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GENEVIEVE
Por las calles de Shizelden, solía circular una leyenda que encandiló a jóvenes y a ancianos por igual.
Las otras sirvientas de madame Roux solían cuchichear sobre ese rumor, como yo era muy joven para reunirme con ellas, me bastaba con sentarme cerca y escuchar a los suspiros de asombro que dejaban escapar. Cada tarde, fingía practicar mis puntadas mientras las mujeres repetían la historia entre sí.
Dicen que, por los desolados callejones de la ciudad, deambulaba una gata de pelaje anaranjado y de astutos ojos verdes, su maullido le daba hincapié al ocaso y el rastro de sus huellas era notable en los días de lluvia. No tenía un nombre, para los demás, era una simple gata callejera que cazaba a los ratones de las plazas. Común y corriente, como cualquier otro felino.
Pero para el joven hijo del sastre, ella era Diantha. Él la alimentaba y se hacía cargo de ella en cada tarde, incluso le permitía pasar las noches adentro de la casa. Diantha era dócil, se dejaba mimar y su ronroneo era especial para el sastre. Y poco a poco, Diantha llegó a amar al joven.
Y el joven, amaba a alguien más.
Diantha no estaba dispuesta a que su corazón se rompiese, pues el mal de amores suele ser poco piadoso con los más ingenuos, de modo que le imploró a Coeur, la espléndida y pura diosa del amor, que le concediera una oportunidad para vivir al lado del joven. Cada noche, Diantha se dirigía al templo y maullaba hasta que la madrugada traía con ella la infelicidad de una vida gatuna y no la de un destino humano.
Coeur, conmovida por la noble determinación de la gatita, decidió que escucharía a sus súplicas y ruegos. Pero nada es gratis cuando se cuenta con tiempo y vida, mucho menos si se trata de las altivas y celosas deidades. La diosa del amor desesperado no se deleita en el romance, sino con el corazón que alberga a tal intenso afecto.
La diosa cumpliría con el deseo de Diantha, a cambio de devorar a su corazón.
Y como el amor no entiende de razones o de errores, Diantha aceptó el precio a pagar.
Al otro día, quien recorrió a los fríos callejones no fue una gata de pelaje anaranjado, sino una joven de vacíos ojos verdes y espesa cabellera cobriza. Cuentan que el hijo más joven del sastre se enamoró al verla y sólo tuvo que pasar un día antes de que le propusiera matrimonio.
Por supuesto, intuí que sólo era una leyenda de muchas y fingí que era un cuento para la hora de dormir. No obstante, cada que pasaba frente a la casa del sastre había una hermosa mujer de mirada perdida en el horizonte y el brillante anillo de compromiso descansaba sobre su dedo corazón. Nunca hablaba, excepto con su marido, quien parecía adorarla con cada célula de su cuerpo.
Se suponía que la leyenda tenía como fábula el meditar antes de actuar, los sentimientos suelen ser perversos y nunca sabrás cuáles son las verdaderas intenciones de tu propio destino. Pero yo ansiaba ser amada. Yo anhelaba que alguien me añorara como la luna extraña al sol.