Los sonidos de la batalla eran perceptibles desde donde ellos se encontraban. El olor metálico de la sangre llenaba el ambiente a su alrededor. El iris de los ojos de Yves se volvía a cada segundo que pasaba de una tonalidad más carmesí, rozando el rubí y quizás el escarlata. Incluso oyendo la lucha entre humanos y vampiros en la lejanía, el silencio que se tornaba sobre ellos era tan palpable que Rin tuvo ganas de quitarle la espada al contrario y cortarlo de cuajo. ¡Esa espada que se había sacado de su maldita garganta! ¿Cómo rayos lo había hecho? ¡Había sido increíble! Y a la vez desagradable. Una combinación algo extraña.
Su mejilla seguía palpitando con fuerza por la horrible bofetada que le había dado. Yves le miraba con fiereza y tuvo la espantosa sensación de estar a punto de ser atacado. El Succuxus ya había demostrado que no le importaba usar la violencia para algunas situaciones. Aunque Rin sabía que tampoco podía reprocharle nada. También él estaba sorprendido por el reflejo de gritar el nombre del príncipe cuando este había estado a punto de ser asesinado.
«¿De qué lado estás?»
¿De qué lado estaba? Ni siquiera lo sabía. Aunque bueno, si lo que todos decían era cierto y se trataba de un Nodalak, estaba claro que salir de allí debía ser una de sus principales misiones. Ellos estaban allí para sacarle de allí. Se maldijo en voz baja por lo estúpido que había sido y con lentitud se levantó. Su cuerpo rogaba por tumbarse en el suelo y quedarse así por el resto de su vida, pero se obligó a mantenerse en pie con la poca fuerza que le quedaba. Yves seguía mirándole con ferocidad, preparado por si tuviera que darle otra bofetada. Pero eso no sería necesario. Le devolvió la misma mirada seria y decidida. Quizás le rescataran y le llevaran a un sitio peor, pero no podía asegurar eso. Si se quedaba, volverían a clavarle a un poste en medio de una hoguera para ver cómo se deshacía entre terrible sufrimiento.
—¿Entonces? —dijo Yves de mala manera. Rin ya lo tenía claro.
—Sácame de aquí —pidió.
Yves no esperó a que se lo dijera dos veces. Rin pensó que, debido a su anterior estupidez, le dejaría a sus anchas, o como mucho le ayudaría a caminar como al principio, pero para su sorpresa, Yves se acercó hasta él y antes de que pudiera verlo venir, le agarró por la cintura y lo subió a su hombro izquierdo. Rin estuvo a punto de gritar cuando de repente se vio cabeza abajo, únicamente observando la espalda del contrario y parte del suelo si se estiraba un poco. Se agarró con fuerza a cualquier lugar a sabiendas de que no caería al suelo por el agarre que Yves mantenía en su cintura. Aunque tampoco podía asegurarse de que fuese a mantenerse mucho tiempo. Se imaginó al Succuxus dejándole caer sin ningún tipo de remordimiento y se aferró con más fuerza a su espalda.
—Hazme el favor de incordiar lo menos posible —farfulló el vampiro.
Rin no respondió. Con su poca visión, advirtió cómo Yves dejaba atrás la espada ensangrentada con la que había atacado a los guardias. Quiso preguntarle por qué abandonaba su arma, cuando perfectamente podrían salirle al paso más enemigos, pero cuando volvió a ver la espada, ésta ya no estaba. En su lugar, un pequeño reguero de sangre recién fresca permanecía en el mismo lugar donde anteriormente se encontraba el arma.
El hombro de Yves se le clavaba en el estómago, pero no se atrevió a quejarse por si acaso le dejaba caer. Seguía manteniendo las uñas afianzadas a su espalda y se preguntó mentalmente si sería capaz de dejarle la espalda marcada por eso. Estaba seguro de que Yves le mataría, incluso si lo conocía desde poco menos de una hora.
Salieron al exterior sin problemas. La pelea entre vampiros y guardias seguía disputándose en todos los lugares del palacio, tanto dentro como fuera. Por suerte, nadie les prestó demasiada atención, o al menos desde donde Rin pudo observar, porque su campo se visión seguía basándose en la parte de atrás de Yves y un poco del suelo. Nadie vino a interceptarles así que Yves trotó rápidamente hasta los límites del lugar.

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NODALAK
Vampir«-¡Decídelo de una vez! -gruñó, con su filosa voz arañando y cortando el frío y rígido ambiente que se cernía sobre ambos. -¿Decidir qué? Resopló con fuerza y le miró. Sus ojos seguían siendo de una tonalidad tan rojiza que parecían rubíes. Iguales...