Flores para un amor correspondido

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Cuando Daichi entró a la posada el silencio era insoportable. Takeda-sensei no había dicho ni una palabra. No había hecho ninguna pregunta. Se limitó a guiarlo hasta el pequeño hotel con mucho cuidado de que no volviera a intentar algo como colarse en un hospital del estado lleno de seguridad. Sawamura no iba a hacerlo. De hecho, no estaba seguro de querer volver al día siguiente, tal y como había propuesto el profesor.

Cuando ambos volvieron al gimnasio, el partido estaba por terminar. Karasuno iba ganando, gracias a todos los chicos que habían estado trabajando por meses enteros para poder superarse, pero Daichi no estaba ni la mitad de feliz de lo pensaba que debería estar y cuando su equipo anotó el último punto y todos se abrazaron él lloró, pero no por las mismas razones que el resto.

Todos lo sabían. Lo notaban. Porque Daichi no era esos que se quedan silencio con los ojos rojos y la boca apretada cuando ganaban un partido. No era de los que miraban el suelo todo el tiempo y respondía con monosílabos. Y estaban preocupados por su capitán, pero nadie se atrevía a preguntar y él tampoco sabía que decir. ¿Cómo explicaría que estaba sufriendo por una situación que pudo evitarse tan fácilmente? ¿Suga querría que lo supieran? Si había optado por operarse significaba que ni él mismo quería recordarlo.

Todo era un desastre.

Daichi entró en la habitación compartida y dejó su maleta deportiva en el suelo. Casi de manera automática, se dirigió al armario, sacó su futón y lo extendió, completamente perdido dentro de su propia cabeza. Estaba en ese circulo vicioso por el que pasa una persona cuando algo malo sucede y no podía dejar de pensar en todo lo que pudo hacer para evitarlo. Escenarios imaginarios que se remontaban a meses atrás, cuando todo había comenzado.

Su corazón latía lenta y dolorosamente. Su estómago se apretaba sobre si mismo y las ganas de gritar se incrementaban con cada segundo que pasaba. Sentía tanto arrepentimiento, tanta culpa y no existía nada que lo convenciera de lo contrario, porque ahora era demasiado consiente de la situación como para exculparse. Había estado tan furioso con el idiota que había dañado a Suga que, ahora que sabía que era él, no había redención.

¿Cómo era posible que no se diera cuenta a tiempo? Se preguntaba una y otra y otra vez. Las señales parecían claras en ese instante, pero antes no se sentían de esa forma y no podía evitar pensar que era porque él era simplemente denso para las interacciones románticas y no porque Suga fuese un gran actor. Y no entendía, no comprendía como su amigo no se había rendido con él que era un completo idiota. Estaba seguro de que allí afuera había cientos de chicos mejores que él, chicos que no lo hubieran hecho sufrir, chicos que no lo hubieran hecho enfermar.

Chicos que se hubieran dado cuenta de sus sentimientos antes.

Daichi talló su rostro con las palmas de sus manos. Restregando la piel lenta y fuertemente. Ya no lloraba, pero eso no significaba que se sintiera mejor.

—¿Daichi? —llamó Asahi con ese tono de voz inseguro que usaba cuando no estaba seguro de como comenzar una conversación—. Es nuestro turno de usar las duchas.

El capitán asintió y tomó sus cosas de baño. Siguiendo por insisto a su amigo a través de los corredores de la posada hasta los baños públicos. Pasillos mal iluminados y el sonido de pies descalzos sobre la madera. Por su postura, Daichi podía saber que Asahi deseaba hablar, decir algo, pero él no estaba seguro de querer tocar el tema, así que tampoco lo forzó.

El baño estaba vacío y eso hizo que el silencio entre ambos se sintiera aún más pesado. Sawamura se deshizo de su ropa y se colocó una toalla en la cintura. Se sentó frente a la ducha lavó su cabello con agua tibia y jabón que no olía a nada, pero que la etiqueta decía flores silvestres. Estaba bien si no las olía, estaba cansado de las flores.

Lágrimas y flores para un amor no correspondidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora