V I E R - Mozart

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El color de las paredes era de un triste beige —bastante soso— al igual que la toda decoración de la oficina de la directora del instituto

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El color de las paredes era de un triste beige —bastante soso— al igual que la toda decoración de la oficina de la directora del instituto. Los muebles eran viejos, de madera gastada que hacía juego con la antigüedad del lugar. La pared que daba a la silla de la directora estaba estampada en títulos, maestrías y doctorados que daban flojera de solo verlos. ¿De verdad esta mujer se emocionó por estudiar tantos años y hacer doctorados? ¿Para qué? ¿Para que la llamaran Doctora antes de su nombre y sea una triste y reprimida directora de un instituto de niños malcriados que tienen dinero gracias a sus papás? No era mi plan de vida, pero gracias.

Me fijé en ella, del otro lado del escritorio, vestida y peinada impecable, sosteniendo con una mano el teléfono con el que le contaba con lujos y detalles lo que había hecho a Susanne —ya sabía el nombre de la morena, al menos— a nadie más y nadie menos que a Heinrich, el hermano serio que siempre respondía las llamadas serias. ¿No podía llamar a Harman? De seguro él habría soltado una carcajada que habría puesto nerviosa a la estirada mujer.

"Si desde aquí se le ve el palo que tiene metido por el trasero" fue lo primero que pensé cuando vi a la encargada de dirigir este lugar, y me reclamé a mi misma por usar las mismas palabras que habían usado contra mí.

— Sí –dijo ella— . La chica fue enviada a la enfermería, pero tuvimos que llamar una ambulancia para trasladarla al hospital y se avisó a sus padres... No, no ha sido muy grave, gracias a Dios... sí, seguía respirando cuando se fue... está frente a mí, así es —dirigió su mirada hacia mí y me hizo un escaneo rápido de la cintura para arriba, abriendo los ojos con sorpresa al ver mis nudillos, que estaban rojos y con algunas cortadas todavía frescas—. Ella... ¿Prefiere hablarle usted?

No, no, no. Me va a matar, no me lo pase, señora.

— Su hermano —me tendió el teléfono, y debió notar que se me fue por completo el color en la cara—. Tómelo, quiere hablar con usted.

Tomé el teléfono y lo pegué a mi oreja con gran cuidado de que mi respiración no se escuchara, porque claro que estaba acelerada.

Cálmate, Adelaide, es tu hermano, no puede hacerte gran cosa por teléfono.

— Holis —murmuré, esperando que la bronca no fuese tan potente—.

— No sabes lo decepcionado que estoy de ti, Adelaide.

— Déjame explicarte, Heinrich...

Entendía que estuviese molesto, pero el tono que había utilizado para decir esas palabras había roto algo dentro de mí. Bajé la cabeza al instante y me puse a jugar con el borde de la falda del uniforme, sintiéndome nerviosa con cada segundo que pasaba.

— No necesito explicaciones, necesito que te comportes como una adulta. Me sabe a mierda lo que la otra chica dijo.

— ¡Pero ella me orilló a hacerlo! Dijo unas cosas que...

Débil [Libro 1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora