de ver a mis padres y hermana llorar, se sintió tan pesada como el cemento en mi pecho. Era porque creía que no había lugar para mí ahí, con ellos. Yo era adoptado, por alguna razón, al enterarme cuando tenía diez años, comencé a preguntarme, quiénes eran, quién era yo y lentamente, me alejé.

Un registro borrado había sido todo lo que necesité para desbaratar mi pequeño mundo. De pronto ver a esas personas, era ver a desconocidos. Era como un lazo de sangre destrozado, o así se veía en mi cabeza.

«Qué soledad»

Ese fue el sentimiento que se asentó al dejar caer mi cuerpo en el catre de campaña, sobre un colchón delgado, al lado de muchos otros hombres que apenas había conocido hace unos días.

— ¿Y qué piensas de este lugar?

La voz de un enérgico hombre de cabello rojo, me hizo abrir mis ojos oscuros. Al principio no sabía si me hablaba a mí. Tenía una cierta torpeza natural en las relaciones sociales, quizá debería haber sido gamer, o algo distinto a soldado, pensé vagamente mientras aquel pelirrojo no dejaba de sonreír con rostro desaliñado.

—C-creo que son buenas personas, supongo.

—Te ves algo niño para ser voluntario aquí. Soy Ryotaru.

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