Capítulo 2

13 5 2
                                        

Oscuridad.

Empezaba a acostumbrarse a verlo todo negro. A tener un momento de recapacitación antes de abrir los ojos. Apenas podía pensar en lo que había sucedido después de aquello. Su mente estaba tan oscura como su visión en aquellos momentos.

Abrió los ojos con lentitud. Había muy poca luz en la estancia, pero gracias a que su vista también estaba capacitada para ver en la oscuridad, no le resultó un gran problema. Tardó tan solo cinco segundos en darse cuenta de que sus muñecas estaban sujetadas por fuertes esposas, que a su vez estaban fuertemente unidas por una larga y gruesa cadena de hierro, sujeta a una pared rocosa.

Seguía teniendo frío porque continuaba vistiendo las mismas finas prendas, empapadas. El lugar no era muy cálido tampoco. Estaba oscuro, el ambiente era helado y lo único que se podía oír era las gotas de nieve derretida que se escurrían por una pequeña grieta de la pared.

Estaba en una prisión. Una jaula.

Hizo memoria; había llegado al pueblo, había pedido ayuda, alguien había gritado algo y después se había desmayado a causa de las pocas fuerzas que le quedaban. Probablemente le hubiesen llevado hasta allí después. No sabía por cuánto tiempo o cuántos días había permanecido sin consciencia. Desde aquel lugar ni siquiera había una ventana que pudiese indicarle en qué momento del día se encontraba. Lo único que conseguía que la estancia no estuviese sumida en una total negrura eran unas pequeñas antorchas colocadas afuera de los barrotes.

Seguía muy débil como para levantarse, y sus piernas temblaban cuando lo intentaba. Tenía un hambre voraz. Estaba seguro de que no había comido en días. También estaba sediento. Y agotado.

Notó sus afilados colmillos crecer de nuevo. No sabía si sería capaz de acostumbrarse a ellos. Tampoco entendía cómo le habían salido.

Cerró los ojos y trató de concentrarse, intentando olvidar momentáneamente el hambre, la sed, el frío, el cansancio, y todo lo demás. Se concentró en pensar y en recordar qué demonios estaba ocurriendo.

«Rin. Me llamo Rin.»

Algo era algo.

Trató de pensar en su edad, familia, amigos, algo que le sirviera de ayuda, pero no fue capaz de atravesar aquella barrera oscura en su mente. Además, ¿cómo le habían llamado? ¿Vampiro? ¿Realmente ellos existían?

Debía ser cierto, pues sus largos colmillos lo indicaban. No tenía mucha idea de aquellos seres, pues seguramente gran parte de la información seguramente estaría escondida en lo más recóndito de su mente, pero sabía algunos pocos datos. Como por ejemplo, que la luz del sol les quemaba. Y aquello no tenía sentido porque él había caminado bajo los rayos del astro por un buen rato hasta caer rendido. También sabía que chupaban sangre. De solo pensar en eso se le revolvió el estómago con desagrado.

Tenía que ser un error.

Le alertó el sonido de unos pasos acercándose. Estaban bastante lejos pero a cada segundo se oían más cercanos. Eran varias personas que conversaban en un tono tan bajo que no podía escucharlos. Se percató también de que una pequeña luz también se aproximaba hacia su posición. Posiblemente otra antorcha, esa vez cargada por los que caminaban.

Rin se encogió en su sitio cuando finalmente llegaron hasta él. Eran tres hombres, dos de ellos guardias por las armaduras que vestían. También sujetaban amenazadoras lanzas. No era muy fácil de ignorar aquel detalle. Aunque le tranquilizó un poco ver que no tenían intenciones de entrar en la jaula. Al menos por el momento.

—Su Alteza, no es prudente acercarse más —dijo uno de los guardias cuando el hombre se acercó a los barrotes.

«¿Alteza?»

NODALAKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora