Lágrimas para un amor correspondido

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El pitido del silbato del árbitro sonó por toda la cancha, anunciando el final del set. Karasuno había ganado por poco el primer set contra Tsubakihara, lo que realmente fue una sorpresa. No porque Daichi fuera de los que subestiman a sus contendientes, porque no lo era, pero a simple vista no había ningún jugador que destacara demasiado, como había sido en el caso del Aoba Josai o Shiratorizawa. El Tsubakihara se parecía un poco a Nekoma, todos brillaban a su manera y se fortalecía mutuamente.

Todos los cuervos podían sentir la tensión. Era la primera vez que pisaban la cancha de las nacionales y no querían irse a casa pronto. Ganar por poco no era ganar del todo, porque significaba que aún podían perder el siguiente set... y el siguiente. Daichi pensó que decir unas palabras de aliento serían de mucha ayuda, pero él mismo no se sentía con ánimo de pronunciarlas. Tenía la mitad de la cabeza en la cancha, y la otra, a cientos de kilómetros lejos de allí; en una habitación de hospital insípida y una figura de cabellos platino recostada en una cama que parecía tan incómoda como dormir sobre el concreto.

Karasuno se retiró de la cancha. Kiyoko ayudó a repartir las botellas de agua y todos bebieron en silencio antes de limpiar su sudor con pequeñas toallitas. El silencio permaneció brevemente, tiempo que el entrenador les dejó para relajarse antes de que comenzara la charla sobre la siguiente estrategia. La voz del entrenador Ukai era tranquila, Daichi pensó que tal vez quería transmitirles seguridad. Después de todo era normal que se sintieran un poco temerosos, aunque Sawamura sabía que el equipo no tardaría en recuperase. Siempre había alguien que lograba sacar al resto de las dudas que solían asaltarlos. Porque Karasuno era más fuerte que nunca, pero aún faltaba demasiado para demostrar que eran los mejores.

Daichi miró alrededor, la voz del entrenador volviéndose cada vez más lejana. Sabía que estaba perdiendo el tiempo y, aun así, inconscientemente, buscaba cabellos platinados entre la multitud. No había nada parecido, por supuesto. Suga debía estar en el hospital, acompañado de su novio y recuperándose lentamente.

Sawamura agitó levemente la cabeza, recordándose que se había prometido no pensar demasiado en eso. Porque el partido necesitaba de su concentración y, de todas formas, no había nada que pudiera hacer por Suga. Ya no. Excepto, tal vez, darle su espacio. Sin embargo, le ponía bastante ansioso pensar que, después de todo lo que había pasado, no pudieran volver a como eran antes. Él no estaba seguro de poder volver a como era antes ahora que sabía que lo que realmente sentía por su mejor amigo no era cariño fraternal.

Sólo el tiempo lo diría.

—Hey, ¿todo está bien? —preguntó Asahi en voz bajita, con cuidado de no interrumpir al entrenador—. ¿Te sientes bien?

—Sí. Estoy bien.

—Está bien sentirse un poco nervioso. Yo lo estoy.

Daichi sonrió por eso y respondió.

—Tú siempre estás nervioso.

Asahi se ruborizó ante la declaración y recompuso su gesto.

—Claro que no.

—¿Daichi? —le llamó Kiyoko y por un momento, pensó que ella lo reprendería por estar siendo ruidoso, pero ella continuó y dijo: —Tu móvil está sonando.

Sawamura frunció el ceño, preguntándose quién podría ser. Sus padres jamás se atreverían a llamar, por mucho que sus hermanos insistieran, porque sabían que no necesitaba de distracciones. Sus amigos dentro y fuera de Karasuno también eran conscientes de ello. Por un segundo, se le pasó por la cabeza la loca idea de que podría ser Suga; tal vez para animarlo, pero se negó a si mismo darse esperanzas y siguió adelante con sus suposiciones. Nadie le marcaría a menos que fuera una verdadera emergencia.

Lágrimas y flores para un amor no correspondidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora