Capítulo 1

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Oscuridad.

Fue consciente de que tenía los ojos cerrados en aquel momento. Seguramente había estado durmiendo antes de despertarse. No abrió los ojos y dejó que su mente navegara un poco más por la profunda negrura.

Sabía que estaba tumbado sobre algo muy frío porque se le estaba congelando la espalda. Incluso notando que se estaba quedando completamente helado, tampoco hizo demasiado esfuerzo por recolocarse.

Oyó unos pájaros piar y cantar, el fresco viento moviendo con ligereza las ramas de los árboles y, finalmente, abrió los ojos con pesadez. Una luminosidad bastante más intensa de la que se había esperado le recibió. Tuvo que parpadear repetidas veces para poder adaptarse al entorno.

Se encontraba tumbado boca arriba sobre una ligera capa de nieve, en medio de lo que parecía ser una especie de bosque. Se incorporó con lentitud y miró a su alrededor con confusión. ¿Qué demonios estaba haciendo allí?

No, mejor; ¿Cómo había llegado hasta allí? Trató de revisar en su cabeza por los acontecimientos del día anterior para poder encontrar la resolución, o quizás varios días anteriores, pero no fue capaz. Una enorme cortina gris ocultaba todos aquellos recuerdos y mantenía la zona libre de cualquier alusión al pasado.

Y entonces descubrió con pesar que aquella cortina encerraba también las semanas, los meses, los años. Todo. Todo cuanto podría sacarle de aquel aprieto estaba oculto en lo más recóndito de su mente, y no era capaz de atravesar el visillo y llegar hasta ellos.

Se palpó la zona derecha de su cabeza; le dolía horrores y acababa de notarlo. No era un dolor físico, sino algo más interno, un dolor que difícilmente se le pasaría. De igual manera, trató de dejarlo a un lado y concentrarse para sacar algún dato importante.

Se observó a sí mismo. Vestía ligeras y largas prendas negras a pesar del frío invernal que llenaba el ambiente. Notaba su espalda mojada y congelada, y se estremeció ligeramente, aunque realmente no tenía mucho frío, a pesar de la situación. Se miró las manos: estaban impolutas, de tonos pálidos que daban un aspecto delicado y de porcelana, con las uñas limpias, cuidadas y perfectamente cortadas al mismo nivel. Parecía como si jamás hubiese tocado nada con ellas, lo cual era absurdo.

Se levantó con lentitud, tratando de evadir en incesante pálpito de su mareada cabeza. Todo a su alrededor parecía ser bosque y no había ningún camino ni signo que le permitiese saber cuál era el camino correcto para llegar a algún lado donde pudiese pedir ayuda. Con horror, también se dio cuenta de que estaba descalzo y de que sus pies se mantenían firmes sobre la helada capa de nieve que cubría la hierba y las rocas. Sus pies también lucían tan pálidos e intactos como sus manos. ¿Acaso aquello era posible? ¿Haber llegado hasta allí sin mancharse los pies, teniendo en cuenta que estaba descalzo?

Comenzó a caminar, de vez en cuando tambaleándose o haciendo muecas y sonidos de dolor cuando se le clavaba algo filoso en las plantas. Se sentía completamente perdido y, por más que caminaba, todo le parecía igual y nunca llegaba a ningún sitio. El viento le movía los mechones de pelo, oscuros como las prendas que usaba. Se abrazó a sí mismo, pues cada vez estaba teniendo más frío y ya estaba empezando a temblar sin control.

El sol había estado luciendo con fuerza cuando había despertado, pero con el paso del tiempo parecía estar a punto de ocultarse, dejando paso a la noche. Descubrió que, por suerte, la oscuridad no entorpecía en absoluto su visión, aunque fuese un poco más restringida que por el día. El frío incrementó y sus doloridos pies pedían un respiro que no podía permitirse a menos que quisiera morir de hipotermia. Ya no tenían el bonito aspecto del principio. Su tonalidad violácea le hizo saber que dentro de poco dejaría de sentirlos. También tenía numerosos arañazos y heridas abiertas que se había hecho al ir caminando.

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