¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
CRYSTAL
Miro impaciente al reloj de pared, las agujas se mueven a un ritmo normal y el péndulo va de un lado a otro con lentitud. Cuando una nueva hora comienza, el sonido de una campanada resuena por toda la habitación. Escucho a los engranajes girar mientras observo girar a la puntiaguda aguja que marca los segundos.
Son las tres de la tarde. No ha habido novedad desde la mañana.
Desperté temprano por culpa de mi reloj biológico, pese a que han pasado casi una semana desde que llegué a Marchand, mi subconsciente aún lleva a mi antigua rutina consigo. Solía levantarme a las seis de la mañana para alistar a cada uno de mis deberes y me iba a la cama a la medianoche, el resto del día mantenía a mi mente ocupada con mi investigación de la nervosis y otros problemas que involucraban a toda mi atención.
Aquí no puedo hacer nada, más que a salir a caminar por los jardines y eso cuando Zissel me responde que no hay nadie rondando en los pasillos. Mi día a día se ha basado en intentar dormir un poco más, distraerme con alguna de las biografías históricas que hay en la biblioteca, comer a mis anchas y evitar cruzar mi camino con alguno de los rubios.
Pienso en ellos y mi corazón se encoje en una mezcla de fastidio y tristeza, quiero llorar y enojarme a partes iguales. Primero me trataron como si fuera una plaga y luego se muestran como los caballeros más carismáticos que yo podría conocer. Ese par de hombres juega con mi corazón a su antojo y yo ya estoy harta de que mis latidos estén a la par de los suyos.
Quisiera perdonarlos y olvidar el problema, pero...ya no soy una niña que sigue rogándole a los dioses para que alguno consiga mirarme.
En otra vida, si tan solo hubiesen sido amables, estoy segura de que al verme habría corrido a sus brazos, me habría gustado llenar a sus caras de besos, abrazarlos hasta que sus aromas me marearan y hasta que mi mente no se cansara de repetirme que finalmente ellos estaban conmigo. Imagino que los dos me inundarían de besos y de caricias por todo mi cuerpo, bañándome en frases dulces mientras me abrazaban al mismo tiempo. Tal vez besarían mis lágrimas de alegría para que después se arrodillaran pidiendo mi mano en matrimonio.
En aquella vida, les habría dicho que sí. Ni siquiera hubiera dudado.
Duele demasiado saber que, a pesar de que estuvimos doce años separados, yo los sigo queriendo como una ilusa, una ilusa que busca arrancarse el corazón para impedir que sus propios latidos la consuman.
Desde los diez años fantaseé demasiadas veces con mi boda y con el instante en que por fin pudiera decir que son mis esposos. Y desde que cumplí doce albergué la esperanza de formar una familia con ambos. Esos deseos sólo incrementaron durante los años en los que nuestras familias convivían en cada verano, cada noche soñé con dos maridos a los cuales les había entregado mi corazón. Cada noche pensé en una vida en la cual ellos se convertían en mi sol y en mi luna.