A la hora de la cena todos comíamos en silencio. No había vuelto a hablar con mi hermana y mi madre notó que algo no andaba del todo bien entre nosotras. Y Sean... desde aquel día de la semana pasada que no me dirigía a él en absoluto. No había vuelto a venir borracho en la noche, ni siquiera nos mirábamos. Así estaba mucho mejor. Sin embargo, lo notaba. Notaba como que algo no estaba bien, como que pronto pasaría algo. Algo que no tenía ni idea. La tensión se podía cortar con un cuchillo y no quería pensar en nada que me pudiera alterar, no deseaba que todos vieran lo que yo era capaz de hacer. Lo que todavía no le había dicho a nadie...
Peleé con todo ese silencio instalado ahí, entre nosotros. Peleé con cada mirada que les dirigía a todos ellos y peleé con esa terrible sensación de que algo malo iba a suceder... pronto. Fue mi madre quien cortó ese silencio, de cuajo.
-Vienna cielo, Eir me ha dicho que has estado hoy en la taberna hablando con Iryna - mi hermana asintió despacio - me alegro de que salgas con tus amigas.
-Iryna no es mi amiga - la voz de Vi era muy fría cuando habló, luego me miró a mí - sino de Eir.
Le sostuve la mirada durante un par de segundos más hasta que ella la apartó, y siguió comiendo. Mi madre me miró a mí y me encogí de hombros. Sabía lo que estaba pensando... ¿por qué era así? Mi padre nos dejó y ella aun seguía pensando que no pasaba nada, que éramos felices con ella y con Sean. Y se empeñaba con convencerse a si misma que a Vienna lo que le pasaba era lo típico de su edad... tenía diecinueve años. Los mismos que tuve yo cuando papá se marchó para siempre. Amores imposibles. Tal vez era eso lo que mi madre pensaba que le pasaba a Vi, que un chico le había roto el corazón y por eso se había vuelto tan distante y fría.
-Pero me gusta que socialices con otras personas, cariño. ¿Te lo pasaste bien?
Vienna asintió con la cabeza y mi madre se dio por satisfecha. Se lo había pasado bien, sabía perfectamente que lo decía por Luka y por lo de esta mañana. Y lo volví a sentir. Mi poder pedía a gritos salir, abrirse paso ante mí y exponerse al mundo. Y la otra sensación... No sabía que demonios significaba todo eso. ¿Por qué tenía un presentimiento? ¿De qué me venía? Me picaba... todo el cuerpo me picaba. Tragué saliva. Esta casa se me hacía demasiado pequeña por momentos. Me levanté de golpe y todos me miraron. Les dije en voz baja que me iba a dar una vuelta y sin más me fui, sin esperar alguna respuesta.
Era tarde. Ya se había hecho de noche y no había nadie por las calles. Pero yo necesitaba estar sola. No había cogido mi abrigo porque por alguna razón que creía conocer, no tenía frío. Y es que mi poder era el hielo, suponía que era por eso que el frío no me afectaba, tampoco encontraba otra explicación. Deambulé por la ciudad sin nada más que hacer que pensar. Era muy raro lo que me estaba ocurriendo. Y no había parado de pensarlo desde que me ocurrió, hace cinco días. No conocía a nadie que poseyera poderes. Vivía en un mundo normal, donde lo habitaban personas normales sin ningún tipo de don o poder. Y de repente, saber de la existencia de esto... era de locos. Y aún no había encontrado a nadie que confiara lo suficiente como para contárselo.
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La portadora del hielo
FantasyEir vive ligada, día a día, a los abusos y humillaciones de su padrastro. Siente que ya no puede más y que el solo hecho de que su madre y hermana miren para otro lado, la enfurece cada vez más. Hasta que un día todo cambia y lo que creía ser su ho...