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HALLEY
—¿Y si haces un pastel festivo? Ya sabes, el de terciopelo rojo quedaría excelente para la ocasión. —Louie une a sus manos como una súplica silenciosa y yo muestro una sonrisa de entretenimiento.
—¿Por los Escarlata y el Catálogo de Selección?
Desde que se anunció la noticia, todas las mujeres del continente se volvieron locas de alegría y no hay nadie que no esté hablando sobre la Élite.
—¡Me leíste la mente! Te triplicaré el sueldo esta semana si consigues hornear dos tandas de deliciosos pasteles carmín, que tengan mucho cacao y los decorarás con ese betún de queso crema, mantequilla y leche condensada que tanto me gusta—pide mientras imagina al montón de clientes que llegarán.
La escucho parlotear mientras llevo los tazones sucios al fregadero y pienso en la receta que usaré para los pasteles que quiere Louie.
—Puedo tenerlos listos para mañana temprano —le digo tras soltar un suspiro de cansancio.
Ignoro al entumecimiento en mis piernas, me interesa ganar una buena suma de dinero.
—¡Excelente! Y, por cierto, linda, ¿ya fuiste a dejar tu muestra? —me pregunta al tiempo en que enjabono a los trastes cubiertos de harina y mantequilla seca.
Vuelvo a suspirar, aunque también refunfuño. Al Catálogo lo anunciaron hace una semana y todas se volvieron locas, yo en casa ni quise mencionar el tema porque mis tíos hablaron de ello con desagrado y tuve que soportar a sus comentarios despectivos por el resto de mi cena.
No quiero problemas ni con Boris ni con Olenka, además, ¿quién asegura que no escogerán solamente a Naranjas y Amarillas? La verdad es que el Catálogo es increíble y no lo digo de buena manera.
—No pienso hacerlo, ¿por qué?
—Pero ¿y la multa?
Dejo de tallar con agresividad a los moldes de magdalenas para mirar a Louie por encima del hombro.
—¿Qué multa?
—¿No leíste el informe? Es obligatorio dejar la muestra, de lo contrario, se cobrará una multa de diez mil estelares —me avisa y al ver mi expresión de espanto, frunce el ceño—. ¿Olvidaste ir?
En realidad, no me atrae la idea del matrimonio. No soy una mujer que sea apta para casarse y tampoco me agrada conversar con la mayoría de los hombres, pues sólo van tras una cosa.
—Sí, sí. Eso fue lo que ocurrió —miento con una fingida sonrisa de vergüenza.
—Oh, entonces te dejaré el resto del día libre para que vayas. Aún falta un mes para la fecha límite, pero no quiero que se te olvide de nuevo.
Quisiera responderle que no es necesario, pero Louie sale de la cocina y no quiero seguirla hasta los mostradores, por lo no tengo más remedio que ir a la sala de casilleros para quitarme el delantal, recoger mi bolso y ponerme el abrigo. Salgo por la puerta trasera sin llamar la atención.
