MadaTobi / NaoMada - Witch hunt

266 24 0
                                    

Paso tiempo atrás, la historia que os voy a contar. Jamás se olvidará aquella sentencia final. En un sitio al azar solía un brujo habitar y se enamoró del príncipe que él conoció.

El pueblo se reunía por completo frente a la Iglesia. Los espectadores observaban con temor y horror como en una cruz de madera se encontraba un joven de cabellos blancos atado a la misma. Los pequeños moretones y suciedad manchaban la pálida piel de aquel que era acusado como brujo. A los pies del mismo se encontraban varios troncos de madera los cuales pronto serían encendidos para la sentencia del mismo: quemado como una bruja. Frente a ese joven se encontraba el príncipe junto a la hija del Padre de la Iglesia local.

—Madara... —susurró el joven sentenciado, observando con pavor a su amado—. ¿Por qué? 

Madara no respondió nada en lo absoluto. Todavía se encontraba perplejo de que su amado fuese un brujo. 

Los pueblerinos se encontraban abucheando mientras que el clero se encontraba rezando para que el alma condenada encontrara la paz en el más allá una vez que partiera a ese lado. Por otro lado, Naori se preparaba para ser ella quien exorcizara al brujo frente al fuego. Con un crucifijo en mano diestra y La Biblia en la siniestra, se acercó a considerable distancia del joven que ahora era sentenciado.
La misma dio la señal para que los ayudantes del clero prendieran fuego los troncos bajo los pies del joven albino. 
El joven observaba sin temor alguno hacia el cielo, soltando algunas palabras que estaban en latín, algo que hacía pensar a los demás de que ese en verdad era un maldito brujo.

—Nunca me lo imaginé... —comentó Izuna con asombro—. Él no te ama, aniki. Solamente te engatusó como el brujo que es. Escuchaste a Naori decir esto mismo que te estoy diciendo. 
—Un brujo entre nosotros... Deplorable. —comentó Tajima expectante ante lo que se daba. 

Madara no comentó ni una sola palabra. No encontraba las adecuadas para el momento, solamente su mente podía retener una única pregunta: ¿Por qué, Tobirama?

Tanto por la mente de Madara como la de Tobirama comenzaban a pasar los momentos más felices que ellos tuvieron. El día en que se conocieron frente a la Iglesia junto a un puesto ambulante de papiros. Allí descubrieron los gustos literarios de ambos los cuales eran similares. Madara le enseñó la belleza de la cetrería a Tobirama cuando se escapaba de sus labores de príncipe heredero al trono. Tobirama le enseñaba todo sobre los viajes que realizó a lo largo del mundo. 
Todo fue perfecto en esos cinco meses que se conocieron, incluso en el momento en que ambos se entregaron por amor y a escondidas de la iglesia se juraron amor eterno. 
Sin embargo, Madara recordaba con crueldad y claridad el día fatídico en el que Naori se acercó para decirle la verdad.

—¡Príncipe Madara, la magia profana lo ciega! —dictó Naori quien se acercaba al príncipe el cual iba rumbo hacia el punto de encuentro con su amado Tobirama.
—¿A qué te refieres, señorita Naori? —interrogó Madara sin comprender las palabras ajenas.

De pronto, Naori alzó un folleto hecho a mano el cual mostraba un retrato a carbonilla de Tobirama. Alrededor de la imagen se podía leer las palabras "Se busca este brujo". 

—¡La magia profana lo ciega de la verdadera forma de este monstruo, Madara! —exclamó Naori con desesperación.

Y allí, Madara sintió que los momentos felices con Tobirama se desmoronaron y que no volverían. 

—Atado a una cruz buscó yo una razón. Las voces de los fieles no puedo escucharlas más. —susurró Tobirama—. Este amor nació por la magia del corazón. Seré castigado por las llamas del rencor. 
—¡Penitencia fatal, penitencia fatal! —Repitieron los fieles.
—¡Este amor es brujería y un pecado aterrador! —dictó Naori a todo pulmón para que todos los espectadores pudieran escucharla. 
—¡Penitencia fatal, penitencia final! —Repitieron los fieles.

