Capítulo 17

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De pequeña papá solía leerme muchos libros de aventuras para niños. Yo creía que los personajes tenían vida propia y luego dejaban plasmadas sus historias. Me hacía muy feliz el pensar que quizás podía ser una de esas protagonistas valientes que superaba cada obstáculo en su camino y servía de ejemplo para otros.

Quería ser un ejemplo para niños con cáncer.

Con el tiempo fui olvidando ese sueño de mi infancia. Quedó oculto en lo más profundo de mi mente, dormido. Hoy, por alguna razón, ha despertado. Quizás sea porque estoy rodeada de cientos de libros.

La señora Candace me analiza en silencio. Me siento algo incómoda a decir verdad. Intento alisarme la falda con discreción pero parece que fallo. Su mirada aterriza en mi mano. Como no sé qué decir carraspeo. Ella me imita y se mantiene neutral. Esta mujer es indescifrable, del tipo de personas a las que suelen llamar "témpano de hielo", porque a pesar de ser bastante bella, aparenta ser rígida y estricta.

—Bien, Celine, —Rompe el silencio y siento una gota de sudor fría deslizarse por mi espalda—, no tienes experiencia trabajando, ¿cierto?.

—No señora.

—¿Tienes hijos?

—No. —Respondo horrorizada. Mi posible jefa parece meditar mi respuesta unos segundos.

¿Habré aumentado de peso?

¿Acaso me veo gorda?

—De acuerdo, voy a confiar en la persona que te recomendó. Yo personalmente me encargaré de adiestrarte. Seguro que le coges la vuelta fácil. —Interrumpe mis pensamientos—. El trabajo es tuyo.

La emoción me inunda al oír esas palabras. ¡Por fin!

—¡Sí!. —Me pongo en pie y la abrazo. Noto que se remueve un poco y con la misma velocidad la vuelvo a soltar—. Lo lamento.

Veo en su rostro la sombra de una sonrisa, pero no estoy segura.

—Comenzarás hoy mismo.

Yo me limito a asentir y ella saca unos papeles del primer cajón de su viejo escritorio.

—Léelo bien.

—Lo haré. —Sonrío.

Una vez más observo embelesada mi alrededor e inspiro ese peculiar aroma a hojas guardadas. A pesar de que no es un olor del todo agradable, me hace sentir en calma.

Al principio resulta extraño estar en este sitio, como trabajadora.

Mi jefa me va indicando las labores que me corresponden —que no son muchas—. Me pongo a limpiar algunos estantes, acomodar folletos y reviso los libros. De hecho, encuentro algunos que me resultan interesantes.

Cuando estoy terminando, la señora Candace pone frente a mí dos cajas repletas de nuevos libros. Según ella, donaciones de gran valor. Me explica con bastante brevedad cómo debo acomodarlos. La verdad es que entiendo muy poco, pero como me avergüenza preguntarle algo tan sencillo me fijo cómo están ordenados los demás y me hago una idea de lo que debo hacer.

Empiezo a arreglarlos uno por uno. Al inicio creía que este trabajo iba a ser pan comido, y no es que tenga gran dificultad, pero estoy acostumbrada a hacer escasos esfuerzos físicos. Incluso estoy sudando a pesar de que el clima no es cálido.

Buen rato más tarde me topo con un pequeño inconveniente. Solo me restan dos libros por colocar y no alcanzo la cima del estante, a donde pertenecen. Me pongo en puntitas de pies, salto una y otra vez, pero no hay forma de que llegue. Una fugaz idea cruza mi cabeza, quizá no sea lo mejor, sin embargo, es mi primer día, debo demostrar que soy eficiente.

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