Kagome puso la llave en la puerta y respiró profundamente al entrar en su apartamento. Cerró la puerta. Con movimientos automáticos, se quitó los zapatos de tacón de aguja y se desabrochó la chaqueta con una mano mientras soltaba su maletín con la otra. Una bebida fría, una ducha, ropa cómoda, se prepararía una ensalada y se relajaría. Había sido un día agotador. El contenido de su frigorífico no ofrecía muchas posibilidades, así que agarró una botella de agua mineral, la abrió, bebió un largo trago y la cerró mientras iba hacia el salón. Le encantaba su apartamento, amueblado, moderno, situado en un piso alto con unas maravillosas vistas y, con un espacioso salón, un comedor, una cocina, tres dormitorios y trastero.
La renta era moderada, adorno con un escritorio y unas estanterías había convertido el dormitorio más pequeño en un estudio, quedándole el dormitorio principal para ella y otro para invitados. Le había añadido algunos toques personales, macetas en los balcones, una mesa pequeña de hierro forjado y una silla donde habitualmente desayunaba. Era su apartamento. Un suave sonido rompió el silencio. Por un momento, pensó que provenía de dentro del apartamento, pero no era posible. No podía haber entrado nadie, ¿no? Las medidas de seguridad lo hacían muy difícil, y además... Oyó lo que le pareció el ruido de la mampara de la ducha. El sonido venía directamente de la habitación principal. Kagome se puso tensa. Había alguien en su apartamento. El número de emergencias sólo tenía tres dígitos...
Con mucho cuidado se volvió sobre sus pasos, abrió el maletín, sacó su teléfono móvil, y marcó los números.
–Policía –dijo. Y cuando iba a decir su nombre y dirección alguien le quitó el teléfono.
–No hace falta. Era una voz familiar con acento de Nueva York. Y ella se puso furiosa en los segundos que le llevó darse la vuelta y mirar a Sesshomaru.
–¿Qué estás haciendo aquí? ¡Maldita sea! ¿Cómo has entrado? Sesshomaru estaba cerca, muy cerca. Estaba mojado, y con una toalla alrededor de la cintura. Tenía el torso musculoso descubierto, realzando el ancho de sus hombros, sus envidiables bíceps, poderosos muslos... Demasiada carne desnuda...
–Con una llave. Ella habría deseado dar un paso atrás, pero el orgullo se lo impedía.
–¿Una llave que te has procurado... por medio de quién y cómo? La seguridad del edificio era muy buena... Había sido uno de los factores que la habían atraído de aquel grupo de apartamentos.
–Por derecho de propiedad –le informó Sesshomaru. Él notó cómo el enfado se hacía más profundo en la cara de Kagome mientras hacía sus cálculos.
–¿El dueño del apartamento? –reflexionó ella. Lo que lo transformaba en su casero...
–El del edificio entero. No sabía por qué se sorprendía, pensó Kagome. Aquello explicaba la baja renta que pagaba, demasiado buena para ser verdad en aquel sitio...
–¿Me has tendido una trampa desde el principio? ¿Qué has hecho? –lo miró con ojos de fuego–. ¿Distribuir mi foto entre todas las agencias inmobiliarias de la ciudad? La casualidad no entra en tu cabeza, ¿no? Él era capaz de eso y de mucho más.
–No.
–Dime, ¿has empleado un detective privado o un guardaespaldas?
–Me he asegurado de tu protección –dijo Sesshomaru con tono frío. Sin pensarlo, ella alzó la mano y le dio un bofetón.
–¿Cómo te atreves? –empezó a decir Kagome. Un músculo de su mandíbula se movió, y sus ojos brillaron peligrosamente.
–¿Estás satisfecha?
Él podría haberle agarrado la mano antes de que llegara a su mejilla, y a ella le sorprendió que no lo hiciera.
–Me falta mucho todavía para estar satisfecha... –dijo ella. Dejó escapar un suspiro lentamente
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Esposo Infiel
RomansaElla no sabía que Sesshomaru quería algo más que un trato de negocios... Doce meses antes su matrimonio era perfecto... Entonces Sesshomaru Taisho volvió a casa y descubrió que su mujer se había marchado. Ahora Sesshomaru quería recuperar a Kagome y...