Ente el público un joven de piel bronceada y cabellos marrones, portador de un semblante triste, se acercó hacia Madara. 

—Mirad como arderá, el cielo en llamas caerá y la ley dictará que muera por su falsedad. —comentó el desconocido. 

Tanto Madara como su hermano y padre observaron de reojo al joven desconocido quien portaba una capa. Para su suerte el rostro de ese se podía ver, pero para los tres era completamente desconocido. 
Tajima se sobresaltó al ver que al lado de ese desconocido había otro similar, la diferencia era que los años se le notaban al segundo. Este último dirigió un vistazo hacia Madara y finalmente habló:

—Y en un joven confió, a muerte él lo condenó. —dijo el desconocido mayor sin apartar la vista del crucificado. 

Izuna estuvo a punto de arremeter contra esas palabras del sujeto, pero terminó callando al escuchar la voz de Tobirama. 

—¡Penitenziagite! ¡Penitenziagite! —repitió Naori y los fieles acorde a como las llamas iban escalando por los troncos dirigiéndose a las piernas del joven albino. 

Las lágrimas comenzaron a caer por los ojos de Tobirama al notar como Madara no realizaba nada por él. 

—Si este amor es brujería... —Comenzó a hablar Tobirama con dolor sin despegar su vista de Madara—. Ya no tengo más opción. Todo en ti volverá y todo lo recordarás. 

Las llamas comenzaron a escalar por las piernas de Tobirama quien tuvo que bajar la vista por un momento para soportar el horrible dolor y sin previo aviso, lanzó un horrible grito al cielo. 

Naori esperaba que esto terminara rápido, porque después de todo, esto lo hizo solo con un fin: obtener a Madara. 
En verdad no sabía si Tobirama era o no un brujo, únicamente quería condenarlo. Que desapareciera. 

Un enorme viento se levantó provocando que todos los presentes se cubrieran. Izuna, Tajima, Naori y Madara tuvieron que caer sentados al suelo por la fuerza del viento. Estaban cerca del mismo. 
Buscaron el origen del mismo hasta notar que aquel par de extraños sujetos poseían enormes alas blancas.

—N-No... No puede ser... —tartamudeó Izuna al saber que eran.
—¿Acaso los ángeles bajaron para presenciar esto? —dijo Tajima con asombro.

Allí, el más joven, aquel que se hacía llamar Hashirama cuando pisaba la tierra, observó a la realeza y les dedicó una sonrisa calmada. A diferencia de aquel que se hacía llamar Butsuma cuando bajaba a la tierra, quien los miraba a todos con desaprobación.
La vista de ambos ángeles volvieron hacia el recién juzgado, dejando sorprendida a Naori quien seguía recitando el juicio final.

¿En verdad es un brujo? ¿No me equivoque?  Pensó Naori.

Las lágrimas de sangre comenzaron a caer de los ojos de Tobirama quien alzó la vista al cielo mientras gritaba de completo dolor. 
El grito era tan horrible y desgarrados que provocaba que cualquiera de los presentes, a excepción de los dos ángeles, se estremecieran. 
Nuevamente, otra brutal ventisca se presentó, provocando que todos los mortales se cubrieran con sus manos para poder asimilar la misma y seguir viendo; pero lo que nadie esperó fue ver que de la espalda de Tobirama emergieron dos gigantescas alas negras, las cuales a la perfección destruyeron el crucifijo y al aletear una única vez lograron apagar el fuego que lo quemaba. 

—¡Yo jamás olvidaré lo que aquí acaba de acontecer! ¡La muerte pronto llegará! —dictó Tobirama. 

Y en un abrir y cerrar de ojos, ese y los dos ángeles tomaron gran vuelo para irse del lugar por los cielos. 
El volar de Tobirama provocó que una única pluma cayera directamente hacia la mano diestra de Madara quien no dudó en tomarla mientras se preguntaba cuanto mal causó al hacer caso ante un juicio falso.

Ahora todo aquel que no tuviera una pluma de un ángel estaba destinado a morir de forma fatal. 







PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora