Perdió la cuenta de cuántos días habían pasado desde que había despertado en el bosque nevado.
Cada minuto que pasaba se sentía peor que el anterior. El hambre era inmenso, tanto que se le cruzó el pensamiento de devorarse alguna parte de su cuerpo. Trató de hacerlo con el brazo derecho, pero el dolor fue aún más insoportable así que al final desistió.
Rin no volvió a ver al príncipe en varios días. Se pasaba la mayor parte del tiempo en un estado medio inconsciente, en el que apenas podía moverse pero era capaz de captar los sonidos que había a su alrededor. De vez en cuando tenía ataques de tos y acababa escupiendo sangre por doquier.
Estaba terriblemente agotado, sediento y hambriento, pero en todos los días que pasó allí encerrado, en ningún momento nadie le trajo comida o bebida. Recordaba las palabras del guardia: "No morirá por eso, pero estará debilitado".
Lo único en lo que podía pensar era en morir. Morir y dejar todo aquel sufrimiento, que ni siquiera entendía a qué venía. Su mente tampoco se había aclarado, y se regañaba todos los días por haberse despertado en medio de aquel bosque y haberse dirigido hacia aquel pueblo que parecía inofensivo.
Sin embargo, un día sucedió algo increíble. Al abrir sus cansados ojos, descubrió delante de él un plato con varios trozos de carne y un vaso de cerámica con un líquido cristalino que supuso que sería agua.
No se lo pensó demasiado. Se incorporó como si de repente se hubiese cargado toda su energía y se acercó a toda prisa, lo máximo que le permitieron las cadenas y las esposas. Engulló la comida sin miramientos, como si le fuese la vida en ello. Debía ser un milagro. Tragaba tan deprisa que apenas podía degustar el sabor, pero tampoco le importó demasiado. Iba tan deprisa que, sin terminar de masticar un bocado de carne de cerdo, le dio un enorme trago al vaso, atragantándose en el proceso y tosiendo ligeramente.
—Si sigues comiendo así lo vomitarás —le dijo una voz.
Levantó la cabeza. No se había dado cuenta de que no estaba solo porque le había dedicado toda su atención a la comida. Sabía que comer de esa forma delante de su Alteza Real no debía de ser lo más educado, pero no le importó. El príncipe estaba sentado en una silla que parecía que en cualquier momento se rompería, en una postura bastante alejada del formalismo que Rin tenía asociado a los nobles. Por esa razón, siguió comiendo, con un poco más de lentitud.
No dejó que la mirada del noble le incomodara y acabó de comer los últimos restos que quedaban. Terminó con el agua de un enorme trago y se limpió la comisura de los labios con la manga raída de uno de sus brazos. Su estómago rugió con fuerza, pero ya no quedaba nada más y tampoco quería arriesgarse y echarlo todo por la celda.
El príncipe se levantó con un movimiento bastante simple y le ojeó a través de las rendijas. Incluso si se sentía mucho mejor, todavía no creía tener las fuerzas suficientes como para levantarse, de modo que le devolvió la mirada desde el suelo, apoyándose en la pared de la oscura celda.
—Voy a hacerte unas preguntas y quiero que me respondas con lo que sabes —ordenó—. Será más fácil si colaboras.
Rin no respondió. Se recolocó en su posición, sintiendo los músculos de su cuerpo entumecidos y doloridos. Seguía estando helado, aunque ahora que había satisfecho a su estómago, estaba algo mejor.
—¿Cómo te llamas?
Esa era fácil.
—Rin —su voz sonó tan ronca que tuvo que toser para aclararla.
—¿Rin qué más?
—Nada más. Solo Rin.
Le observó con incredulidad, pero no dijo nada. Rin reparó entonces en un guardia cercano, que portada un llavero repleto de llaves antiguas. Algo dentro de él se emocionó. Quizás iban a liberarle. Quizás se habían dado cuenta de que todo era un error, de que él ni siquiera era un...
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NODALAK
Vampir«-¡Decídelo de una vez! -gruñó, con su filosa voz arañando y cortando el frío y rígido ambiente que se cernía sobre ambos. -¿Decidir qué? Resopló con fuerza y le miró. Sus ojos seguían siendo de una tonalidad tan rojiza que parecían rubíes. Iguales...