Fuegos artificiales y campanas

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Con ligero cansancio, Suga terminó de colgar la última prenda al tibio sol de invierno y volvió al interior del pequeño apartamento. No había buen clima, pero estaba seguro de que, mientras no nevara, la ropa estaría lista por la noche. O lo suficientemente lista como para que la tarea hubiera sido más fácil si tuvieran una secadora. Una secadora para la que Takeda-sensei aún estaba ahorrando. No que Koushi se quejara. El calentador ya era un lujo del que estaba disfrutando.

Habían pasado unas cuantas semanas desde que se había mudado allí y la verdad era que no terminaba de acostumbrarse. Se sentía un poco raro viviendo en un lugar nuevo, con alguien que no era de su familia y que además le ayudaba con los gastos. Raro, pero no realmente incómodo. El apartamento del profesor era pequeño y no podía compararse con la casa de su padre, pero en el poco tiempo que llevaba allí, se sentía más en casa que nunca.

Sensei tenía que trabajar incluso durante las vacaciones, pero siempre que llegaba le preguntaba sobre su día y lo que estaba pensando, aunque estuviera cansado, aunque pareciera fastidiado del trabajo. Era amable con él y considerado con su enfermedad, pero sobre todo, jamás le hacía preguntas incómodas y hablaba de su relación con Daichi como si estuviera hablando de la —imaginaria— relación que Tanaka creía tener con Kiyoko.

En agradecimiento a su amabilidad, Koushi se encargaba de todos los deberes de la casa; limpiaba, sacudía, fregaba y tendía. Se encargaba de tener lleno el refrigerador y de tener listas todas las comidas y los almuerzos al tiempo que se hacía cargo de sus propios estudios y hacía un pequeño último esfuerzo por entrar en la universidad.

Después de que el Karasuno perdiera contra el Komedai en las nacionales y tuvieran que volver a Miyagi, la mayoría de ellos había regresado a las aulas para concluir sus estudios, pero Koushi no. Él había tenido que seguir con el programa de estudio en casa debido a que su enfermedad, si bien ya no era mortal y estaba en retroceso continuo, a veces le causaba algunas dificultades con las que la escuela no quería lidiar. Tampoco era que Suga estuviera muy emocionado de volver —principalmente por los homofóbicos con los que había tenido que tratar al principio de su enfermedad—, pero era cierto que le hubiera gustado compartir el aula con Daichi una vez más. Una última vez.

Ah, Daichi. A Koushi no le gustaba admitirlo, pero pensaba demasiado en él. Más de lo que el creía socialmente correcto. Hablaban todos los días por teléfono, se mensajeaban constantemente y a veces se juntaban los fines de semana a estudiar, pero aún así no parecía suficiente y Suga se sentía al borde de una nueva enfermedad desconocida que sólo se curaba cuando estaba con él. Amor, suponía que era. Un sentimiento que sólo le atormentaba cuando se preguntaba por las noches si Sawamura se sentiría igual.

Koushi sabía que ese "amor" no resolvería todos sus problemas. Como lo hacía en las novelas literarias o en los dramas de la tv; no le regresaría a su padre, no evitaría que la sociedad le señalara, ni lo curaría del hanahaki de la noche a la mañana, pero al menos le hacía sentir un poco menos desdichado y más positivo con respecto al futuro. Y probablemente estaba mal sujetarse a algo que ni si quiera era sólido del todo, pero por primera vez quería creer y no suponer.

Levantando su mano suavemente, Suga aspiró su inhalador y se sentó en la mesa de la cocina. Era verdad que, con el tiempo cada vez lo necesitaba menos, pero eso no significaba que no lo necesitara en absoluto. A veces, cuando tenía que bajar las escaleras y tirar la basura, tenía que usar dos o tres disparos para regular su respiración y despejar sus pulmones. No podía cargar demasiado peso cuando regresaba de las compras y tampoco podía caminar distancias demasiado largas. Ni hablar de correr. Koushi se llevó un gran regaño cuando Takeda-sensei se enteró de como había escapado del hospital la primera vez y no era para menos. Ni si quiera él estaba seguro de como lo había logrado. Fuese como fuese, ahora estaba casi fuera de peligro y que fuera invierno —y no un sofocante verano— le ayudaba a no perder el aliento tan fácilmente por actividades sin importancia.

Lágrimas y flores para un amor no correspondidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora