MadaHashi- Una misión

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Las campanas serían quienes romperían el conjuro onírico. Así estaba dictando.
Dentro de una glamorosa carroza se encontraba una bella joven de piel bronceada y cabellos marrones, portando un glorioso vestido verde y una máscara que era la señal de la invitación al baile de la familia Uchiha.
Una vez que llegó a su destino, la bella dama bajó con temblor de la carroza sabiendo que las ropas al final de la fiesta se convertirían en polvo.
Ante el ojo público ella era una hermosa dama, pero bajo todos esos honrosos ropajes ella no era nada más ni nada menos que él. 
Cada paso que daba era un temblor más potente que el anterior, todo porque en su bajar podía ver a su objetivo que más adelante perecería por su mano.

Su nombre verdadero era un enigma para todos los presentes; o mejor dicho, para la gran mayoría.
Uno de los hombres fieles a su clan se encontraría entre los invitados para darle la señal de cuando tendría que cegar a cierto chambelán. 
Ella era Hashirako para todos los jóvenes que preguntaban por su identidad, pero para sí mismo, era Hashirama. 
El caminar armonioso que ella poseía marcaba un dulce camino hacia el hombre de largas cabelleras azabaches, Madara Uchiha, el hijo del cabecilla del Clan Uchiha. 
Hashirako observó sin dudar a ese hombre de deslumbrante apariencia que escondía la mitad de su rostro bajo una hermosa mascara negra decorada de plateado, pero el apreciar esa belleza inigualable de su objetivo, ignoraba que la escalera le daba miradas de cristal.

Pensó que sería realmente difícil llamar la atención del Uchiha, pero se equivocó; fue realmente fácil. 
Parecía que Madara había quedado cautivado con ella y por ello fue a recibirla, tendiendo su diestra para invitarla a la gran pista. No se dijeron ni una sola palabra, parecían estar conectados y simplemente se dirigieron al gran salón rumbo a la pista. 
Parecían conectarse al haberse tomado de las manos. 

Cuando empezó el baile comenzaron a danzar de manera armoniosa, siendo ellos uno con la música. El exterior y los demás no importaban en lo absoluto; y el sentimiento mutuo de haberse conocido con anterioridad antes del baile... ¿Eso era posible? 
Absortos y tan distraídos de los demás, danzaron sin perder la vista del mirar contrario. Madara la veía a ella y ella a él. 
Todo parecía un completo sueño o por lo menos Madara pensaba eso en todo ese baile sin hablar; sin saber que el sonar de las campanas marcarían una gran señal.
La danza fue melodiosa hasta que la armonía fue rota en Hashirama por parte de una horripilante voz que era desconocida, pero era la clara señal de que ya tenía que actuar. 
Escuchando a un extraño que va susurrando una canción: "Que con un cuchillo apuñales su corazón y lo dejes en el pasado. Oh, falsa princesa y noble príncipe, vuestro amor será imposible".

Hashirama por momentos recordó las crueles palabras de su padre cuando le otorgó la orden de matar a un objetivo en específico, alguien que él no conocía por su persona, sino por sus ropas y por pecados que no cumplió. 
No lo pensó, con brutalidad se separó de su acompañante, observándolo con pánico al mismo tiempo que recibía a escondidas la daga. Observó la hora, faltaba poco para las doce. 
Observó al frente, notó a Madara; observó atrás, notó a su aliado. No podía. 
Empujó con brutalidad a su aliado y a varias personas mientras iba rumbo a las escaleras más cercanas, sin saber que estas dirigían a la torre. 
Los gritos de Madara rogando porque se quedara o le diera una explicación poco a poco se comenzaban a escuchar de lejos. No podía verlo a la cara, no podía matar a este inocente que pagaría por culpa de otros. 

Ahora Madara podía escuchar los susurros del extraño, palabras que susurraban una traición, dictando que un cuchillo apuñale un corazón y dejé todo en el pasado. 
No comprendía a que se refería, pero no le importaba, tenía que ir por la joven que lo cautivo. Brillarán zapatos de cristal, que se derretirán y en rojo arderán; así se podía decir. 

Hashirama se encontraba cerca de una de las ventanas de la torre, sujetando con toda su fuerza entre ambas manos la mortal daga. 
Vislumbró el cometer un pecado, pero temía a que el infierno azotara con brutalidad contra su alma, así que negó. 
Su mente estaba tan confusa que no se había percatado de una presencia llegar a su lugar. 

—¿Por qué te fuiste? 

Musitó Madara en un tono dulce pero preocupado por ella.

No sabía qué responder para él, que decirle. No era capaz de decirle que lo mataría en su propia casa solo porque se lo habían dictado. 

—¿Por qué vuelves otra vez? ¿No vez que ya no estaré? ... Dos segundos te daré, para correr. 

Allí se giró para mostrar como caían lágrimas de sus ojos a pesar de que parte de su máscara ocultaba medio trayecto de estar; y en sus manos cargaba la daga mortal.
A duras penas logró quitarse los zapatos sin necesidad de sus manos, tirando estos por un lado remoto de la habitación.

—Sin zapatos bailaré, evitando el desnivel. A las doce clavaré, mis manos sin temer...

Los ojos de Madara se abrieron con asombro al escuchar la voz masculina provenir de su compañera de baile, algo que le hizo esbozar una ligera sonrisa y lo hizo acercarse para posar su diestra en una de las mejillas de ella y secar las lágrimas. 

—Tu llanto besaré, sé que me quieres.

Pero un impulso recorría a Hashirama en silencio, por amor, le tocaba decir adiós.
Rogaba porque las campanadas no sonaran pronto, no podía sentir que podía vivir sin este hombre a pesar de no conocerlo... ¿Entonces por qué el nombre le resultaba tan familiar?
Sintió los cálidos brazos de Madara rodearlo mientras cerraba los ojos y las campanas comenzaban a resonar.
Mordió con brutalidad su labio inferior; cerró los ojos; dejó caer sus lágrimas; sin más, soltó la apuñalada con profundidad hacia el pecho de Madara. 
Hashirama podía escuchar la voz de Madara resonar. Escuchaba el ruego de Madara, un pedido simple: que se quitara la máscara. ¿Valía la pena hacerlo a esta altura? Solo le quedaba destruir todo este sueño, sin poder verlo.

—La luna brillará, envuelta en luz estelar, y velará al verte llorar...

A duras penas mencionó esas palabras y se separó hacia atrás para caer pesadamente de espaldas al frío suelo.
Hashirama comenzó a romper su vestido, tirar su máscara y lanzar su tiara hacia un lado, revelando por completo su identidad; algo que hizo que el moribundo Uchiha se sorprendiera y sin más sonriera. 

—Hashirama... Sigues siendo... Tan... Bello como el día en que te... Conocí...

El aliento de Madara poco a poco se perdía en cada frase hasta que cerró sus ojos, dejándose perecer lentamente no sin antes marcar el alma de Hashirama con esas palabras. 
Si bien Hashirama sabía el nombre de su objetivo, nunca se imaginó en verdad quien era la persona que tenía adelante.
Cayó pesadamente de rodillas, a un lado del cuerpo de Madara, y allí tomó entre sus manos la máscara para arrebatarla. 
Su tez bronceada pareció quedar pálida en el momento en que reconoció ese rostro; era el niño que conoció en el río en su infancia. El chico al que le juró amor eterno cuando se dieron su primer beso.

Ahora su mundo parecía venirse abajo ante esta noticia.
Un horrible grito de dolor salió de sus labios mientras buscaba la manera de que Madara respondiera o diera alguna señal de vida. Nada.
Rogaba que por favor no se parara el tiempo, aun si el veneno causaba dolor.
Aún le quedaba a Hashirama un último aliento para asimilar el morir de su amor.

Y no... No le quedaba nada para asimilar.
Siguió llorando amargamente por Madara hasta que notó la daga.

—¿Y si a este dulce cuento le pongo un fin?


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