III

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El lugar era sublime, había una colosal roca negra que caía justo al inicio de un arroyo cauteloso, creando una pequeña cueva a los pies del agua, los árboles ahí estaban muy juntos y las piedras al rededor del arroyo estaban llenas de musgo, era casi de totalidad verde a excepción del arroyo que actuaba como espejo obscuro en estos momentos, pues el sol ya había caído.

Ana se quitó los zapatos y camino lentamente hacía el arroyo.

—Jorge, quítate los zapatos el verde es como una alfombra.— Señaló mis botas.

Inmediatamente lo hice, y la fina capa de verde se sentía como satín bajo los pies, era fresca y suave, Ana me habló con una seña de su diminuta mano y yo proseguí.

Detrás de unos árboles frondosos había otros árboles gigantescos, miraba hacia arriba y parecían no tener fin, sus troncos eran de gran envergadura y sus raíces salían de la tierra como fuertes serpientes a lo largo del suelo verde, entre ellas se hacía un hueco, Ana camino hasta allí y se metió debajo de una raíz, la seguí de cerca, el hueco por dentro era bastante amplio y acogedor, inmediatez la temperatura cambio a una más cálida, con el suelo aún como satín y verde, un verde embriagador.

Ana tenía ahí unos vasos y platos y lo que parecía ser un cuaderno.

—¿Te gusta? — Me miró satisfecha.

—Es encantador pequeña, muchas gracias por mostrarme. — Le sonreí agradecido.

—Es tu lugar ahora, Jorge.— Me sonrió cálidamente y no pude evitar regresar el gesto, pero ¿Mi lugar?

—¿Mi lugar? Explíqueme, pequeña.— Me senté a su lado.

—Si, yo lo comparto contigo caballero, es un lugar tranquilo en dónde puedes meditar, nadie aquí te molestará.—Abrí los ojos sorprendido de sus palabras, como ya había dicho era madura a pesar de su corta edad, sus palabras se enterraron en mi corazón, nadie aparte de mi maestro se había preocupado por mi meditación.

—Se lo agradezco pequeña.— Le toque la nariz, se había vuelto un hábito de afecto.— Entonces ¿A qué viene aquí? — Interroge con delicadeza.

—No me gusta estar dentro del palacio.— Suspiró con pesadez.— No hay amigos en el palacio ¿Si? y aquí los hay, hay peces en el agua, pájaros en las ramas y ardillas en los troncos. — Sus ojos brillaban cuando hablaban de los animalitos.

—Entiendo... pero ¿Acaso no soy yo tu amigo? — Le hice un falso puchero.

—¿Quieres ser amigo de alguien de 8 años? — Sonrió con una burla.

—¿Usted quiere un amigo tan viejo como yo? ¿De 18? — Sonreí. — Ya me duele una rodilla por la edad. — Sobe mi rodilla y la miré de reojo, ella sonreía ampliamente.— Si usted me ordena que sea su amigo, lo seré y yo estaré encantado.—

—Caballero, se mi amigo.— Sonrió.

—Por supuesto, pequeña, a sus órdenes.— Hice una mini caravana.

Regresamos al palacio pues comenzaba a soplar un viento muy frío para nosotros y solo contábamos con nuestras prendas de dormír y una capa, nos escabullimos de regreso y la dejé en su habitación.

—Muy bien pequeña, su aposento. — Le dije en voz baja al pararnos frente a su puerta.

—¿No soy una hechicera? — Me miró fijamente a los ojos.

—No lo creo, no ví ninguna posima en su escondite, pequeña. — Sonreí de lado.

—Descansa Caballero. — Me sonrió feliz y cerró la puerta.

My Lady.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora