D R E I - Él ángel del Gueto de Varsovia

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Sus ojos brillaban cuando nos hablaba, y su sonrisa solo se hacía más grande

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Sus ojos brillaban cuando nos hablaba, y su sonrisa solo se hacía más grande. Claro que cuando todo eso desapareció, fui muy tonta como para no darme cuenta de que algo iba mal.

Podía golpear un saco de boxeo por horas y no me cansaría en absoluto, pero jugar vóleibol con mi clase me hacía sentir que no aguantaría ni un segundo más. Lo bueno era que compartía clase de gimnasia con Lamar, pero lo malo es que siempre nos separaban por chicos y chicas, así que en ese momento estaba sola en la cancha. Bueno, yo y el séquito de loquitas que me miraban como pez en marte.

No entendía nada de ese deporte, pero la profesora insistió en que participara con el resto de la clase o me pondría una nota negativa. Sí, como a los niños pequeños.

Busqué con la mirada a Lamar, que estaba del otro lado del gimnasio charlando animadamente con un grupo de chicos, porque claro, el poseía todo el carisma que a mí me faltaba. Tenía puesto el mismo uniforme de gimnasia que todos los que estábamos en clase, pero solo él lo lucía como si fuese modelo de Gucci, todo le quedaba demasiado bien. El uniforme para chicos consistía en un pantalón corto hasta las rodillas con la insignia del instituto bordado en un costado, una playera con la misma insignia en el centro y zapatos de deporte blancos con calcetines. Predominaba el verde militar y algunas franjas amarillas. Para el uniforme de chicas era casi lo mismo, solo que algunas decidían usar pantalones cortos —y cuando decía cortos no era solo por gusto— mientras que otras chicas —o tal vez solo Lakeisha y yo— usábamos pantalones hasta los tobillos.

Eso, que no se te vean las inseguridades.

— ¡Cuidado! —escuché gritar a la profesora, y mis alertas se activaron. —

Bajé la cabeza y me puse en posición de defensa, tal como Dominic me había enseñado estos meses de entrenamiento. Me había llegado la hora, los locos que mataron a mis papás me iban a matar a mí también. Pero nadie gritó ni salió corriendo, como cualquiera pensaría que harían si llegaran unos locos con armas.

Localicé al equipo de guardaespaldas cubriendo la entrada principal al gimnasio y me descoloqué un poco. ¿Entonces cuál era el peligro?

Y como por arte de magia, algo duro me golpeó por la nuca con bastante fuerza, haciendo que trastabillara hacia adelante y cayera con la frente pegada al suelo. El estallido de risas no tardó en llegar. Me quedé en silencio con la cara pegada al suelo, sintiendo como mi cara se calentaba por la vergüenza y mi frente empezaba a palpitar.

Escuché pasos acercándose a mí y un cosquilleo me recorrió la espalda, ¿Y si de verdad habían venido a matarme, pero la pelota cayó por casualidad? ¿Me reencontraría con ellos o toda esa historia del cielo y el infierno eran puro montaje? ¿Y si en realidad no moríamos, sino que renacíamos en épocas diferentes?

— Cariño, ¿te encuentras bien? —habló una voz suave, a unos centímetros de mi cabeza. Era la profesora. —

Solo pude levantar el pulgar para decirle que sí, porque si intentaba hablar de seguro tartamudearía y allí de verdad me pondría a llorar de vergüenza.

Débil [Libro 1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora