XII

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Pasamos un gran rato debajo de ese maravilloso manto azul, decidimos salir cuando la piel de nuestros dedos comenzaban a arrugarse como pasas.

—¿Le gustó? — Cuestioné mientras llegábamos a la orilla, solo entonces nuestras manos se soltaron, la miré y su vestido se adaptó a su peligrosa figura, me concentre en solo mirarla a los ojos, aunque era igual de peligroso.

—¡Lo amé!— Se recogió su cabello en ambas manos y lo exprimió, yo solo sacudí la cabeza.

—Me alegra bastante de que sea así ¿Gusta comer algo? — Señalé hacía dónde se encontraba la canasta.

—Me encantaría Jorge.— Se levantó y me tendió la mano para ayudarme a levantarme... ¿No debería ser al revés? No me soltó hasta llegamos a la canasta.

Saque la canasta y hurge en ella ¡Había olvidado la manta! Escuché la risita de Ana y volteé a mirarla, tenía una manta en las manos.

—Tranquilo Jorge, yo la tengo.— Sonrió y la extendió sobre la arena, puede que sonará tonto pero sentí como si... me complementará...

Saque las cosas y las puse sobre la manta, Ana se sentó observando el mar. ¿Podía verse aún más bella? No lo creo.

—Listo, My lady coja lo que guste.— Me dejé caer sobre la manta.

—Gracias.— Sonrió, tomó un durazno rosado y regordete.

No sé en qué momento me quedé atrapado en su boca, mordió la fruta y una gota del jugoso néctar escapó por la comisura de sus labios, cayendo por un camino en el cuello. Me paralice, un deseo invadió mi mente ¿Cómo sería probar el néctar de su cuello? O mejor aún ¿Cómo sería saborearlo desde sus labios? ¿El dulce néctar se mezclaria con los rastros salados del mar en su piel? Sacudí mi cabeza y apreté los ojos.


Sentir las manos de Jorge debajo del agua sin duda era algo que quería volver a intentar. Nadamos por lo que creo fueron horas, el mar es maravilloso, un azul intenso y cálido por dentro, los peces nadaban a nuestro al rededor, sentía las algas tocar mis pies y sobre todo su agarre fuerte de su mano a mí.

Salimos del agua y nos detuvimos en la orilla, Jorge se veía extremadamente feliz y yo me alegre por eso, verlo sonreír y pasarse los dedos entre su cabello obscuro, eran pequeños detalles que quiero seguir observando.

Me preguntó sí quería comer algo, a lo que acepte moría de hambre. Nos sentamos, tomé un durazno y Jorge parecía perdido en algún lugar de su mente.

—¿Estás bien? — Cuestioné y pareció regresar a su cuerpo.

—Oh, por supuesto My lady.— Sonrió— Cuénteme, ¿Que paso con las clases de cartografía? — Un brillo destelló dentro de mí ¿Era posible que se acordará de eso?

—Tomé las clases... a escondidas, aún trabajo en eso.— Sonreí, no era la mejor dibujando y trazando mapas pero lo intentaría.

—Sé que podrá.— Dijo sin titubeo... mi corazón creció.

—¿De verdad lo crees? —

—Por supuesto pequeña, no tengo duda de ello. Usted es una mujercita muy capaz e inteligente, nunca he dudado.— Me regalo un sonrisa que supe que no había ni una pizca de mentira en sus palabras.

—Gracias...— Solo pude decir.

—No hay porque.— Sonrió y tomó un bocadillo dulce. — ¿Quiere ir a otro lado? ¿O admiramos el paisaje un poco más? — Miró lo que parecía ser el atardecere poniéndose.

—Me gusta el paisaje, tal vez otro poco.— Dije sin mirarlo, mi mirada era fija en el cielo lo tonos anaranjados, rojos y amarillos comenzaban a apoderarse del azul.

My Lady.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora