Una verdad

987 191 92
                                    

Koushi limpió el sudor de su frente usando el dorso de su mano. El sonido del balón chocado contra el suelo, por su rematador, explotando por todo el gimnasio. Poderoso y limpio. La satisfacción de la buena colocación reemplazó el cansancio que sentía. Su pecho ardía como el infierno y su respiración era dificultosa, pero no tenía tiempo para pensar en ello, no si deseaba seguir jugando en partidos oficiales.

Que el Aoba Johsai hubiera propuesto un partido de práctica con ellos sólo por Kageyama y que al final no hubiera podido jugar contra Nekoma había sido un golpe duro, pero su personalidad no le había permitido desanimarse. Al contrario, entrenaba más fuerte de lo que lo había hecho nunca. Sin embargo, era indudable que, conforme pasaban las semanas, estaba quedándose atrás. Él no era un genio y nunca lo sería, pero era bueno.

Suga colocó para Asahi y éste le agradeció con una sonrisa amigable. Alto y lejos de la red, así era como mejor anotaba. El setter tenía una lista mental de las preferencias de todos los miembros de su equipo. Se había encargado de estudiarlos durante las prácticas y los partidos que no había tenido la oportunidad de jugar. Estaba seguro de que, cuando la tuviera, podría demostrar que valía.

Sin embargo, había problemas en su vida más importantes que ser el titular de un equipo escolar de voleibol. Y no era poca cosa. Tal vez por eso había decidido concentrarse en el deporte, porque era más sencillo que pensar en lo otro. Porque entrenar horas extras y ser analítico era más sencillo que tomar una decisión para resolver el problema. El vóley era su escapatoria y distracción en tiempos difíciles. Siempre lo había sido.

Una semana después de su diagnóstico, había regresado al médico para informar que intentaría la primera de las soluciones a pesar de que estaba cero convencido de que lo logaría. Confesarse nunca era fácil, mucho menos cuando se era un chico gay y el objetivo es uno de tus mejores amigos. Y estaba tan aterrado que a veces no podía dormir pensando en todo lo que podría salir mal. Porque había muchas cosas que podían salir mal. Perder la amistad de Daichi era la peor de todas, incluso por encima de ser expuesto en toda la escuela y convertirse en el objetivo de los intolerantes.

Y así había dejado transcurrir los días. Sabiendo lo que tenía que hacer, pero posponiéndolo y tomando otras cosas como prioridades hasta que un nuevo brote de rosa salía por su boca y entonces volvía estar consciente de que podría morir. Morir de verdad. Morir sin que le hubiera dicho una palabra a nadie de lo que llevaba en el pecho desde hacía años. Ni si quiera a su padre que, después de la última charla relativamente larga que tuvieron, no volvió a tocar el tema.

Así que estaba solo en eso, pero no era novedad. En el fondo siempre estaba solo, porque cuando tienes un secreto muy personal y no existe alguien a quien puedas decírselo, no hay manera de que te sientas de otra manera.

Suga observó a Daichi de reojo. El sudor recorría su enrojecido rostro y su cabello negro estaba alborotado por el movimiento. Por un breve segundo, Koushi se preguntó sí así luciría durante el sexo, bloqueando esos pensamientos de inmediato. Sintiéndose culpable por tenerlos, pero a veces no podía evitarlo. Daichi le gustaba mucho. Le gustaba su cabello oscuro y sus ojos. Le gustaba la forma de sus labios y su espalda ancha. Le gustaban sus piernas y sus brazos fuertes. Pero sobre todo le gustaba su personalidad; Sawamura era protector por naturaleza, era asertivo, inteligente y muy varonil, pero a la vez alguien sensible a los sentimientos de los demás, también era maduro y un líder natural. Todo de él le atraía como nunca nadie le había atraído. Lo que de cierta manera explicaba porque estaba enfermo de hanahaki por él.

Si tan sólo pudiera lograr que se fijara en él...

Un repentino dolor de garganta le hizo llevar la mano hasta esa zona. Pasó saliva un par de veces esperando que fuera cualquier cosa menos lo que en su situación era lógico. Sin embargo, como ya había confirmado a lo largo de su vida, no tenía tanta suerte. Un nuevo brote estaba a punto de salir y debía ser más grande que los anteriores, a juzgar por la incomodidad. Conforme más subía, más difícil era para él respirar, pero de alguna manera se las arregló para salir del gimnasio y encerrarse en los baños más cercanos. No había manera de que el resto no hubiera notado su repentina huida, pero ya se las arreglaría con las explicaciones.

Lágrimas y flores para un amor no correspondidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora