Capítulo 4

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Durante los siguientes días, el príncipe Luka le visitó frecuentemente para hacerle preguntas, aunque en esas ocasiones no iba solo. Lemian se acercaba a veces solo para burlarse de él y también otro joven se pasaba por las mazmorras. Por lo que entendió, era el menor de los tres, el príncipe Lourent, bastante serio y no muy hablador.

También le sacaron por primera vez de su celda y le llevaron ante el rey. Seguía débil y sus músculos estaban terriblemente agarrotados y doloridos, así que apenas podía caminar bien, aunque agradecía que Luka le trajera los restos de la comida. Incluso si no moría de eso, realmente lo necesitaba para seguir cuerdo y no tratar de despellejarse a sí mismo.

El palacio en el que se encontraban estaba cubierto de suelos de mármol blancos y liso, impolutos como si los limpiaran a conciencia cada día. Hasta donde pudo ver, contaba con una lujosa decoración y un rico mobiliario. Cada portón abierto contaba con una pareja de guardias armados y preparados ante cualquier problema, así que Rin sabía que, incluso estando en condiciones, sería imposible escapar de allí. Como primero quería explicarse y salir de aquel malentendido, dejó que le arrastraran sin poner ninguna clase de resistencia y le arrodillaron delante de los tronos reales.

Uno de ellos, el de la reina, permanecía vacío. Rin levantó la cabeza y se encontró con la mirada aburrida de rey. Físicamente, era prácticamente idéntico a Lukanor, solo que bastantes años más mayor. Lourent también mostraba rasgos parecidos, como el oscuro color de sus cabellos, mientras que Lemian tenía el pelo cobrizo y bastante alejado del físico del rey. Rin dedujo que seguramente habría heredado los rasgos de su madre, aunque jamás había visto a la reina.

Al mirar hacia la derecha, se encontró a los tres príncipes mirándole. Lukanor estaba serio y rígido, como de costumbre. Lourent lucía igual de aburrido que el rey, como si lo único que le apeteciese hacer fuera marcharse de allí y dormir un rato. Lemian le miraba con una sonrisa burlona, ya bastante común en su rostro. Rin iba a comenzar a pensar que aquella era su expresión en todas y cada una de las situaciones.

—Ha pasado un mes desde que este chupasangre irrumpió en nuestros terrenos —habló el rey, como si hubiese una multitud expectante cuando solo estaban ellos cinco más algunos guardias—. Lukanor propuso mantenerlo como rehén, pero ningún clan ha solicitado su regreso.

¿Un mes? ¿Llevaba un mes allí dentro? Rin tragó saliva con fuerza. No se atrevía a hablar hasta que estuviese completamente seguro de que el rey se lo estaba preguntando directamente. Sabía que eso sería cometer una falta de respeto tan grande como el palacio en el que se encontraba, y él no estaba dispuesto a que le hicieran daño.

—Padre —Luka dio un paso al frente—. Encontraron la marca del Clan de la Luna en su cuerpo, pero ellos no han dado señales de vida.

—Mi teoría es que le mandaron infiltrarse en el palacio —habló Lourent con voz aburrida—. Y como su plan falló, no quieren responsabilizarse.

—Torturémosle para que hable y confiese —saltó Lemian.

El rey levantó la mano y los tres se callaron. Se levantó del trono y se acercó hasta el arrodillado. Rin tragó saliva. Tenía que decirles lo que ocurría. No había tenido oportunidad de aclarárselo a Lukanor.

—Solo había existido un Nodalak, hace muchos años, y cayó en medio de una batalla —explicó.

Le miraba con fijeza, como si quisiera introducirse en sus pensamientos y descubrir la verdad. Rin estuvo a punto de decirle que si él era capaz de traspasar aquella nebulosa que ocultaba todos sus recuerdos, perfectamente le dejaba hacerlo

—Es imposible, después de tanto tiempo, vuelva a aparecer otro Nodalak.

—Porque es una farsa —interrumpió Lemian, ganándose una mirada molesta de su hermano mayor—. Seguramente es un asqueroso Succuxus que trata de hacerse pasar por alguien más fuerte.

—No necesita sangre humana —respondió Luka con fastidio—. Así que eso destruye tu hipótesis.

—No sé a qué esperamos. Cuanto antes nos deshagamos de él, mejor. El reino entero espera ver su ejecución.

¿¡Ejecución!?

Rin se atragantó y tosió con fuerza. El suelo se llenó de perlas de sangre.

—Por favor, esto se trata de un error —intentó explicarse—. No sé qué hago aquí. Aparecí en un bosque nevado de repente y...

—¿Por arte de magia? —se burló Lemian.

—...y tampoco sé si soy un Nodalak o un vampiro o lo que sea...

—Evidentemente, está mintiendo —Lemian rio con sarcasmo. Rin no había tenido tantas ganas de golpear a nadie hasta ese momento—. Padre, es obvio que...

—Lemian, guarda silencio —ordenó el rey.

Lemian cerró la boca, frustrado.

—...así que, esto se trata de un verdadero malentendido. Le juro, majestad, que no tengo ni idea de quiénes son del Clan de la Luna —finalizó, esperando que pudiesen apiadarse de él.

El rey seguía mirándole de una forma tan dura que sabía que aquello no serviría de nada.

—Podría ser verdad —habló Lourent.

Rin tuvo ganas de abrazarle.

—Sin embargo, sigue siendo un vampiro que ha roto los Acuerdos y el pueblo querrá verle en la hoguera.

Bien, ya no tenía ganas de abrazarle.

—Y si pertenece al Clan de la Luna y nos ha mentido, han decidido romper los Acuerdos e infiltrarse en nuestros territorios después de siglos de paz —el rey seguía hablando en general, aunque solo podía referirse a sus hijos—. Les hemos ofrecido el rehén con condiciones y de forma pacífica.

—Deberíamos plantearnos que no van a aparecer —dijo Luka con calma y le dio un codazo a su hermano al ver que pretendía interrumpirle. Lemian soltó un gruñido—. Sin embargo, opino que lo fundamental es descubrir la verdad sobre el Nodalak y no sacrificarlo.

—Oh, déjame a mí esa tarea —Lemian ignoró la expresión molesta de su hermano—. Voy a hacer que suelte todo.

—Daremos una semana de margen al Clan para que se manifieste —declaró el rey finalmente, evadiendo por completo a su hijo mediano—. Les planearemos las condiciones que deseamos.

—No aceptarán —interrumpió Lemian, pero nadie le hizo caso.

—Si en una semana, el Clan sigue sin mostrarse, podrás hacerte cargo de él, Lemian.

Lemian sonrió de oreja a oreja, como si le acabasen de dar un regalo de cumpleaños, y se alejó caminando felizmente.

—Prepárate, vampirito —le susurró cuando estuvo cerca de él.

Volvieron a llevar a Rin a las mazmorras sin que el joven pudiese seguir explicándose. Rin luchaba por contener sus nervios en el interior de la celda. ¿Qué le iban a hacer? Las palabras de Lemian le asustaban.

Se palpó los bolsillos de sus desgastadas prendas y encontró un pequeño papel doblado. Lo sacó con confusión. No recordaba que eso hubiera estado ahí antes. Además, le habían registrado. Se lo habrían quedado. Sin preguntárselo demasiado, lo desplegó. Solo había cinco palabras escritas, pero las suficientes para dejarle los pelos de punta.

Que no muerdan al príncipe.

Que no muerdan al príncipe

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